Mi amado Señor:
Hoy es día de las madres, el
mundo se vuelca en miles de signos llenos de amor hacía las mujeres que
vivieron en un su vientre un milagro que hoy muchas leyes tratan de desestimar
y aun destruir.
Nunca me deja de sorprender el
modo en que construiste este universo bajo un orden y una función específica
para cada cosa y cada persona. Realmente ardo en curiosidad de saber cómo surgió
en tu eterna mente la idea de las mamás,
pero de lo que sí estoy seguro es que sonreíste con aire especialmente
triunfante y en ese mismo momento te entró la idea de tener una para ti.
Las mamás de todos los tiempos
iban a manifestar con un reflejo especialísimo el amor divino de sentir a un
ser humano como parte inherente de su propio ser, y cómo no sería eso, si nueve
meses en el vientre hacen que aún después de dar a luz, las mamás sigan
recordando sin dificultad la sensación llevar a sus hijos en el vientre muy
cerquita de su corazón. Así la maternidad se convierte en divinidad, divinidad
que viene de ti y no de una fuerza “fecundadora” en un cosmos anónimo e
impersonal.
Sigo pensando en tu sonrisa
cuando las ideaste, aunque creo que hubo algún momento en que seguro también derramaste
una lágrima cuando en tu visión eterna las viste llorando en silencio por sus
hijos. De algo estoy seguro: no las hiciste perfectas, pero las creaste llenas
de un amor que desafortunadamente el hombre llega a entender hasta que nos las
tenemos entre nosotros.
Y es que realmente no sé si
reprocharte el que antes no les hayas dado un curso intensivo de maternidad, y
sinceramente no lo digo por mi propio beneficio, sino porque hasta la fecha las
escucho decir a sus veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta o más años, “es
que no se si lo que estoy haciendo estoy bien”. A ninguna mamá le enseñaron a ser mamá, pero ese instructivo faltante se
compensa, sobremanera, con ese amor infuso de quien sabe que ante todo tiene
que nutrir, custodia, guíar y corregir…tal y como Dios lo hace.
Que difícil nos resulta a todos aceptar
sus reproches y exigencias: ningún hijo puede decir que su mamá no le habla por
teléfono, pero existe una lista interminable de mamás que lloran junto al suyo.
Más difícil aún nos resulta olvidar, sus
coscorrones, chancletazos, gritos, pellizcos, nalgadas y aquellas palabras que
surgieron de la inexperiencia maternal más que de la falta de amor, mientras en
el mundo vamos permitiendo e incluso buscando a aquellos y aquellas que nos
tratan aún peor y ellos sí por una clara manifestación de indiferencia y
desamor, y así aquella mujer que tanto le reprocha a su madre un regaño, hoy
permite que su novio (u esposo) la golpee, maltrate, violente; sucede lo mismo
con los hombrecillos que tan exigentes son en la mesa de casa materna y que
después tiene que aceptar a que la esposa aprenda después de muchos años a
hacer una simple sopa.
Ahora entiendo que toda esta ola
de injusticias y reclamos hacia ellas no hacen más que asemejarlas a ti no solo
por el milagro de la creación sino incluso, por el dolor redentor de las
lagrimas en la soledad del huerto de Getsemaní y la humillación de la cruz. Y
mira que hay tantas mamás crucificadas por sus hijos.
Pero sabes Señor, hoy sobre todo
pienso en otras mamás. Primero me vienen a la mente todas aquellas mujeres a
las que aún y a pesar de sus cortas edades o sus exitosas carreras
profesionales les diste la oportunidad y la confianza de ser mamás y en la
confusión de un mundo cada vez más deshumanizado cometieron el grave error de rechazar
con crueldad a un inocente que nunca pidió ser creado. Te pido por ellas que
también son mamás y lo serán siempre, aun sin esos pequeños, te pido por su
consuelo, por su dolor, por su arrepentimiento, te pido yo y te lo piden los
millones de niños abortados que ya están junto a ti.
Pido sobre todo por aquellos
matrimonios en lo que hay mamás en espera, para que ya no esperen tanto, para
que en tu santa voluntad les concedas un hijo y ellas los busquen donde ellos
las esperan: algunos en el acto de amor íntimo y lleno de esperanza de los
esposos y otros en algún orfanato de sollozos expectantes.
Yo tengo que darte gracias por la
Mamá que me regalaste, no sé si tú me la asignaste o me asignaste a mí para
ella, pero es la correcta para mí. Reconozco todos sus errores y por eso no me
da miedo errar, porque sé que ella me enseño a corregirlos. Ella me enseño a
orar, a buscarte y a esperar todo de ti, y eso con tan solo verla.
Señor, creo que hoy de manera
especial tengo que darte la gracias por tan magnífica idea y milagro, mira que
contener tanto amor en frascos tan sencillos que están al alcance de todos. Y
felicidades a tu Señora Madre, tan linda ella y tan buena hija tuya, al mismo
tiempo.
Saludos, Señor amado.
Mantenme junto a ti y dame un corazón bueno.