Estamos ya muy próximos a
concluir el año de la fe que inauguro el Papa Benedicto XVI el 11 de octubre
del 2012. Cuando él mismo lo proclamó fijaba el objetivo de este año: "dar un renovado impulso a la misión de toda
la Iglesia, para conducir a los hombres lejos del desierto en el cual muy a
menudo se encuentran en sus vidas a la amistad con Cristo que nos da su vida
plenamente".
Así con esta convocatoria y con las luces
que nos aportaron las cartas “Porta Fidei” (la puerta de la fe) Benedicto XVI y
la “Lumen Fidei” (la luz de la fe) que iniciará igualmente el Papa Benedicto y
que concluyera el Papa Francisco, la iglesia universal fue participando en una
dinámica de confrontarnos con nuestras perspectivas de la fe que tenemos en
Cristo.
En primero lugar se vio la importancia de
entrar en un honesto examen de conciencia que nos ayudar a reconocer nuestros
contenidos, defectos y lagunas en la doctrina de nuestra fe. Nos inclinamos
nuevamente hacia el catecismo de la Iglesia Católica, compendio magnifico de
nuestra fe que celebrar en esta ocasión veinte año de haber sido promulgado
para beneficio de todos los bautizados. Muchas comunidades promovieron no solo
la posesión de estos ejemplares sino especialmente su aprovechamiento pues en
ella tenemos un libre acceso a las verdades fundamentales de nuestra iglesia y
de nuestra fe.
Los jóvenes tuvieron también una
convocatoria especial en este año de la fe. A ellos se les entregó el “Youcat”
un síntesis dinámica y con un lenguaje amigable del catecismo de la Iglesia
Católica a fin de que ellos también profundizarán en el contenido de nuestra
fe.
Pudiéramos referirnos ahora a dos
conclusiones del año de la fe. A nivel general la Iglesia vivió un año de
gracia y de unción en la fe, muchos eventos no solo programados sino
imprevistos nos hicieron concentrarnos en nuestra identidad como iglesia. La
renuncia de S.S. Benedicto XVI en febrero de este año 2013 nos dio la
oportunidad de reflexionar no solo en la funcionalidad jerárquica, sino que su
ejemplo de servicio su humilde y su gran caridad en favor de la magnánima tarea
de ser vicario de Cristo. La llegada del Papa Francisco impactante desde el
principio por su sencillez y austeridad, pero sobre todo por su cercanía y el
contacto humano y fraterno que con su testimonio nos invita a imitar. Lo
doloroso sucesos de cristianos y no cristianos aterrorizados por la guerra en
Siria que fue motivo en la iglesia de una intensa oración en la que se derramo
copiosamente la gracia de Dios. Y muchos otros sucesos a nivel local que nos
han obligado benignamente a considerar nuestra fe como un acto de fidelidad a
Cristo que nos acompaña en todas nuestras congojas y que comparte nuestros
sufrimientos.
Por último queda una conclusión personal
que precisamente cada uno tendrá que realizar. Examinarnos reconociendo si
realmente aproveche este año para conocer más mi fe y afianzar más mi amista,
mi amor, mi fidelidad a Cristo.
Algo me alegra de manera muy personal y
quisiera compartírselos. He visto a muchos hijos de Dios durante este año
descubrir que la fe no es un conjunto de reglas e ideologías ajenas a cada uno,
sino que se trata de la fe “en alguien” y ese alguien es Jesús, quien amándome me
enseña a amar.
Sigamos creciendo en nuestra fe aun cuando
este año de la fe concluya el próximo 24 de noviembre con la fiesta de Cristo
Rey. Sigamos pidiéndosela a Dios pues al fin y al cabo es don y regalo suyo, y
recordemos que basta solo un poquito de fe para fermentar todo esa masa insípida,
informe y triste de los hombres que viven sin Dios.