¿Han visto la luna en estos días? Dense el tiempo de mirarla detenidamente y se darán cuenta de que tiene esa sonrisa blanca y brillante que hace del cielo de navidad uno de los mejores. Pero no siempre fue así. No claro, que no. Hubo un tiempo que duró miles y miles de años en que la luna era refunfuñona y amargada. Se burlaba de los hombres de los primeros tiempos porque en las noches en que ella no brillaba era muy difícil hacer algo y tropezaban y se caían.
Ahora que uno le pregunta por qué era así, ella contesta que sentía envidia por el sol y las estrellas, y esta envidia la cegaba de darse cuenta de que también era una obra maravillosa y querida de Dios. Sucedía que miraba cómo el sol tenía un lugar primordial y gracias a su luz y a su calor, las plantas florecían y todo tenía vida, en cambio a ella le tocaba ver a todos dormidos y lo que más le irritaba eran los ronquidos de los hombres a diferencia de las risas que le tocaba escuchar al sol durante el día.
Incluso hasta la estrellas eran privilegiadas –decía ella- porque Dios las tomó en cuenta en aquella promesa hecha a Abraham «Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo» En cambio de ella no se decía nada. Eso la enojaba mucho.
Aun a pesar de su enojo y su envidia hacia las estrellas, los luceros de la mañana que la veían llorar ya casi a punto de desaparecer del cielo por el brillo del sol, siempre le aconsejaban hablar con Dios por medio de una oración, pero la luna no las escuchaba, con actitud ignominiosa les daba la espalda y se iba sin despedirse.
Sin embargo una noche fría mientras quieta y sollozante miraba a todos dormidos , recordó las palabras de los luceros y empezó a hacer oración con sus ojitos cerrados: “Dios bueno, tú me creaste y sabes mejor que yo el por qué estoy en este mundo aunque cuando brillo todos duermen. Señor, a mi me gustaría ver cosas hermosas y obras magníficas. Perdona si te reclamo, pero es que en verdad no creo hasta hoy haber visto algo de lo que pueda enorgullecerme…a no ser los ronquidos de tus hijos.”
Dios que la miraba con ternura desde su eternidad acaricio su blanca cabeza y después señaló un punto en la tierra. La luna fijó su atención y fue aguzando la vista en aquel punto, vio primero algunos valles, después algunos pequeños montículos, y luego un caserío desde el que de nuevo percibió los ronquidos de los hombres y las mujeres que dormían plácidamente. A punto de dejarse invadir de nuevo de un sentimiento de decepción escucho un llanto infantil hermoso. Buscó desesperadamente de dónde provenía, se fijo por las ventanas de todas las casas, con riesgo de asustar a algún fulano con su resplandor incomodo. Siguió buscando luego en las posadas, hasta que afinando el oído y entrecerrando los ojos cayó en la cuenta de que aquel llanto provenía de un establo. «¿Un establo? ¡No puede ser!» se dijo a sí misma mientras se acercaba con mucho cuidado a aquel tejaban. Se asomó por una pequeña rendija del techo y lo que vio le hizo cambiar su color blanco a un tenue y celestial azul. Un muchachita cargando en sus brazos un bebe hermoso y radiante como el sol, y un varón fuerte y educado sosteniendo con asombro y admiración un pequeño candil.
Cuando Dios volvió a tocar su hombro la luna volteo a mirarlo, y Dios le dijo que era su Hijo y que ella, la luna, era el cuarto ser que lo había visto recién nacido. – Te tengo una misión- le dijo Dios muy seriamente – Voy a mandar a un Ángel con una estrella brillante en las manos y que ira conduciendo a unos reyes hasta este lugar, pero primero acompaña a mi Ángel para que los pastores que cuidan el rebaño a oscuras tengan un poco de luz. Hoy no brillará ninguna otra estrella que la de Belen, así que necesitamos tu brillo- La luna no podía creer que le estuvieran pidiendo semejante favor, cuando ya había tenido el privilegio de haber sido de las primeras en haber visto al Mesías, al Dios hecho carne, en sus primeros momentos de nacido.
De allí que especialmente en estas noches puedes desvelarte un poco y platicar con esta luna sonriente y enamorada, para que te describa la escena que ella pudo ver desde una rendija del techo del portal. Si conversas con ella sentirás su emoción desbordada que describe la dulzura de María, la cara de admiración y devoción de José y la pequeñez divina del niño Dios.
Llegado el tiempo te contaré la otra historia que solo la luna vio y que la hace de todas las creaturas del mundo, una de las más dichosas.