martes, 29 de octubre de 2013

A un año ¿re descubrí mi fe?



Estamos ya muy próximos a concluir el año de la fe que inauguro el Papa Benedicto XVI el 11 de octubre del 2012. Cuando él mismo lo proclamó fijaba el objetivo de este año: "dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia, para conducir a los hombres lejos del desierto en el cual muy a menudo se encuentran en sus vidas a la amistad con Cristo que nos da su vida plenamente".

Así con esta convocatoria y con las luces que nos aportaron las cartas “Porta Fidei” (la puerta de la fe) Benedicto XVI y la “Lumen Fidei” (la luz de la fe) que iniciará igualmente el Papa Benedicto y que concluyera el Papa Francisco, la iglesia universal fue participando en una dinámica de confrontarnos con nuestras perspectivas de la fe que tenemos en Cristo.

En primero lugar se vio la importancia de entrar en un honesto examen de conciencia que nos ayudar a reconocer nuestros contenidos, defectos y lagunas en la doctrina de nuestra fe. Nos inclinamos nuevamente hacia el catecismo de la Iglesia Católica, compendio magnifico de nuestra fe que celebrar en esta ocasión veinte año de haber sido promulgado para beneficio de todos los bautizados. Muchas comunidades promovieron no solo la posesión de estos ejemplares sino especialmente su aprovechamiento pues en ella tenemos un libre acceso a las verdades fundamentales de nuestra iglesia y de nuestra fe.

Los jóvenes tuvieron también una convocatoria especial en este año de la fe. A ellos se les entregó el “Youcat” un síntesis dinámica y con un lenguaje amigable del catecismo de la Iglesia Católica a fin de que ellos también profundizarán en el contenido de nuestra fe.

Pudiéramos referirnos ahora a dos conclusiones del año de la fe. A nivel general la Iglesia vivió un año de gracia y de unción en la fe, muchos eventos no solo programados sino imprevistos nos hicieron concentrarnos en nuestra identidad como iglesia. La renuncia de S.S. Benedicto XVI en febrero de este año 2013 nos dio la oportunidad de reflexionar no solo en la funcionalidad jerárquica, sino que su ejemplo de servicio su humilde y su gran caridad en favor de la magnánima tarea de ser vicario de Cristo. La llegada del Papa Francisco impactante desde el principio por su sencillez y austeridad, pero sobre todo por su cercanía y el contacto humano y fraterno que con su testimonio nos invita a imitar. Lo doloroso sucesos de cristianos y no cristianos aterrorizados por la guerra en Siria que fue motivo en la iglesia de una intensa oración en la que se derramo copiosamente la gracia de Dios. Y muchos otros sucesos a nivel local que nos han obligado benignamente a considerar nuestra fe como un acto de fidelidad a Cristo que nos acompaña en todas nuestras congojas y que comparte nuestros sufrimientos.

Por último queda una conclusión personal que precisamente cada uno tendrá que realizar. Examinarnos reconociendo si realmente aproveche este año para conocer más mi fe y afianzar más mi amista, mi amor, mi fidelidad a Cristo.

Algo me alegra de manera muy personal y quisiera compartírselos. He visto a muchos hijos de Dios durante este año descubrir que la fe no es un conjunto de reglas e ideologías ajenas a cada uno, sino que se trata de la fe “en alguien” y ese alguien es Jesús, quien amándome me enseña a amar.

Sigamos creciendo en nuestra fe aun cuando este año de la fe concluya el próximo 24 de noviembre con la fiesta de Cristo Rey. Sigamos pidiéndosela a Dios pues al fin y al cabo es don y regalo suyo, y recordemos que basta solo un poquito de fe para fermentar todo esa masa insípida, informe y triste de los hombres que viven sin Dios. 

martes, 24 de septiembre de 2013

Noticias retrasadas!!!

A causa de los actuales movimientos en mi vida he dejado pasar un momento importantísimo que me gusta anunciar, ¡los cien días antes de la navidad!

Pero no importa, ahora ya faltan menos ¡91 DÍAS PARA LA NAVIDAD!...para la fiesta de la Natividad del Señor. Una estrella se deja ver ya por las noches.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Carta a Pedro


A Kefás, Pedro, apóstol y vicario de Cristo, el Señor, a quien sea la gloria hoy y en la eternidad.

Admirado Pedro, (adivino que desde aquel día que con cariño el maestro te cambió el nombre has dejado atrás el Simón) tu testimonio de vida es para mí una motivación a darle más importancia a la Gracia de Jesús que a la gran cantidad de errores que he cometido. Recorro sediento cada pasaje en el que apareces en relación con el Maestro y que son muchos. A veces he llegado a pensar que Él te eligió como un caso particular que se empeño en arreglar…pero esas son ideas mías.

Lo cierto es que hoy entiendo también lo que es la fe a partir de tu experiencia. No hay apóstol que aparezca tantas veces rechazando, presumiendo, sugiriendo, ofreciendo, prometiendo, y negando a Jesús, y no intento hacerte ver mal, lo cierto es que tu relación con Jesús te llevo a hacer todo esto, y estar tan relacionado con él, no es otra cosa que fe.  Creo que tu mayor problema no fue tanto dudar de él como dudar de ti. De lo que creías de él, de lo que sentías por él,  y eso puedo comprenderlo porque yo también lo he vivido muchas veces.

Ahora por otro lado va tu personalidad, voluntariosa y extrema, tus afectos extrapolados, de la efusividad al pesimismo, de la paz al coraje en un solo momento. Tu obstinación merece toda una disertación, pero tu humildad es la que merece todo un tratado. Fuiste capaz de soportar la reprimenda más fuerte de Jesús: “¡apártate de mi Satanás!” e imagino tu rostro adolorido contemplado por los otros once sin saber que en tu interior lo que más te dolía era que aquella frase saliera de quien tanto amabas.

Dicen algunos teólogos de mi tiempo que Jesús te formó en el sufrimiento, y eso creo que es el mayor halago que nos pueden hacer. Nadie sufre por alguien a quien no ama, y tú lo amabas mucho. Y mientras estuviste con él fueron más los momentos de gloria que los de tristeza, mira que tener el privilegio de irte a orar con él a esos lugares apartados, o estar con él en la transfiguración viéndolo tal cual era, como Dios verdadero, o por último, ser el primero a quien le lavara los pies.

Definitivamente te admiro. Poco a poco su amor te fue transformando y obligándote a vaciarte de ti. Lo último de ti que quedaba fue el veneno de humanidad que te hizo negarlo, separarte de él como lo hiciera a Adán con su Creador.  Pero aún ahí tuviste el privilegio de una última mirada llena de amor y compasión. Tu llanto amargo es quizás de las cosas que más amo de ti querido Pedro. Lloraste por negar con tanto encono a aquel a quien amabas, en quien creías, a quien te tuvo tan cerca. Yo comparto tu llanto ¿dime como le hiciste para detenerlo?

Así con los ojos inundados viste muy de lejos a tu Maestro morir en la cruz, mientras en tu interior sabías que él hubiera deseado tenerte cerca. Y sabiéndote pecador no dejabas de sentir su amor y su predilección, las llaves en tus manos y la iglesia sobre tus hombros.

He querido imaginarme tu encuentro con la Madre. Alguna película reciente –te platico- nos ha regalado una escena maravillosa, y yo procuro extenderla en mi imaginación. La veo tomar tu rostro, secar tus lágrimas y acercarte a su pecho virginal, el mismo sobre el que Jesús muchas noches se quedó dormido. Ella tampoco te rechazó y se hizo la misma propuesta de su Hijo, mantenerte cerca y más ahora que eras columna de la iglesia y primero entre los apóstoles. Ella fue de mucho consuelo para ti, estoy seguro. Lo ha sido para mi.

Sin embargo la tristeza aun continuaba y aquellos tres días fueron largos y pesados, hasta que en tu impetuosidad y tratando de espantar las culpas que todavía gritaban en tu cabeza te decidiste a ir a pescar y los otros –casi en la misma situación- te acompañaron.

Allí fue el encuentro, el momento decisivo, el punto más alto de lo que viviste con él en el mundo. Tus ojos hinchados no supieron reconocerlo y fue el discípulo amado el que te lo indicó. Estaba ahí, en la orilla, era el Maestro. Como antes tu impulsiva alegría y amor te hicieron desnudarte y arrojarte al agua, ahora ya no importaba caminar sobre ella, sabías nadar y lo importante era llegar a él. Y al fin llegaste y frente a él no supiste qué hacer, miles de sentimientos desconocidos se agolpaban en tu pecho y lo mirabas frente a ti vivo y amante. Después vendría la más hermosa conversación que hayas tenido con él. Era su testamento y con eso concluía tu formación. Dos “me amas”, tres humildes y honestos “te quiero” dichos con la garganta destrozada por el dolor y la culpa que se desvanecía milagrosamente ante su confianza fiel en ti: “apacienta mis corderos”. Bien lo dicen los himnos del Antiguo Testamento “El Señor lo ha jurado y no se arrepiente. Tu eres sacerdote eternamente según el rito de Melquisedec.” No, Dios no se arrepiente. Todos sus apóstoles deberíamos recordar eso y tenerlo muy grabado en el corazón.

Y después regreso a su Gloria, sin abandonarnos a nosotros. Ahí empezó la historia de Pedro, el primero de los apóstoles cuyo corazón se había transformado manteniendo lo más maravilloso que había en él, la humildad. Y entonces déjame decirte que me fascina tu respuesta en aquel encuentro con Cornelio quien se arrodilla ante ti mientras tú le dices “levántate, que yo también soy un simple hombre” y fue también tu humildad la que estuvo presente al final de tu vida en una cruz invertida pues asegurabas no merecer morir de la misma manera que tu Maestro.

Definitivamente, mi querido Pedro, eres mi santo favorito, aunque la expresión te sonroje en el cielo. De ti estoy aprendiendo a formarme aun a pesar de mis grandes errores, necedades, negaciones. De ti tenemos que aprender a tener la humildad para no creer que nuestros pecados son más grandes que su gracia y su misericordia. Así que ya que estás tan cerca de él te pido que pidas por todos sus apóstoles y por mí, que disfruto tanto de su misericordia, pero que necesito tanto de su paciencia.


San Pedro apóstol, ruega por nosotros. 

lunes, 5 de agosto de 2013

Amor creador


Aquel día de la eternidad Dios Padre dejó verse más alegre y radiante que de costumbre, su Hijo y el inquieto Espíritu Santo se miraron y no tuvieron más remedio que sonreír al saber lo que venía. El amor era tan denso en aquel momento que era más visible que todas las nubes del cielo, podía incluso saborearse con tan sólo pasar la lengua sobre los labios y sabía a aquella tierra que manaba leche y miel y  que algún día conocerían los hombres.

 El Hijo y el Espíritu Santo se colocaron en torno al Padre para acompañarlo ante el prodigio que iba a realizar, y así inició el espectáculo más hermoso que el universo haya conocido, el milagro de la creación. En la mente de Dios apareció la luz y el Hijo la pronunció mientras el Espíritu le daba forma sensible, todo, en una simultánea acción que provocaba la alegría de millares de ángeles que acompañaban con sus coros aquella trascendental escena. Del mismo modo surgieron en seis diferentes movimientos el cielo y la tierra, el agua y las plantas, los astros y todo empezó a tener una tonalidad más solemne cuando se dio inicio a la creación de  los seres animados que vivirían en el agua y sobre la tierra. El Hijo para este momento tornó su mirada al Padre y asintieron  en el momento culmen de la creación mientras el Espíritu aún se encargaba de detallitos como los ciclos estacionales, las formas de reproducción, el color de los millones de mariposas y como la prisa del Padre por hacer su obra cumbre era tanta, dejó que el camaleón pudiera elegir siempre el color de su piel.

Así se prepararon los tres en una orquestada y mística acción, el Padre miró a su Hijo con una mirada profundísima de amor y tomando de la misma tierra un poco de arcilla, empezó a formar la figura humana…era tan parecida a Él…a Ellos, que cuando la miró una lagrima de satisfacción brotó. Aun faltaba lo mejor: suspiró y el Espíritu Santo brotó de sus labios y entrando por la nariz de aquella figura llenó de vida todo su cuerpo. -He aquí al hombre-  se escuchó pronunciar al Hijo. El Padre lo depositó sobre unas espigas de trigo verde en un campo hermoso y los tres miraron su obra con amor y ternura.

Sin apartar su mirada del hombre, las tres divinas personas supieron que en aquel lugar estaba ya presente el primer enemigo del hombre: el engañador. él también miraba al hombre aunque con curiosidad y enojo. -¿Así que es como ustedes?- preguntó, y Dios asintió diciendo –es semejante a nosotros. Es inteligente, es libre, sabe amar y es creador.  

-¿Es creador?- pregunto el demonio. –Así es-  ¿y creará más hombres? –Así será- contestó el Hijo. El demonio sonrió hacía si mismo creyendo que Dios no conocía sus intenciones -¿Y qué poder le has dado para hacerlo? ¿Cuál es la formula? Sin dejar de ver al hombre Dios siguió contestando  -cada vez que el hombre se una a la mujer  en solemnísima intimidad, en un momento de profundo y denso amor y consagración, nosotros escucharemos ese llamado a la vida  y tendremos la confianza de enviar una nueva creatura a sus vidas. El hombre por ser semejante a nosotros amará y será creador al mismo tiempo.

El demonio no pudo reprimir su risa y lanzó una aguda carcajada que se escuchó por todo el universo recién creado. Dios no dejaba de mirar al hombre con ternura. – ¿Así que tú crees que el hombre usará siempre el placer de estar en la intimidad con alguien con el deseo de crear vida? –dijo el demonio sin dejar de sonreír. ¿Crees que este cuerpo tan sensible al calor, al roce de la piel, pueda detenerse a pensar en crear? ¿Crees que su mente se elevará hasta ti cada que desee unirse a alguien? Creo –dijo Dios sin dejar de mirar al hombre con ternura- que he hecho al hombre para amar y crear. Creo en mi obra y en la felicidad inmensa y verdadera que pueden conseguir amando y creando. Creo que podrán ver mi amor en su amor, que podrán ver mi amor en el milagro de la vida y que solo serán verdaderamente felices cuando descubran la grandeza del don de su sexualidad. Creo que llegará el momento en que el hombre ame y cree aún sin necesidad de intimidad sexual.

¿Sexualidad? ¿Así lo llamarán? Se-xua-li-dad – repitió el demonio con intenciones tan terribles haciendo que  por primera vez el término retumbará en el universo como algo funesto. “Sexualidad” dijo Dios sanando nuevamente el término y haciendo que el universo lo escuchara con su verdadero sentido. El demonio continuó – Tengo que decirte, que no creo que algún hombre pueda vivir eso sin olvidarse al menos un poco de ti – El Hijo respondió – Estoy seguro que un hombre les descubrirá como vivir este gran regalo.

El demonio, por ventura no puso atención a lo dicho por el Hijo, porque se regodeaba de las miles de posibilidades de hacer desviar al hombre del amor de Dios con aquel don. Su imaginación intuía a los millones de hombres y mujeres que rebajarían el milagro del amor-creador a un simple momento de placer, veía los millones de vidas regaladas por Dios con confianza a los hombres abortadas por la imprudencia y falta de conciencia. Imaginaba también las perversiones egoístas del don de la sexualidad, o por lo menos se alegraba de la angustia que podría crear en algunos haciéndoles creer que tal don era más bien un castigo por el que vivir asustados y mortificados. Él demonio también disfrutó de aquel momento, aunque de una manera terrible.


Dios seguía mirando al hombre con ternura. Acarició sus mejillas y poniendo su diestra sobre su frente dijo: «No me arrepiento de haberte hecho semejante a mí. Me complazco en el amor que crea, que genera. No lo olvides; mi tierna creación, mi futuro hijo.» Y dando una fuerte palmada hizo que la historia de la humanidad corriera, siempre sin dejar de mirar con ternura al hombre. 


lunes, 8 de julio de 2013

NUESTRA VOCACIÓN ES LA LIBERTAD

“Nuestra vocación es la libertad” (Gal 5, 13), así lo afirma San Pablo en la carta a los Gálatas. Y es una verdad que no debemos olvidar.

La esclavitud parece formar parte de esta naturaleza humana lastimada gravemente por el pecado. El hombre no solo tiende a esclavizar sino incluso, y mayormente, a ser esclavo.

En las distintas etapas de la historia humana reconocemos los graves momentos en que el hombre ha atentado de manera pública contra esta vocación de la que nos habla San Pablo. Los grandes imperios veían como algo natural la conquista de nuevos territorios con la consecuente esclavitud de quienes morarán en sus recién adquiridos territorios. En los mejores de los casos se fueron estableciendo normas que regularan algunos “derechos” para los esclavos, sin embargo nunca se tuvo lo verdaderamente importante. Actualmente la esclavitud es un tema aberrante y nauseabundo que ataca las esferas más indefensas y marginales de nuestra sociedad: la trata de mujeres, la terrible y ofensiva prostitución infantil, los trabajos indignos y mal remunerados en condiciones pésimas para cualquier ser humano. Sí, la esclavitud aún existe.

El hombre aún sigue cayendo en la tentación de ser como “dioses”, dioses egoístas e inhumanos que no son capaces de reconocer la dignidad de quienes tratan como a un simple objeto de producción e interés.

Sin embargo aún más dramático resulta el ver a un hombre entregar su propia libertad y hacerse esclavo de tantas y tantas cosas que hieren y pervierten no solo su dignidad y derechos humanos, sino la dignidad que Dios mismo ha querido darle haciéndonos hijos suyos.

Y así recorremos la vida posiblemente siendo esclavos del consumismo que nos obliga a entrar en una carrera acelerada por llenar vacios en nuestra vida. Otras veces somos esclavos de un pasado que nos rehusamos a dejar atrás y venimos arrastrando dolorosamente. Otras veces somos esclavos del dolor, y nos gusta mantener heridas abiertas que pudieron haberse cerrado hace muchos años. Somos esclavos de una serie de sentimientos (rencores, tristezas, envidias) que toman las riendas de nuestra vida y nos arrastran sin piedad atropellando a todos a nuestro paso. Somos esclavos de nuestras ocupaciones y trabajos, en una carrera por el éxito en la que vamos dejando atrás olvidados a la gente a la que amamos. Y quizás unas de las mas vividas por quienes de alguna manera deseamos mantenernos cerca de Dios es la esclavitud a ciertas “caricaturas o mascaras” que nos hacen sentir buenos y que esconden aquello que realmente no estamos dispuestos a cambiar, a convertir.

Otras tantas veces somos verdaderos dictadores sobre la libertad de los otros. No sabemos cómo dejar que la gente a la que amamos sea libre sin que suframos. Algunos papás no saben en qué momento o hasta qué punto su hijo puede ser libre. Los esposos no saben cómo dejar libre a su cónyuge por miedos o en el peor de los casos por celos infundados. Las parejas de novios parecen querer adueñarse a fuerza de manipulaciones crueles de la vida del otro. Los amigos se enojan porque no pueden obligar a su otro amigo a seguir o tal consejo. Los más inmaduros llegan a poner límites en el trato con los demás y les prohíben a hacer nuevos amigos. El ser humano parece no reconocer la esclavitud cuando la está viviendo o ejercitando.  

Cada Pascua el pueblo Judío celebraba la fiesta de su liberación, y un día llego Jesús y les hizo ver a muchos que aún que seguían siendo esclavos y nos ofreció la libertad. La verdadera libertad.

Nos la explico de muchas maneras. Nos presentó a un Padre, que respetando la libertad de su Hijo le entrega su parte de la herencia y se queda esperando pacientemente su regreso. Nos presenta a un pastor que sin reclamos va en busca de la oveja que se le perdió y cuando la encuentra la carga en sus hombres y la restituye al rebaño. Lloró calladamente al ver a Jerusalén mientras musitaba “¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Mt 23, 37)

La libertad queridos amigos, se vive al modo de Dios. Se trata de amarme lo suficiente como para ser dueño de mí mismo sin que nada obstaculice mi camino a la perfección. No le puedo permitir a nada y a nadie que atropelle mi dignidad, ni si quiera me lo puedo permitir a mí mismo. Respetar la libertad del otro es amarlo verdaderamente y esperarlo con paciencia como el Padre de la Parábola. Significa valorar al que respeta mi libertad y no usar mi libertad para justificarme y evitar compromisos.

La libertad de tus hijos, querido padre y madre de familia, es confiar en la labor que hiciste con ellos desde pequeños para reconocer la voluntad de Dios y saber que aún cuando hiciste eso, tus hijos tienen derecho a fallar y a corregirse. Es duro, es difícil, pero Dios es nuestro modelo de misericordia y paciencia ante la libertad humana.

La libertad, queridos esposos, es un compromiso para ser siempre uno y caminar unidos hacia la perfección y el éxito de toda una familia, y no solo de los planes y proyectos de uno.

La libertad, queridos muchachos que viven el noviazgo, es el ejercicio de aprender a comunicarse con claridad y respeto al mismo tiempo que se apoyan el uno al otro en perfeccionarse personalmente en el desarrollo de sus capacidades y en su dignidad como hijos de Dios para que lleguen el día de su matrimonio a ofrecerse el uno al otro lo mejor de sí gracias al apoyo del otro.

La libertad es para los amigos un signo de verdadera amistad. Nunca será un buen amigo quien te manipula y te conduce a ser peor persona.


Nuestra vocación es la libertad. Dios nos quiere libres, despójate, libérate de pesadumbres que no deberían formar parte de tu vida y que te impiden caminar con la cabeza en alto. Vivamos libremente mientras respetamos y amamos la libertad de los demás. 

miércoles, 12 de junio de 2013

La reconciliación después de la confesión

No recuerdo mi primera confesión, aunque me gustaría mucho hacerlo. Sin embargo sí puedo recordar la primera vez que conscientemente viví la reconciliación con Dios por medio del sacramento de la confesión. Pudiera parecer que dije lo mismo, y sin embargo hay una gran diferencia. La primera seguramente la realicé como parte de una ley (noble en su origen sin duda y que me preparó para la segunda) en mi catequesis infantil, mientras que la segunda surgió de mi necesidad, de mi sed de Dios. Ambas fueron momentos sacramentales en que Dios me otorgó su perdón, pero no en todas hubo verdadera reconciliación en mi interior.


Y es que eso precisamente es lo que hace la gran diferencia entre una confesión y una reconciliación. Mientras que la primera puede reducirse a la enunciación de una o más faltas conforme a una ley básica revisada a modo de "checklist" la segunda surge de aquel "dolor de los pecados" por reconocer que en algún punto del camino me alejé, por propia voluntad, de ese amor envolvente de Dios, a veces más conscientemente otras menos, pero ambas aportando distancia entre mi y Su amor.

Pero no solo es el reconocimiento lo que hace única una verdadera confesión, sino el modo en que precisamente concluye ese hermoso rito en el que Dios a través del sacerdote, extiende su mano sobre mi cabeza restituyéndome mi dignidad y fortaleciendome para la nueva lucha mientras me bendice como seguramente lo hizo aquel Padre pródigo con su hijo desobediente a su regreso. 

Junto con ese signo de su perdón, hay algo igualmente delicioso, un placer divino -porque definitivamente viene de él- y que es el deseo de no volver a abandonarlo, el anhelo de pertenecerle completamente sin guardarme nada para mi. El deseo de no volver apartarme de su lado. Surge esa divina sed que sólo ÉL puede saciar y que me comprometo en ese momento a no volver llenar con algo que no sea El. 

Eso es reconciliación. Es como esas escenas que se ven en las películas y que suceden cada vez menos en la vida real, donde en la pareja uno de los cónyuges comete un grave error e infidelidad y después de muchos tropiezos reconoce lo que ha perdido y con gran dolor en el corazón, lágrimas en los ojos y honesta voluntad reconoce su falta y promete no volver a caer. 

Quien vive este dolor y este anhelo ha vivido una verdadera reconciliación con Dios. Nunca será reconciliación si no existe en mi en ese momento el honesto deseo de no volverlo a traicionar. 

Claro que no olvido que nuestra fragilidad nos pueden llevar a caer nuevamente, pero que esta idea no se convierta en una justificación que me haga perder el deseo de no traicionarlo, de entregarme completamente a Él. 

Dejemos que su misericordia transforme ese maravilloso momento en que nos recibe, nos perdona y nos abraza, mientras lo escuchamos decir aquello mismo que Jesús le dijo a la pecadora pública: "vete y no vuelvas a pecar"


Les dejó una pequeña oración que he escrito y que busca precisamente manifestar ese anhelo de reconciliación con Dios y de total entrega a la gracia. 

Padre bueno, que por el sacrificio de tu Hijo en la cruz y mediante el Espíritu Santo me concedes el perdón de mis infidelidades,  hazme volver a ti y aumenta mi sed de ti, para no abandonarte de nuevo y no pecar más rechazando tu amor. Quiero ser todo tuyo como tu te me has dado por completo a mi, Dios mio. Amén. 

lunes, 20 de mayo de 2013

"Han tomado demasiado vino..." (Hch 2, 13)


Como algo que Dios ha infundido en mi persona reconozco mi deseo de ser abierto las diferentes expresiones de fe de todas las personas. Esta sensibilidad, que yo creo firmemente viene de Dios, me ha ayudado a escuchar con respeto las distintas formas en que la gente sencilla va viviendo su fe y si hay necesidad de corregir algo, hacerlo con caridad, delicadeza sin perder el objetivo y decirlo claramente. 


Hemos celebrado recientemente la fiesta de Pentecostés, y nuevamente me tocó escuchar muchas voces entorno a esta celebración de la venida del que es el protagonista actual en la santificación de la iglesia. Por un lado escucho a muchos hermanos que se han preparado sistemáticamente en la doctrina de la fe y dan su opinión sobre lo excesos en que se puede incurrir en una mal dirigida piedad pneumatologica y escuché a los otros que hacen de la fiesta de Pentecostés un día mágico y portentoso como no lo es ningún otro día, y esperan con ansia su llegada. 

Yo esta vez quise ser observador, al mismo tiempo que en mi labor de pastor fui organizando la Vigilia de Pentecostés de mi parroquia. La experiencia fue enriquecedora y me dio la oportunidad de tener mi punto de vista, no personal, sino en comunión con Dios. 

Mi visión ha sido la siguiente. Nuestra iglesia necesita, definitivamente, dar la importancia que en realidad tiene el Espíritu Santo como Santificador nuestro. Esa es su misión: santificarnos. Si esta misión no se va cumpliendo como un compromiso vital en la vida de quienes buscan tanto la "asistencia del Espíritu Santo" seguirá siendo difícil que los otros crean en sus experiencias o que las perciban como una simple búsqueda de lo extraordinario o de lo emotivo y sensitivo. Si no existe un verdadero caminar en la conversión a la Santidad, se desvirtuará tal piedad. 

Sin embargo por el otro lado hago un llamado muy especial a quienes como yo hemos de alguna manera minimizado la experiencia de nuestros hermanos de renovación. Podemos correr el riesgo de generalizar algo que hemos visto sólo en unas cuantas o (muchas, pero jamás todas) personas. Yo puedo decir con mucha alegría que he visto a muchos de esos "borrachos del Espíritu Santo" en esa misma lucha que yo vivo caminando verdadera y honestamente hacia la Santidad.

He caído en la cuenta de que tampoco puedo menospreciar la diferentes formas en las que Espíritu se expresa, pero mantengo mi vigilancia en los excesos y en el protagonismo de lo que es secundario según lo decía el mismo San Pablo "ustedes aspiren a los dones más valiosos" y presentaba así al amor como el don perfecto que nos hace verdaderos discípulos. 

Así pues con esta mentalidad colaboré y asesoré la Vigilia de Pentecostés y me di la oportunidad de vivir un momento definitivamente especial. Todo momento de oración es un momento especial, y yo me dispuse a orar al Espíritu Santo, a cantar y un poco bailar aunque no se me de mucho. Escuche las predicaciones de un expositor carismático de experiencia, que me enriqueció de muchas maneras, y después vino el turno de Gerardo Rivera, uno de mis jóvenes y coordinador de la Pastoral Juvenil  (de espiritualidad carismática también)  a quien pedí que compartiera una predicación acerca del Espíritu Santo como fuego y a quien fui asesorando. Ahí comprendí que la apertura y la compañía de los pastores es fundamental en toda experiencia de Dios, recordé mi obligación de conducir a las ovejas a "los pastos verdes y a las aguas tranquilas" y también vi que la docilidad de aquel muchacho también era un ejemplo para todos los que viven esta espiritualidad. Fue así que la combinación entre el soporte sacerdotal, su docilidad al sacerdote y por supuesto la oración continúa por ese momento dieron como resultado una gran predicación que yo y todos los que estuvimos ahí pudimos disfrutar. Allí definí que la cooperación de todos es comunión que expresa amor y por tanto a Dios.

Luego vinieron las alabanzas, los cantos, y otras devociones. Parecían borrachos, pero no eran los primeros en la historia de la iglesia. Me quedaba claro que mi labor consistirá entonces en que vivan embriagados del Espíritu Santo, o como lo diría la recta doctrina "inhabitados" por él, así como he buscado que sean dóciles a la voluntad del Padre, y apasionados amantes de Cristo. 

Mi expresión de fe favorita para ofrecerle al Espíritu Santo, no es levantar las manos, o exclamar a vivas voces, no busco hablar en lenguas más que aquellas con las que me pueda hacerme entender al que no conoce o ama aún a Dios, sigo buscando ganarme la confianza y establecer una relación comprometida con una persona y descubrir que es lo que bulle en su interior, a recibir un moción interna y espontánea, en fin, mi expresión de fe favorita para ofrecer al Espíritu Santo es mi búsqueda de la santidad, sin por ello despreciar esos gestos sencillos que no recientemente ha venido haciendo en los bautizados que lo invocan con fe sencilla. 

Como un compromiso personal en este Pentecostés he querido manifestar más abiertamente mi amor personal a Dios Espíritu Santo, que me hizo hijo de Dios en el bautismo, que me capacitó como apóstol de Cristo en la confirmación, que me consagro sacerdote en mi ordenación sacerdotal, que viene a este simple y humilde siervo para administrar la gracia de Dios, y por supuesto que hace arder mi corazón por Cristo y me emborracha sin sentir vergüenza de ello. 


viernes, 10 de mayo de 2013

Carta de una Madre a otra



Querida hija, se acerca el día de ese especialísimo festejo por nuestra maternidad. Tu y yo somos madres, Dios nos permitió serlo. Él hizo de nuestro vientre el escenario del milagro que él más ama: el hombre. 

Escúchame, no hay bebé en el vientre de una mujer que Dios no haya querido con plena voluntad y amor depositar ahí, en las condiciones más felices o más trágicas. Para él un niño es razón de alegría en medio del dolor, y así alegra la vida en el mundo, así nos alegró a ti y a mí ¿o no recuerdas la alegría inefable e indescriptible de cargar por primera vez a ese pedacito de vida por primera vez? Eso nunca puede ser olvidado por una madre. La maternidad es sacramento de Dios, imagen de su amor. 

Concebir un hijo, sentir como Dios lo va tejiendo durante esos meses, descubrir sus primeros latidos, reconocer sus movimientos es un privilegio que solo tú y yo, querida hija, podemos contar. Sabes que hay otras mujeres que todavía vivieron un milagro mayor porque sin llevarlos en su vientre vieron cómo Dios hizo aparecer un hijo que no concibieron, pero que tan pronto como lo recibieron lo amaron como si lo hubieran hecho. Dios busca siempre mamás para todos los pequeñitos en el mundo. 

Todos tienen destinada una mamá, así lo tenía contemplado Dios en su eternidad. 
Y el día que nació tu hijo te diste cuenta que no sabíamos qué hacer, buscamos consejos, leíste infinidad de libros y aún así muchas noches nos levantamos a verificar su tranquila respiración y hasta quizás lo despertamos a propósito para saber que estaba bien, valía la pena el llanto y el esfuerzo por dormirlos de nuevo. 

Así hemos aprendido a ser mamás. Sé que has orado muchas veces pidiéndole a nuestro Padre Dios la sabiduría para hacer bien la tarea que te ha confiado. Te he visto llorando por que alguna vez cometiste un error al corregirlo, y sé como sufres ahora que ya no son niños. 

Déjame darte algunos consejos, querida hija, y estoy segura que te servirán. 

Recuerda siempre que esos grandes amores nuestros no nos pertenecen y eso no significa solo dejarlos libres, sino conducirlos a quien en verdad pertenecen: Dios, su verdadero Padre. Enséñales que este mundo es un regalo maravilloso en el que tienen que ser productivos y creadores como lo es su Padre. Enséñalos a amar, esa es una clase que no dan en ninguna escuela. Enséñalos a orar, a cantar, a bailar. 

Llegará el momento, querida hija, en que deberás dejarlos libres con todo el riesgo que esto implica, así les enseñarás el buen uso de su libertad, y ellos aprenderán quizás a partir de sus errores. Si tú hiciste lo propio, si creaste en ellos esta clara conciencia de su origen, de su dignidad de hijos de Dios, entonces algún día te llegarán con la novedad de hacer algo que descubren como la voluntad de Dios en sus vidas. Déjalos que lo hagan. 

El camino de todos los hombres implica dolores y sufrimiento junto con alegrías y satisfacciones. Se consiente de eso. Tu labor a partir de que ellos dejan la casa es la oración y solo eso. Nada más que eso. Si hiciste bien tu trabajo y eres una mujer de fe sabrás que lo que se pone en manos de Dios nunca se pierde. 

Un consejo más, por si acaso te tocar vivir lo que yo viví. Dios da la muerte y la vida, pero todo lo que es de él nunca muere. La muerte ha sido vencida. Veo a muchas mujeres llorar por la muerte de sus hijos, yo estoy muy cerca de ellas. Tu hijo no está muerto. Vive. Vive con su Padre por la eternidad y te espera. La muerte ha sido vencida. La venció mi Hijo. 

Yo estoy contigo, mi Hijo me los dio a ustedes y los amo. Yo también soy mamá, yo también escucho la suplicas que me diriges, las pongo en mi manto y las entrego a mi Hijo, ninguna queda sin respuesta.

Felicidades querida hija, porque eres madre y así eres sacramento de las entrañas amorosas de Dios. Escúchame y recuerda bien tu que hoy sufres y te sientes sola ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? Ven a mí y yo te conduciré a mi Hijo. 

María de Nazareth.

jueves, 28 de marzo de 2013

En la noche del dolor


Hoy volví a platicar con la luna, no lo hacía desde diciembre cuando me contó a punto de explotar de alegría el momento en que vio a su Señor nacer hecho carne, pequeñito y tierno. Sin embargo hoy que la vi, su rostro blanco derramada lagrimas plateadas y murmullos dolientes.

“Hoy tengo que platicarte de la otra noche tan hermosa como la primera, pero llena de dolor –me dijo, sin verme a los ojos- Yo lo vi pequeñito y poco a poco fue creciendo en gracia y sabiduría. Lo vi cada noche elevar su rostro, sonreírme saludándome como si me conociera desde siempre y luego con la cabeza levantada cerrar sus hermosos ojos negros y decir: Abba. Esa escena fue mi alimento durante varios años. Yo oraba con él.

Un día sin embargo en el rito de cada noche abrió sus ojos y empezó a llorar tranquilo. Yo sabía que había tomado una decisión. Escuche miles de ángeles sollozar junto a él. Aquella noche sus labios prolongaron una frase: Abba, vamos a Jerusalén.

Esa noche inicio en su corazón un ritmo acelerado de profundo amor. Las oraciones eran más prolongadas cada noche. Y así un día de fiesta, mientras todos celebraban él se hizo acompañar de tres de los suyos y alejándose un poco de ellos entre los olivos inicio de rodillas su oración. De rodillas. Mi Señor de rodillas…
Esta vez no cerró los ojos me miro nuevamente y no me sonrió, pero sus ojos estaban tan cargados de ternura como de lágrimas. Su voz sonó fuerte y cargada de emoción: «Abba, papito, papasito». Extendía los brazos hacia el cielo como un bebe que espera ser cargado por su madre y cobijado entre sus brazos. Abba, seguía diciendo cada vez más profundamente. Nunca lo había visto llorar tanto, el aire le faltaba y se doblaba sobre sí como si un fuerte dolor carcomiera sus adentros.

Respiro profundamente. Seco sus lágrimas con la manga de aquella hermosa túnica que en otra noche vi a su madre hacerle. Se levantó y camino hacia los suyos. Los encontró dormidos. Los miró con ternura y compasión y fue tocándoles su rostro para despertarlos. Despierten, velen y oren para no caer en la tentación, y les dijo algo más que no fui capaz de oir porque me dolía darme cuenta que en esa tierra solo yo y alguien más compartían su dolor.

En una casa no lejos de ahí su madre lloraba también. Silenciosa como siempre. Obediente como siempre. Besaba con ternura el manto que su Hijo había olvidado aquella tarde antes de la cena con sus discípulos. Tocaba su vientre como queriendo recordar el día en que por milagro divino se tejió en su seno aquel por quien hoy lloraba. Ella también musitaba: Abba, abba.

Mi Señor regresó a su lugar y se desplomó en el suelo. Sus fuerzas habían desparecido por un momento y pensé que había desfallecido. Al poco tiempo se levanto, sobre su rostro hermoso gruesas de gotas de sangre resbalaban rodeando sus ojos horrorizados. Era un pequeñito, un niño abandonado y perdido, la soledad lo había tentado y lo había herido. Dos ángeles aparecieron detrás de él y lo abrazaron como yo habría querido hacerlo. Lloraban con él. Respiro profundamente y dijo: «Padre, aleja de mi este cáliz» Bajó su cabeza, juntó sus manos y aspiro el aroma de la noche «pero que no se haga mi voluntad sino la tuya».
Al poco tiempo llegaron esos cobardes armados como si él fuera capaz de hacerles daño. Pero eso no me interesa contártelo. Es la maldad del hombre que aprovecha la noche porque cree no ser visto.

Hay algo que no te han dicho, después de que Judas lo besó, mi Señor, tomo en sus manos el rostro de Judas y le devolvió el beso mirándolo con compasión. Yo lo vi. Vi su mirada inocente y llena de perdón. Un perdón que fue rechazado y llevó a la muerte.

Déjame llorar esta noche, porque fue en una noche como esta que sucedió. En medio de su aprehensión el miró nuevamente el cielo, y ahora sí me sonrió. Me prometía algo que pronto iba a suceder, y que también pronto te contaré. Hoy déjame llorarlo, como lloró él por ustedes.”

La luna se quedó callada y yo respete su silencio. Su narración era evangelio no contado, testimonio de amor sufriente y sin reclamos. Hoy es la noche en que fue encarcelado el que nos vino a dar libertad, esta es la noche en que las cárceles son visitadas por quien ama al pecador más arrepentido de sus culpas y lo acaricia y le devuelve un beso en la mejilla por cada petición de perdón.  

viernes, 1 de marzo de 2013

CRISTO Y LOS CRISTIANOS, CAUSA DE ESCÁNDALO


Ante los eventos actuales de la Iglesia se alzan miles de voces que lanzan condenas y juicios faltos de fe, de caridad y de verdad. Intento no ser un simple fundamentalista católico ofendido por todo lo que dicen mi familia eclesial, aunque no deja de dolerme. Y me duele más allá de sus palabras la terrible confusión que generan en “estos más pequeños”.

Amo a mi Iglesia. Soy bautizado por una misericordia de Dios de la que puedo dar testimonio de haber conocido en esta comunidad, pedí ser sacerdote por una serie de convicciones unidas a una vocación misteriosa que me dio la oportunidad de consagrarme a un servicio sobrenatural.  Con todo lo anterior van incluidas las muchísimas imperfecciones y hasta atrocidades que suceden en la iglesia. Amo a mi Iglesia. Es una familia en la que en ratos me siento orgulloso de mis hermanos y en otros ratos me duelo con sus errores, como seguro ellos lo hacen conmigo. La amo porque está unida a Cristo y Cristo le da una vida que no podría tener jamás por sí misma. He visto al Espíritu Santo aletear constantemente sobre el caos que a veces producimos. Miro las cruces, las pocas pero deslumbrantes cruces en las que se sacrifican silenciosamente amantes de Cristo que jamás serán reconocidos. Esta es mi familia, esta es mi iglesia.

Por eso ahora que de modo tan atroz y parcial miro a los medios de comunicación, especialmente en mi país dar opiniones tan cortas y tan “del mundo”, no puede más que dolerme que se reduzca a mi familia, a mi iglesia, a una política al modo meramente nacional.

En sus opiniones se ha excluido por completo la presencia de Dios. Ni el Padre, ni el Hijo, ni el Espíritu Santo parecieran formar parte de estas quinielas y apuestas cuyo resultado terminará sorprendiendo a todos. Y es que precisamente esta historia descalabrada de la Iglesia muestra la presencia de Dios; en ella se hace realidad aquello de que “Dios escribe derecho en reglones torcidos”. Esta iglesia llena de hombres terriblemente imperfectos y puesta bajo su autoridad ha visto como Dios es experto en arreglar y sacar algo bueno de nuestros más escandalosos errores. Allí en esos momentos es cuando especialmente se reconoce su misericordia. Dios está ahí y no lo podemos excluir. Hacerlo es una gran necedad.

Me arriesgo a imaginar a muchos de nuestros principales informadores en el tiempo de Jesús reportando que Jesús era un simple izquierdista revolucionario. Que María Magdalena era una prostituta constituida lideresa de un gremio de mujeres poderosas de las que sacar dinero.  Que María, la madre de Jesús era una apocada mujer digna de ser invitada a uno de estos programas donde exhiben (las muchas veces falsas) desgracias familiares. Que Pedro no era más que uno de esos políticos sin estudios pero muy vivaz como para ganarse la confianza de Jesús. Y que especialmente la noticia más relevante en la pasión fuera la del Cesar por fin aceptado por los fariseos como Rey en un hecho histórico. Sin fe, sin Dios, todo es noticia de un solo día. Sin fe no hay evangelio, sin fe no hay historia de la salvación continua.

El escándalo actual empezó con la renuncia del Santo Padre, hecho realmente histórico, en referencia al pasado, pero no al futuro.  Un Papa que “abandona el poder” dijo alguno y al fin pude sonreír un poco porque mi Papa estaba más interesado en retirarse “a la oración” que mantenerse en ese “poder”. Después empezaron las especulaciones que iban desde lo político hasta lo cataclísmico. Luego vinieron las apuestas bajo el juicio de las “posibilidades” de cada uno.

A todos nuestros informadores  y a todos los que se encuentran un poco confundidos simplemente les sugiero que tomen en cuenta algo: Dios está detrás de la renuncia del Santo Padre, Dios está en este momento en la historia de la Iglesia, y Dios tomará el primer lugar en el conclave. Habrá muchos que quieran desterrarlo, pero Dios nunca abandona a su Iglesia.

Todo esto me ayudado a asumir, a encarnar en mi aquellas palabras de San Pablo acerca de la cruz de Cristo «pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles» (1 Cor 1, 23) La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo sufre con su redentor y así sufriente es testimonio en medio del mundo de su unión con Cristo Cabeza de esta iglesia.

Invito entonces a todos nuestros informadores a que tomen en cuesta esto, porque sin Dios, sin fe su información es totalmente parcial.

 

miércoles, 6 de febrero de 2013

Gru, Nelson, Ralph y otros personajes amables


Recientemente tuve la oportunidad de ver (y en varias ocasiones) la última película de Disney-Pixar,  Ralph. Es la historia de un personaje de videojuegos que simplemente cansado de ser el personaje “malo” siempre excluido y solitario se decide por cambiar su propia vida y ganarse el afecto y el reconocimiento de los demás. La tarea no le resulta nada fácil. Y es precisamente en una de las muchas trabas en las que he fijado mi atención por ser una de las más sutiles y poderosas.
El día que Ralph, aquel “hombresote” adiestrado para demoler se decide a cambiar encuentra una resistencia muy fuerte, no dentro de él mismo sino dentro de los “buenos”. En esta gráfica separación de bandos los buenos le hacen saber que él jamás podrá hacer algo bueno. Junto con ellos a lo largo de la película más comentarios irán tratando de reafirmar aquella visión y parece no haber posibilidad de cambiarla.

Incluso ya al final de la película Ralph asume que toda su fuerza siempre ha servido para destruir y que posiblemente lo seguirá haciendo, sin darse cuenta que en su interior algo había cambiado desde hace mucho, pero a él se le hace difícil creérselo. No es capaz de creer en sí mismo ni en lo bueno que ya ha hecho.

Es difícil no amar aquel personaje que mientras asegura que es malo (como todos se lo han dicho) muestra un corazón abierto a las necesidades y sentimientos de los demás.

Algo semejante sucede con Gru, personaje protagónico y comiquísimo de la película “Mi villano favorito” (Despicable me) de la misma casa productora.  En esta película queda claro que hay incluso una organización criminal cuyo afán es competir infantilmente (literalmente como niños llamando la atención) por ser el villano más reconocido.
De los tres villanos que aparecen (incluyendo al dueño de un banco que apoya aquellas aventuras maquiavélicas) solamente Gru cuenta con la compañía de “personas” con sentimientos y emociones muy a flor de piel, los minions, y el doctor. La soledad parece ser siempre un factor importante para entender a los grandes villanos.

La “conversión” de Gru, si queremos llamarle de algún modo, vendrá con la presencia de tres adorables huerfanitas llenas de amor para regalar, incluso al raro espécimen que tiene como mascota Gru. La relación humana sin prejuicios y que simplemente disfruta del otro va generando una red de conexiones afectivas que finalmente le dan a Gru lo que siempre había querido  ¿la luna? No, el amor que siempre quiso de su madre y que no le pudo dar porque tampoco ella sabía cómo hacerlo.  Una cuestión más bien de “incapacidad” que de maldad.
Por último está un personaje complicado que  nunca será fácil de comprender sobre todo ahora que el “bullyng” lo muestra como personaje emblemático de estas actividades tan condenables. Se trata del buen Nelson de la también polémica serie los Simpson y que sin embargo ha sido mi gusto desde los 12 años más o menos.

Nelson es el resultado de una familia desintegrada, una mujer alcohólica y de oficio condenable por la sociedad. La violencia de Nelson, su agresividad, su sarcasmo e ironía contrastan mucho con aquellos episodios en los que se le ha dado la atención y el cariño que tanto necesita y que nos hace verlo como alguien atento, amable y capaz de entregarse por completo por el otro.
Sin embargo el desenlace de su historia no se ve muy próximo y a la comunidad de Springfield, a Matt Groenning y a Fox, no le conviene una conversión permanente del personaje, así que Nelson seguirá representando muy realmente a todas aquellas personas que después de vivir un momento de redescubrimiento de su persona regresan a ser “lo que siempre han sido”, un personaje desagradable, agresivo y solitario. Dicen amar esa vida cuando en realidad no tienen el valor de salir de aquella posición.

Todos estos personajes ficticios no son más que una visión de todas aquellas personas reales con las que convivimos día a día. O somos nosotros mismos. Seres amables, entendiendo el término como aquella posibilidad real de ser amado por nosotros.  
Es ridículo darnos cuenta que vivimos muy cercanamente esta ficción tipo Ralph en la que rechazamos a alguien por la cantidad de acciones malas que ha realizado y le cerramos la posibilidad de cambiar. Armamos estos bandos caricaturescos y nos ubicamos del lado de los buenos.

Hay que pedirle a Dios entrañas de caridad y la capacidad de sonreírle con amor y ternura a quien se presume malo, y no es más que un niño indefenso, asustado o inseguro. Hay que convencerlos de que se puede ser bueno, por una simple razón: porque nosotros también hemos hecho cosas terribles.
Se trata de reivindicarlos en su dignidad, restaurar sus heridas emocionales, afirmarlos en una mentalidad distintas y recibirlos con los brazos abiertos a un mundo real de lucha continua por ser mejores personas…¿a caso Dios no ha hecho lo mismo con cada uno de nosotros y en repetidas ocasiones?

viernes, 18 de enero de 2013

Felicidad es...


En una reflexión personal que he ido amasando en los últimos años he concluido –como una postura personal, recalco- que la felicidad y la alegría son cosas distintas. Sin embargo Dios es mi felicidad y mi mayor alegría.

Y es que realmente creo que vale la pena definir la felicidad con términos que no sean fugaces. La felicidad es saberse amado y capaz de amar, la felicidad es meta y finalidad llena de esperanza, la felicidad es vida inagotable. La felicidad no puede ser menos que eso. De allí que para mí la felicidad no pueda tenerla más que solo en Dios. Y Dios, eterno, inmutable, inagotable, hace que mi felicidad sea eterna, inmutable e inagotable. ¿Cómo habría de cambiar esto por alguna otra chuchería?

Por eso creo, también, que buscar la felicidad exige mirar siempre hacia enfrente sin apartar los ojos de este horizonte magnifico. No puedo distraerme mirando hacia atrás o limitándome a ver solo el mosaico que piso en ese momento conformándome con eso. Estar vivo hoy es buenísimo, pero vivir por siempre, para siempre, en la eternidad de Dios, es eternamente mejor. Será llegar por fin a ese lugar donde «Ya no habrá muerte ni lamento ni llanto ni pena» Ap 21,4

Ahora bien en el trayecto a ese horizonte el camino no siempre será llano y agradable, habrá momentos difíciles, de allí que sea importante animarnos unos a otros, cosa que sería imposible sin la fraternidad. Este trayecto no se puede recorrer solo, y quien se sienta así, es porque no se ha permitido entrar en comunión con los millones de caminantes a su alrededor. El terreno que se pisa por tortuoso que sea, se camina con alegría en buena compañía. De esto precisamente concluyo que nuestras alegrías se reparten en lo que nosotros podemos hacer con nuestras capacidades y talentos y también de la gente a la que amamos y a alegría que nos causa tenerlos a nuestro lado. Ambas alegrías son necesarias. Buscar la alegría en lo que puedo lograr yo solo independientemente de los demás, me puede hacer egoísta, y buscar la alegría en lo que los otros pueden hacer por mí, me hace dependiente e inseguro.

Pero vuelvo a un punto que nos se nos debe olvidar, es necesario ser inteligente e invertir nuestras esperanza en bienes eternos, esos que no se devalúan, así que nuestra mayor alegría la encontramos en Dios, ya lo decía el salmista «Y llegaré al altar de Dios, al Dios que es mi alegría» Sal 43, 4. Dios tiene una capacidad inmensurable de alegrar los días del hombre por más nublados que sean, así incluso cuando nos enfrentamos a la tragedia de la muerte de un ser amado Dios alegra nuestros corazones con una promesa de vida, que nadie más en el universo puede hacernos.

Hay que entender algo, entristecernos no es pecado, vivir tristes, sí lo es. La tristeza es una manifestación de nuestra capacidad de conmiseración, de dolor, y en muchos casos de perder algo que amábamos. Dios no nos exige que quitemos esta emoción de nuestra vida –por algo nos creó con la capacidad de sentirla- pero está ahí en la voces de mucha gente animándonos para que la tristeza no anide en nuestro corazón.

La tristeza es algo de lo que hay que tener cuidado, porque precisamente cuando le damos el control de nuestra vida nos hace apartar la vista del horizonte y fijarla absurdamente en el pasado. Ese es el momento en que con espíritu aguerrido –acordémonos que el Reino es de los violentos  (Mt 11, 12)- debemos arrebatarle las riendas de nuestra vida a la tristeza y tomarlas nosotros para seguir caminando hacia donde está nuestra verdadera felicidad, animados por esa alegría del espíritu de la que habla con una sonrisa en la boca la Virgen María: “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador…”

Va pues, después de tanto hablarlo, algunas recomendaciones puntuales acerca de esto.

-          Define tu felicidad. Recuerda que no es algo que se pueda perder fugazmente (te recomiendo mi definición.
-          Recuerda que la felicidad es algo que se logra después de un gran trayecto. Algo tan valioso no puede ser abaratado en una sola batalla.
-          Tu alegría es una inteligente y proporcionada conjunción de tus propios esfuerzos, de los gestos generosos de los que amas (sin que los obligues a que te los den), pero sobre todo de esa alegría sobrenatural que viene de Dios y que supera nuestra naturaleza.
-          Vivir momentos tristes es parte del camino. Entristecerte no implica infelicidad, vivir triste, sí, porque has dejado de caminar hacia donde serás verdaderamente feliz.
-          Y por último y el mejor de todos los puntos. Dios es felicidad plena del hombre y su mayor alegría, porque en él somos amados eternamente (no nos falta amor), en él tenemos vida (la muerte no nos vence), y podemos vivir siempre alegres (porque gracias a él siempre tenemos grandes esperanzas)

Que seas feliz y que disfrutes de las alegrías de tu vida, mientras Dios (un Dios felicisisímo, como diría Raniero Cantalamessa) te mira complacido.