Ante los eventos actuales de la
Iglesia se alzan miles de voces que lanzan condenas y juicios faltos de fe, de
caridad y de verdad. Intento no ser un simple fundamentalista católico ofendido
por todo lo que dicen mi familia eclesial, aunque no deja de dolerme. Y me
duele más allá de sus palabras la terrible confusión que generan en “estos más
pequeños”.
Amo a mi Iglesia. Soy bautizado
por una misericordia de Dios de la que puedo dar testimonio de haber conocido
en esta comunidad, pedí ser sacerdote por una serie de convicciones unidas a
una vocación misteriosa que me dio la oportunidad de consagrarme a un servicio
sobrenatural. Con todo lo anterior van
incluidas las muchísimas imperfecciones y hasta atrocidades que suceden en la
iglesia. Amo a mi Iglesia. Es una familia en la que en ratos me siento
orgulloso de mis hermanos y en otros ratos me duelo con sus errores, como
seguro ellos lo hacen conmigo. La amo porque está unida a Cristo y Cristo le da
una vida que no podría tener jamás por sí misma. He visto al Espíritu Santo
aletear constantemente sobre el caos que a veces producimos. Miro las cruces,
las pocas pero deslumbrantes cruces en las que se sacrifican silenciosamente
amantes de Cristo que jamás serán reconocidos. Esta es mi familia, esta es mi
iglesia.
Por eso ahora que de modo tan
atroz y parcial miro a los medios de comunicación, especialmente en mi país dar
opiniones tan cortas y tan “del mundo”, no puede más que dolerme que se reduzca
a mi familia, a mi iglesia, a una política al modo meramente nacional.
En sus opiniones se ha excluido
por completo la presencia de Dios. Ni el Padre, ni el Hijo, ni el Espíritu
Santo parecieran formar parte de estas quinielas y apuestas cuyo resultado
terminará sorprendiendo a todos. Y es que precisamente esta historia descalabrada
de la Iglesia muestra la presencia de Dios; en ella se hace realidad aquello de
que “Dios escribe derecho en reglones torcidos”. Esta iglesia llena de hombres
terriblemente imperfectos y puesta bajo su autoridad ha visto como Dios es
experto en arreglar y sacar algo bueno de nuestros más escandalosos errores. Allí
en esos momentos es cuando especialmente se reconoce su misericordia. Dios está
ahí y no lo podemos excluir. Hacerlo es una gran necedad.
Me arriesgo a imaginar a muchos
de nuestros principales informadores en el tiempo de Jesús reportando que Jesús
era un simple izquierdista revolucionario. Que María Magdalena era una
prostituta constituida lideresa de un gremio de mujeres poderosas de las que
sacar dinero. Que María, la madre de
Jesús era una apocada mujer digna de ser invitada a uno de estos programas
donde exhiben (las muchas veces falsas) desgracias familiares. Que Pedro no era
más que uno de esos políticos sin estudios pero muy vivaz como para ganarse la
confianza de Jesús. Y que especialmente la noticia más relevante en la pasión
fuera la del Cesar por fin aceptado por los fariseos como Rey en un hecho
histórico. Sin fe, sin Dios, todo es noticia de un solo día. Sin fe no hay
evangelio, sin fe no hay historia de la salvación continua.
El escándalo actual empezó con la
renuncia del Santo Padre, hecho realmente histórico, en referencia al pasado,
pero no al futuro. Un Papa que “abandona
el poder” dijo alguno y al fin pude sonreír un poco porque mi Papa estaba más
interesado en retirarse “a la oración” que mantenerse en ese “poder”. Después
empezaron las especulaciones que iban desde lo político hasta lo cataclísmico.
Luego vinieron las apuestas bajo el juicio de las “posibilidades” de cada uno.
A todos nuestros
informadores y a todos los que se
encuentran un poco confundidos simplemente les sugiero que tomen en cuenta
algo: Dios está detrás de la renuncia del Santo Padre, Dios está en este
momento en la historia de la Iglesia, y Dios tomará el primer lugar en el
conclave. Habrá muchos que quieran desterrarlo, pero Dios nunca abandona a su
Iglesia.
Todo esto me ayudado a asumir, a
encarnar en mi aquellas palabras de San Pablo acerca de la cruz de Cristo «pero nosotros predicamos a Cristo crucificado,
piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles» (1 Cor 1, 23)
La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo sufre con su redentor y así sufriente es
testimonio en medio del mundo de su unión con Cristo Cabeza de esta iglesia.
Invito
entonces a todos nuestros informadores a que tomen en cuesta esto, porque sin
Dios, sin fe su información es totalmente parcial.
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