jueves, 28 de marzo de 2013

En la noche del dolor


Hoy volví a platicar con la luna, no lo hacía desde diciembre cuando me contó a punto de explotar de alegría el momento en que vio a su Señor nacer hecho carne, pequeñito y tierno. Sin embargo hoy que la vi, su rostro blanco derramada lagrimas plateadas y murmullos dolientes.

“Hoy tengo que platicarte de la otra noche tan hermosa como la primera, pero llena de dolor –me dijo, sin verme a los ojos- Yo lo vi pequeñito y poco a poco fue creciendo en gracia y sabiduría. Lo vi cada noche elevar su rostro, sonreírme saludándome como si me conociera desde siempre y luego con la cabeza levantada cerrar sus hermosos ojos negros y decir: Abba. Esa escena fue mi alimento durante varios años. Yo oraba con él.

Un día sin embargo en el rito de cada noche abrió sus ojos y empezó a llorar tranquilo. Yo sabía que había tomado una decisión. Escuche miles de ángeles sollozar junto a él. Aquella noche sus labios prolongaron una frase: Abba, vamos a Jerusalén.

Esa noche inicio en su corazón un ritmo acelerado de profundo amor. Las oraciones eran más prolongadas cada noche. Y así un día de fiesta, mientras todos celebraban él se hizo acompañar de tres de los suyos y alejándose un poco de ellos entre los olivos inicio de rodillas su oración. De rodillas. Mi Señor de rodillas…
Esta vez no cerró los ojos me miro nuevamente y no me sonrió, pero sus ojos estaban tan cargados de ternura como de lágrimas. Su voz sonó fuerte y cargada de emoción: «Abba, papito, papasito». Extendía los brazos hacia el cielo como un bebe que espera ser cargado por su madre y cobijado entre sus brazos. Abba, seguía diciendo cada vez más profundamente. Nunca lo había visto llorar tanto, el aire le faltaba y se doblaba sobre sí como si un fuerte dolor carcomiera sus adentros.

Respiro profundamente. Seco sus lágrimas con la manga de aquella hermosa túnica que en otra noche vi a su madre hacerle. Se levantó y camino hacia los suyos. Los encontró dormidos. Los miró con ternura y compasión y fue tocándoles su rostro para despertarlos. Despierten, velen y oren para no caer en la tentación, y les dijo algo más que no fui capaz de oir porque me dolía darme cuenta que en esa tierra solo yo y alguien más compartían su dolor.

En una casa no lejos de ahí su madre lloraba también. Silenciosa como siempre. Obediente como siempre. Besaba con ternura el manto que su Hijo había olvidado aquella tarde antes de la cena con sus discípulos. Tocaba su vientre como queriendo recordar el día en que por milagro divino se tejió en su seno aquel por quien hoy lloraba. Ella también musitaba: Abba, abba.

Mi Señor regresó a su lugar y se desplomó en el suelo. Sus fuerzas habían desparecido por un momento y pensé que había desfallecido. Al poco tiempo se levanto, sobre su rostro hermoso gruesas de gotas de sangre resbalaban rodeando sus ojos horrorizados. Era un pequeñito, un niño abandonado y perdido, la soledad lo había tentado y lo había herido. Dos ángeles aparecieron detrás de él y lo abrazaron como yo habría querido hacerlo. Lloraban con él. Respiro profundamente y dijo: «Padre, aleja de mi este cáliz» Bajó su cabeza, juntó sus manos y aspiro el aroma de la noche «pero que no se haga mi voluntad sino la tuya».
Al poco tiempo llegaron esos cobardes armados como si él fuera capaz de hacerles daño. Pero eso no me interesa contártelo. Es la maldad del hombre que aprovecha la noche porque cree no ser visto.

Hay algo que no te han dicho, después de que Judas lo besó, mi Señor, tomo en sus manos el rostro de Judas y le devolvió el beso mirándolo con compasión. Yo lo vi. Vi su mirada inocente y llena de perdón. Un perdón que fue rechazado y llevó a la muerte.

Déjame llorar esta noche, porque fue en una noche como esta que sucedió. En medio de su aprehensión el miró nuevamente el cielo, y ahora sí me sonrió. Me prometía algo que pronto iba a suceder, y que también pronto te contaré. Hoy déjame llorarlo, como lloró él por ustedes.”

La luna se quedó callada y yo respete su silencio. Su narración era evangelio no contado, testimonio de amor sufriente y sin reclamos. Hoy es la noche en que fue encarcelado el que nos vino a dar libertad, esta es la noche en que las cárceles son visitadas por quien ama al pecador más arrepentido de sus culpas y lo acaricia y le devuelve un beso en la mejilla por cada petición de perdón.  

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