viernes, 19 de diciembre de 2014

Lo que los ángeles cuentan en navidad: Manuel

Seguro nadie se pregunta si un indigente tiene ángel guardián. ¡Claro que lo tienen! Yo soy el guardián de Manuel, no se llama “indigente”, se llama Manuel. Manuel no nació para ser indigente. Aún recuerdo cuando Dios me asignó protegerlo en el vientre de su madre, cuya vida tampoco fue nada sencilla. Violencia familiar, alcoholismo, drogas, prostitución. A ella también la vi sufrir. Pero a pesar de tanto dolor ella mantenía encendida en su corazón la esperanza de que su hijo o hija (nunca supo que sería hasta que lo tuvo en sus brazos) fuera una persona maravillosa en el mundo, pero sobre todo sabía que tendría un corazón noble y bueno.

Uno como ángel jamás le pregunta a Dios que será de aquellos niños cuando recién nos los asigna, todos sabemos que él ya sabe que será de ellos, pero nosotros tenemos que ir haciendo todo lo angélicamente posible para que ellos no se olviden de Dios. Manuel a pesar de todo lo que vivió jamás se ha olvidado de él, y eso siempre me ha alegrado.

Quizás te preguntes, cómo llega alguien a ser indigente. Un indigente es un reclamo para el mundo, en un reclamo al egoísmo del hombre, es un reclamo a los que destruyen las familias de cualquier manera, es un reclamo a la indiferencia humana, a tu indiferencia y a esa maldita capacidad de convertir a un ser humano en una cosa, por ejemplo, convierten a las mujeres en prostitutas, a los bebés en “productos”, a los hombres y mujeres abandonados en indigentes, gentes sin nombre, ni historia, sin humanidad ni dignidad.

Manuel fue un niño hermoso, inquieto, y con los ojos llenos de sueños. Era hábil con sus manos. Fue un artista colapsado. Dibujaba con maestría con los lápices que se encontraba y moldeaba maravillosas miniaturas. Era creativo y especialmente se veía saturado de ese espíritu caprichoso de ingenio en la época de navidad. Los colores de las luces que veía desde niño despertaban en él miles de personajes alegres que bailaban y cantaban al ritmo de los villancicos que él les cantaba.

Cuando su madre murió intoxicada por el alcohol, a falta de un papá, fue enviado a un centro infantil de niños en situaciones sociales complicadas, tuvo que aprender a usar sus manos como armas de defensa y el espíritu de creatividad fue menguado por un espíritu de violencia que le permitió sobrevivir. Nunca hubo una oferta que lo hiciera mejor hombre o al menos nadie se empeñó en sacarlo de ahí. Yo aproveché lo mas que pude las veces en que se acercó a la iglesia, que era indefectiblemente para las fiestas de navidad. Acostumbraba zafarse de su banda e ir a los templos a mirar los nacimientos. Lo vi muchas veces anhelar, sin pronunciar palabra, entrar en aquellas escenas y formar parte de ellas. Ser un personaje más dentro de aquellas representaciones. Miraba con atención a José y a María teniendo la seguridad de que ellos lo recibirían con amor, que le darían la protección que él siempre había necesitado. Hacía con disimulo una señal de la cruz y salía sin mayor reverencia. No me escuchaba, yo gritaba a su corazón: “¡Manuel, hay otra forma de vivir!” pero quizás, eso yo no debía gritárselo a él, sino a gente como tu, que pueden hacer tanto por gente como Manuel…

Manuel empezó desde muy pequeño a fumar, primero tabaco y muy pronto mariguana, a tomar, a inyectarse. Cuando quedaba inconsciente yo tomaba su rostro entre mis manos, ponía mi frente pegada a su frente y le hacía soñar con mundos luminosos y llenos de paz. Todo aquello que su corazón anhelaba lo convertía en sueños con la esperanza de que un día despertara de aquella pesadilla en vivo y tomará la determinación de salir de allí. Ese día no llegó.

Las drogas hicieron su terrible efecto en el cuerpo de Manuel. Poco a poco empezó a tener visiones temibles y espantosas, su psicología se dañó profundamente y rápidamente la gente lo empezó a ver como un monstruo, cada vez más monstruo y cada vez menos humano.  

Aun sigue yendo a la iglesias, ya no solo en navidad, al menos no en la navidad de ustedes. Él decidió que siempre es navidad, y siempre que va encuentra a la Virgen y a San José y se siente seguro con ellos. Ellos nunca lo han mirado con asco y eso le alegra. Algún día cuando al fin pueda mirar a Manuel cara a cara le contaré que en realidad la Señora siempre lo miró con amor y con gusto y que mi trabajo siempre ha sido muy sencillo porque el Señor San José también ha estado al pendiente de él.

No, yo no cuido a un indigente. Yo cuido a Manuel, un hombre que Dios hizo venir al mundo no para ser indigente, y dichosos aquellos que puedan ver  y hacer en él lo que Dios siempre quiso que fuera

lunes, 15 de diciembre de 2014

Lo que los Ángeles me cuentan en navidad: Retrasos


No, definitivamente no alcanzaría a llegar ni a la bendición de la mesa ni al brindis inicial de la cena. Había pasado todo el día  revisando y archivando expedientes fiscales. Números, números y más números, para muchos puede sonar fastidioso pero para él era tan normal como el pastor cuando ve a sus ovejas o el Arquitecto que ve líneas y ángulos. Desde niño le había gustado eso.

Después de recorrer unas 10 cuadras seguidas y caer en la cuenta de su retraso, optó por la resignación y se dejó caer relajado en el asiento del autobús. Suspiró y miró a su alrededor. Dos asientos frente a él viajaba un anciano dormido, al fondo del camión un joven encerrado en la música de su celular con sus audífonos puestos, y al frente el chofer que manejaba – a su parecer- demasiado lento. Aun faltaba mucho camino por recorrer. Pensó en sacar de su maletín un archivo que requería su atención pero se amonestó a si mismo pensando que por culpa de trabajo iba tarde a un reunión familiar, que para él mismo era muy importante. 

Se acomodó hacia delante en el asiento, puso sus brazos sobre el asiento de enfrente y empezó a jugar con sus manos tratando de evitar darse cuenta que no sabía hacer otra cosa que trabajar. Se retó así mismo. “¡claro que soy capaz de ser creativo y pensar algo que no sea el trabajo!” Volvió a jugar con sus manos ahora para evitar pensar que nada se le ocurría. Miró por su ventana y después de fijarse en los adornos navideños de las vitrinas de algunos locales comerciales, vio el reflejo del anciano que iba en el camión. Aquel viejecito se reía solo, al menos eso parecía. Dejó de mirar el reflejo y volteó su rostro para mirarlo directamente. Vio que el hombre ya había abierto los ojos y miraba también por la ventana de su lado, pero aun se reía. -<¡acércate!> le dije, hablándole a su corazón. Él hizo un gesto de extrañeza ante tal idea, pero se había retado a ser creativo y salir del mundo de su trabajo. 

Respiró hondo y salió de su asiento para acomodarse en el asiento a un lado del anciano.

-¿Cómo le va? Buenas noches- inició la conversación con una sonrisa, yo también sonreí.
-Buenas noches- respondió el viejecito con amabilidad pero con extrañeza. Su rostro ciertamente estaba marcado por los años con maravillosas arrugas y pecas. Vestía un cárdigan rojo debajo de un blazer de lana color café.

- No quise asustarlo. Me llamo Manuel- y tendió su mano. El viejecito acomodó junto a él una bolsa de papel para dejar su mano libre para el saludo y estrechó la mano de Manuel.
-¡tocayo!, yo también me llamo Manuel- dijo con una risa sincera y pacifica.
-¡Mire, que bien! ¿Y usted también va tarde con su familia a la cena de navidad?
El anciano lo miró y su sonrisa tomó un tinte melancólico. Por un momento Manuel pensó en que había sido imprudente y que quizás aquel hombre no tenía familia, o al menos no estaba cerca de ella. Muchas ideas se le ocurrieron. El anciano, también pudo descubrir en Manuel un gesto de preocupación y vergüenza y antes de que el ambiente se viciara mas, volvió a sonreír con tranquilidad.
- No tocayo, yo ya vengo de haber estado con mi familia. Bueno, con una parte de ella. Fue una gran cena, pude ver a mis nietos, a mis nueras, a mis yernos…no todos me caen bien.
- ¡uff! Que bueno que me dice, empezaba a sentirme mal. Pensé que había cometido una imprudencia. Pero ¿y su esposa?- al mismo tiempo que pronunciaba aquella pregunta, Manuel descubría que si lo primero no era una imprudencia esto último definitivamente lo era. Sus ojos rápidamente buscaron en la mano de aquel hombre un anillo de bodas y ciertamente lo encontró, pero aun no sabia porque aquel hombre que había “estado con su familia” venia ahora solo en un transporte publico. El viejo Manuel volvió a sonreír, ahora con mas fuerza. Le causaba gracia su joven homónimo.
- Tranquilo, tranquilo, no te mortifiques. No has pisado ninguna mina explosiva. Sin embargo, para poderte responder tendría que contar un poco de mi historia, pero de manera muy breve… definitivamente ya estoy viejo. Ya que uno empieza a contarle historias a extraños es que ya dio el viejazo- ambos rieron sintiéndose en verdadera confianza- Pues, mira, quizás tu primer pregunta si tenga algo de correcto, o al menos en algún momento de mi vida eso fue lo que ocurrió con demasiada recurrencia. Me acostumbré a llegar tarde a todo lo que para mi familia era importante. Llegué tarde la infancia de mis hijos, a sus conflictos juveniles, a sus decisiones maduras. Llegué siempre tarde a las expectativas de mi esposa. Llegué tarde cuando fue sola al médico y le diagnosticaron cáncer y llegué tarde cuando la declararon libre de aquel terrible mal que superó sin mi ayuda. Llegué tarde aquel día que mis hijos la convencieron, afortunadamente, de que dejara de esperarme y se fuera a vivir con una de ellas.
- Bueno, pero es que, muchas veces sin que nos demos cuenta las responsabilidades nos consumen. Y muchas otras tantas veces no tenemos más remedio que decir que sí a ciertas obligaciones emergentes. Vivir retrasado, no creo que sea suficiente para destruir una familia.  
- No, claro que no. Lo malo era lo que me “retrasaba”. Empezaron retrasándome cosas que en principio era muy honestas, así como tu lo dices,  mi trabajo, tareas de última hora, oportunidades de “crecimiento”, un proyecto que iba a mejorar nuestro futuro. Después vendrían las “obligatorias” cenas, fiestas y parrandas de las que no podía desistir porque parecía que en ellas se jugaba mi futuro… y bueno, quizás tenía razón, de muchas de ellas realmente dependió mi futuro, este futuro, que ahora vivo. Y ya cuando perdí la sensibilidad de mi conciencia me retrasaron simples, tontos y egoístas caprichos y placeres. ¿sabes dónde estaba cuando mi esposa tenia que ir a recoger esos funestos exámenes médicos? Paseando cual adolescente enamorado con una mujer dieciséis años menor que yo…¿cuántos años tienes de casado tocayo?
- Solo cuatro, maravillosos cuatro años.
-¿Quién los ha hecho maravillosos?
- Pues los dos, creo… aunque, bueno, últimamente ella ha sido muy comprensiva y se esfuerza por sacarme arrastras del trabajo para disfrutar de nuestra bebe. Tenemos una bebe. La luz de mis hijos.- El viejo Manuel sonreía al escuchar al muchacho.

-La pregunta es, querido tocayo, ¿deben, como tu lo has dicho, sacarnos arrastras de cualquier cosa, para poder disfrutar de nuestras familias? Yo creo que no, ahora lo creo. Mi última distracción, la que me costó una hermosa familia, fue una cena de navidad en la que uno de mis actuales yernos pediría la mano de mi hija mayor. Mi esposa y mi hija me pidieron, me rogaron que no fuera a retrasarme aquel día. No solo llegué tarde, llegué ebrio y oliendo a perfume barato. Mi esposa me recibió y trato, disimuladamente de llevarme al cuarto para ayudarme a mejorar en lo posible mi imagen y yo empecé a decir una sarta de estupideces mientras subíamos las escaleras, y como noticia de ultima hora revele que tenia otra mujer y un hijo que ella me había dado y que era mi orgullo. Mi hija tardo mucho tiempo en perdonarme y mi esposa supo que si quería hacerme reaccionar tenia que separarse de mi. Ni así entendí.

El día de navidad de ese año salí ofendido de mi casa y no voltee a mirar a mi familia. Mi esposa me había pedido que arreglara mi alcoholismo y que decidiera con quien quería vivir de manera fiel, ella estaría esperándome con una decisión. Y hasta para esa decisión llegue tarde. Aquel hijo no era mío, aquella otra joven mujer siguió al verdadero padre del niño, mucho mas joven que yo, claro, todo eso después de que me hice cargo de muchos de sus gastos y gustos. Y al fin me quedé solo, solo yo y mi alcoholismo, que se iría hasta unos cuantos años más tarde. Cuando me vi así de miserable, regresé finalmente con mi esposa y le pedí perdón. Ella es muy buena, aceptó mis disculpas, pero me pidió pruebas para declararme libre del alcohol y en tratamiento. El alcohol me retraso otro tiempo, no es que yo lo quisiera, me resultaba tan difícil dejarlo, es una enfermedad de la que uno solo no se puede curar. Al fin un día pude llegar con ella y decirle que tenía un año sin probar alcohol. Fue hace tres navidades. Aquella noche mi familia me recibió y yo ya no reconocía sus rostros a la perfección y por supuesto no sabía que aquellos jóvenes y niños eran mis nietos, descendían de este viejo….- Aquel hombre anciano empezó a llorar y Manuel que durante toda la historia había ido sintiendo como la historia penetraba en su corazón también se conmovió por la historia de aquel hombre. Sacó un pañuelo y se lo ofreció. El anciano sonrió.

- No, no, úsalo tu, yo tengo el mío.
- Perdón, mi intención no era removerle esos recuerdos y hacerlo sentir esto. Yo lo vi sonriendo y quise compartir un buen momento.
- No tocayo, no entiendes. Lloro porque realmente las cosas valiosas que se pierden nunca dejan de doler. Pero eso no me quita la felicidad que hoy siento. Es una lastima que haya llegado tarde a tantas cosas, pero tengo que darle gracias a Dios que me dio una esposa que siempre me esperó. Hoy yo tengo que esperar, mi esposa no se siente listas para vivir nuevamente conmigo, y la entiendo. Así como ellos eran dolorosamente extraños para mi aquella navidad del regreso, yo también soy extraño para ella. La estoy conquistando, es como si fuera mi novia nuevamente, pero yo voy a visitarla a casa de mis hijos, y nuestros nietos nos cuidan. ¿Ves a ese muchacho de allá atrás? Es mi nieto, me esta acompañando de regreso a mi departamento.

- ¿Y porque no viene contigo?
- Porque todavía no me lo gano, pero lo haré. ¡Lo importante es que me va cuidando tocayo! Pude haber muerto solo y mírame voy siendo cuidado por mi nieto. Dios ha sido muy bueno conmigo.
Los dos se quedaron callados un momento. Ambos se sentían enriquecidos. Manuel, mi Manuel, el que yo vengo cuidando desde que Dios lo depositó en el vientre de su madre, sabía que aquel encuentro no había sido fortuito, sino que había llegado como un maravilloso regalo de navidad de parte de Dios. Aun se sentía culpable por ir tarde a la cena de navidad, pero tenia la vida comprometida para reponer aquella falta. Él iba empezando y no siempre coinciden esos testimonios que son lecciones de vida con un corazón dispuesto a escucharlas, y aquella noche si coincidieron ambas cosas. Suspiró y volteó a mirar al anciano que volvía a sonreír. Ahora entendía porque sonreía. Frente a Don Manuel el vidrio le regalaba el reflejo de su nieto y el lo miraba lleno de gratitud y de orgullo, de felicidad.

- Que rápido se me pasó el camino. Yo me bajo en la próxima parada. Gracias Don Manuel. Su historia es magnifica. Le deseo una feliz navidad y un magnifico año nuevo.
- No tocayo, gracias a ti. Y gracias a Dios que hizo que nos encontráramos.  No te acostumbres a llegar tarde y menos en Navidad. También una muy feliz navidad para ti.
El Ángel guardián de don Manuel y yo nos miramos satisfechos y nos despedimos con una cordial reverencia.

Manuel lograría con muchísimo esfuerzo saber que el mejor sacrificio que se puede hacer es el que te acerca a tu familia, a sus pensamientos, a sus sentimientos, a sus brazos. Hubo errores, como todos los hombres los tienen, pero los aciertos han sido constantes. Por lo pronto aquella noche terminó de manera magnifica, al parecer el chofer no era tan tranquilo como parecía y la calle que había que recorrer, milagrosamente estaba despejada. Manuel llegó a la bendición de la mesa y ese ya fue el primer regalo de navidad para la familia.

Yo aqui seguiré cuidando a Manuel, hasta el día lleno de luz en que vera aquel que me dio por tarea conducirlo y hacer todo lo necesario por acercarlo a Él. 




miércoles, 24 de septiembre de 2014

De Católicos a protestantes y viceversa

Vivo en esta semana mis ejercicios espirituales, necesarios para cualquier cristiano y cuanto mas para mi, que tanto necesito de la gracia y la fortaleza de Dios.

Nos han invitado a mis hermanos sacerdotes y a mi de una manera muy especial a vivirlos en completo silencio y nos han ofrecido un ejercicio que rompe con la dureza del silencio durante la comida: una lectura espiritual.

La lectura sugerida por el sacerdote que nos dirige es una interesante narración de un matrimonio protestante y su ardua aventura de conversión al catolicismo. El libro se llama “Roma, dulce hogar” de Scott y Kimberly Hahn.

Es un libro que además de resultarnos ameno y amigable, nos ha resultado demasiado impactante para quienes tenemos contacto con él por primera vez. Yo, al menos, me siento maravillado de lo que Espíritu Santo hace en los corazones dóciles y hambrientos de la verdad.

Ese es precisamente el calificativo que quiero darle a este hombre que fue pastor de su propia iglesia presbiteriana y que a fuerza del Espíritu y con un profundo amor por la verdad, fue avanzando hasta reconocer con humildad, que la gran herencia de Cristo en el mundo se encuentra en plenitud en la iglesia católica, y quiero agregar aquello que ya sabemos: no por nuestros méritos, sino conforme a su misericordia.

Resulta providencial para mi que en estos ejercicios espirituales me tope con esta lectura, ya que no hace muchos meses tuve la oportunidad de tener una deliciosa conversación con un primo quien de viva voz me ha narrado su propia travesía de vivir en el seno de una familia católica, hecha después protestante y el cómo tuvo que -a escondidas- vivir una fe católica que lo llamaba en su interior fuertemente y que lo hizo ser catequista, amar profundamente la liturgia y los sacramentos ayudando en su capilla más cercana, siempre ha escondidas. Todo aquel esfuerzo personal estaba tan precedido por la voluntad de Dios que lo siguió conduciendo hasta ingresar al seminario y preparase para ser sacerdote, logrando así incluso, el regreso de su familia a la Iglesia católica, no por simple solidaridad, sino porque su propia familia puede ver en el la plenitud de una fe que es atractiva.

Precisamente es a esto último a lo que se refirió el Papa Francisco recientemente en una misa de canonización de un religioso Jesuita, diciendo a lo fieles: “La iglesia no crece por proselitismo. Sino por atracción testimonial”

Ciertamente he llegado una conclusión en base a la lectura espiritual de estos ejercicios y de aquella conversación con mi primo: Los protestantes regresan a la iglesia católica buscando la verdad y la herencia total de Cristo en ella, los católicos solo se hacen protestantes porque tuvieron un conflicto con otra persona y se dejan llevar por una emoción y no por la verdad. Y así se van a una comunidad protestante renunciando a la plenitud y conformándose con muy poco.

Sin embargo no quiero darle una excusa a esta iglesia a la que tanto amo, y a la que tanto ha amado Cristo, para no dar el testimonio que debería de dar. Tenemos que esforzarnos, sacrificarnos, a fin de cambiar el rostro de la Iglesia, como ya lo esta haciendo de manera tan concreta el Papa Francisco.

Con alegría puedo decir que no todo los católicos son iguales. Hay muchos que se esfuerzan (en un verdadero esfuerzo de apertura, paciencia, alegría) por vivir la ley del amor de Cristo y de esta manera embellecen la iglesia. Junto a todos ellos me uno y comparto el dolor y la tristeza de ver a nuestros hermanos irse decepcionados por un maltrato verdadero que nosotros también hemos experimentado, y así unidos también, lanzamos un grito lleno de amor ¡Católicos regresen! Regresen y esforcémonos por cambiar el rostro de la Iglesia católica que tanto les afectó. Regresen y sigan disfrutando de la maravillosa riqueza de Cristo en esta iglesia, sus sacramentos que son fuente inagotable de gracia, la voz de los pastores en un ministerio sacramental por el que somos injertados, perdonados, alimentados; la dulce intercesión de los santos encabezados por el tierno amor de María, de nuestra Madre de Guadalupe. Que sus cuerpos vibren en la adoración y el culto a Dios por medio de la liturgia, la intimidad de la oración comunitaria y personal, el bagaje inmenso de la sabiduría que surge del amor de Dios y que encontramos en los escritos de tantos santos.

A mis hermanos católicos también es bueno hacerles la recomendación que San Pablo hacia a los filipenses: “Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento”. Hagamos el esfuerzo por vivir en comunión con Cristo y con su iglesia. No renunciemos a la riqueza de nuestra fe por un mal testimonio, no abandonemos la verdad plena conformándonos con una agradable porción. No cambiemos la primogenitura por un plato de lentejas, como en su momento lo hizo Esaú.


viernes, 18 de julio de 2014

Sexo casual con Dios


Me he atrevido a titular de esta manera la presente reflexión en primer lugar por qué mis sujetos principales son los jóvenes y esta expresión es un término que en razón del ambiente social podrían fácilmente entender, y segundo, porque precisamente este término me ayuda a expresar un realidad y un fenómeno doloroso dentro de la iglesia y la vida de la fe.

Resulta que el término «sexo casual» o «sexo ocasional» se refiere a esta tendencia  mayormente –aunque no exclusivamente- juvenil, de buscar una pareja con quien disfrutar un rato de placer sexual, sin mayor compromiso que el cuidar que ese momento no produzca un mayor compromiso (protegerse por un posible embarazo). El fin de semana se convierte para cada vez más jóvenes en una verdadera cacería de este tipo de experiencias,  que al parecer no solo les otorgan el deleite momentáneo sino que además les concede un perfil “aventurero” ridículamente atractivo.

Queda claro que en este tipo de experiencias lo más importante consiste en saciar un apetito instintivo y darle prioridad al placer. Se ha desterrado completamente el amor o en el mejor de los casos –si así pudiera decirse- se hace el esfuerzo por reducir el amor a un deleite momentáneo. Y se le sigue llamando «hacer el amor».

Definitivamente esto no es amor. El amor verdadero y perfecto tiende al futuro, no acepta acabarse y menos en tan poco tiempo. El amor verdadero busca dejar huella, dar frutos, ser fecundo. El amor verdadero encuentra en la persona correcta alguien que lo complementa, lo perfecciona, lo integra, y esto no se puede lograr en una sola noche, y mucho menos en un simple momento.

Precisamente quizás sea la vivencia de esto o ser un espectador social de este tipo de experiencias lo que ha llevado a algunos cristianos a querer hacer lo mismo con Dios. Gustamos estar con él un momento de profundo “amor” que concluye tan pronto como termina la misa o la oración o la alabanza, en la que hemos sacado catárticamente todos nuestros sentimientos, llorando amargamente o sintiendo hasta en lo más insensible de nuestra piel una sensación divina. Pero al terminar, nuestra vida no se ha perfeccionado ni nos sentimos exigidos a perfeccionarnos, no damos frutos, nos conformamos con lo que vivimos en ese rato y nadie más sale beneficiado de un amor tan inmenso como el que Dios ofrece. Hemos abusado de Dios, lo hemos ­ «instrumentalizado» es decir lo hemos convertido en un instrumento de placer que buscamos a nuestra antojo y un antojo que nos hace sentir “santos” aunque sea falsamente.

Cuando hablamos de la fidelidad de Dios hemos de referirnos, de manera obligada, quizás, a la historia de Oseas. Aquel profeta que por orden de Dios se une a una mujer dedicada a la prostitución y de quien se enamora a pesar de sus infidelidades hasta el punto de tener que pagar un rescate por ella y seguirla amando. Oseas se convierte en la burla de su pueblo y es entonces cuando Dios dirige su mensaje de amor fiel:”Yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tu conocerás a Yahvé”. (Os 2, 21-22) La fidelidad, la compasión, la lucha de Dios por nosotros es diaria y a cada momento, sin cansancios ni permisos, produciendo en nosotros frutos de los que otros pueden alimentarse. Su amor me hace parte de su familia y me da hermanos. Dios no quiere pasar un “rato placentero” conmigo, él me ofrece la eternidad junto a él y junto a mis hermanos.
Por eso no es válido que aquellos que ya hemos sido beneficiados y que ya hemos vivido ese encuentro cercano, cara a cara con él, le ofrezcamos a Dios simples momentos de placer sin comprometer en serio la vida. No es válido agasajarme con su presencia y no hacer para él más hijos en la fe que lo conozcan. No sentir el celo de querer que cada vez más personas conozcan su amor. No es válido vivir mi vida siendo una “magnifica” figura espiritual si no soy productivo en un mundo que necesita mi talento y mi sudor, mi testimonio cristiano en la escuela o en el trabajo. No es válido seguir reservando cosas en mi vida que no quiero que sean tocadas por él porque siento que me quita la vida o la diversión. No es válido seguirse mintiendo así mismo y a los demás en una apariencia espiritualizada que al único que deja con las manos vacías es a Dios, quien en realidad no tiene nada de nosotros. 


¡Basta de abusar de Dios! ¡Basta de convertirlo en objeto de un “placer fugaz” ! ¡Basta de ese sexo ocasional con Dios que nunca va a significar una verdadera relación con él! Disfrutemos de su presencia en la oración y en el cansancio del trabajo cotidiano tan complicado en el que también nos acompaña él. Disfrutemos de su amor en la Eucaristía donde él se ofrece por nosotros y en el resto del día donde nosotros hemos de ofrecernos como apoyo, consuelo y paz para otros. Disfrutemos de su amor fiel que nos llama y empecemos a trabajar con creatividad y sin descansos porque otros escuchen la voz que nosotros hemos escuchado. Vivamos unidos a Cristo en sus sacramentos, mostremos nuestro amor en un apostolado constante y fiel, sigamos conociendo su voz amante y su voluntad salvadora en la lectura cotidiana de su Palabra, amemos a esta Iglesia que es su Cuerpo místico y esa esposa que embellecida por él se une desde este tiempo en una alianza eterna de amor a Dios que lo da todo y que lo espera todo, para bien de nosotros.








sábado, 28 de junio de 2014

Lo que el mar me cuenta

He tenido la oportunidad hace poco tiempo de acercarme al mar. No creo ser el único que haya experimentado el poder hipnótico de tan maravillosa criatura de Dios. El vaivén armónico de sus olas, el rugido grave y solemne como un canto conventual y la caricia apasionada del aire que lo provoca y lo incita. 

Y bueno mi mente siempre saca a relucir aquellos episodios del Evangelio vividos sobre el mar de Galilea. La pesca, la predicación de Jesús sobre la barca, la tempestad calmada. Pero especialmente me deleito en dos pasajes en los que he encontrado una conexión personal. 

El primero de ellos narra el momento en que mientras algunos de los apóstoles están pescando de noche Jesús se acerca a ellos caminando sobre el agua mientras ellos aterrorizados lo confunden con un fantasma. Jesús los llama a la tranquilidad de saber que es él y Pedro no pierde la oportunidad de solicitar el poder de realizar el mismo prodigio. El Maestro lo invita a hacerlo pero el miedo de Pedro es más grande que la confianza que debería tener a su Señor. La amonestación vendrá inmediatamente después de ser salvado. 

El segundo pasaje es posterior a la resurrección. Jesús resucitado se aparece otra noche a los apóstoles que todavía un poco tristes y confundidos como para despabilarse de aquellas emociones deciden salir a pescar. Ahora Jesús no camina sobre las aguas. Los llama desde la orilla. Sólo el discípulo amado lo reconoce y lo avisa a los demás. Pedro que hasta ese momento tenía el corazón marchito por tantas vivencias anteriores a la resurrección siente que su corazón late impulsivamente se "ciñe la túnica a la cintura" y se arroja al mar para llegar nadando hasta donde está su maestro. 

Al superponer estos dos eventos evangélicos lo primero que surgió a mi visión fue algo demasiado simple y sencillo. Mientras que en el primer episodio Pedro está ansioso por tener el mismo poder de su Maestro en el segundo lo único verdaderamente importante es estar con él, con su Maestro. 

Me gusta imaginar que en ese segundo episodio hasta el mar tuvo que calmarse para disfrutar la escena de un Pedro que ya no le teme porque lo mueve el amor y el amor confronta cualquier miedo. 

Grandes teólogos han escrito maravillosas exégesis y disertaciones acerca de estos dos pasajes. Tales trabajos me han ayudado tener un panorama más detallado y atento de los mismos. Pero la luz que recibo de ellos, esa me la ha dado Dios. 

Con esa luz puedo mirarme como Pedro unas veces deseoso de tener el mismo poder que mi Maestro en determinadas cosas, ansioso de caminar sobre las aguas (como si caminar sobre las aguas fuera un apostolado) y otras veces con verdadera felicidad me veo tirándome al agua con la túnica ceñida a la cintura (signo de verdadero servicio como lo hizo Jesús en la última cena) y teniendo como único objetivo llegar hasta donde está mi Señor vivo y esperándome con los brazos tan abiertos como su costado abierto para mí. Por mí. 

No necesito caminar sobre las aguas y nadie necesita que camine por las aguas. Yo y todos necesitamos que me ciña la túnica a la cintura y con gran esfuerzo nade hasta donde esta Cristo. 

Bendito Mar, bendita criatura de Dios que besaste los pies de mi Señor cuando caminó sobre ti, que lo oíste hablar dirigiéndose a sus discípulos usándote como escabel, que te callaste obediente cuando te mandó callar, que abrazaste a Pedro y lo lavaste de su orgullo antes de llegar al maestro cuando nadando en ti llegó hasta él. Que tus olas y tu canto nos sigan inspirando y recordando al Dios que te creó.