Vivo
en esta semana mis ejercicios espirituales, necesarios para cualquier cristiano
y cuanto mas para mi, que tanto necesito de la gracia y la fortaleza de Dios.
Nos
han invitado a mis hermanos sacerdotes y a mi de una manera muy especial a
vivirlos en completo silencio y nos han ofrecido un ejercicio que rompe con la
dureza del silencio durante la comida: una lectura espiritual.
La
lectura sugerida por el sacerdote que nos dirige es una interesante narración
de un matrimonio protestante y su ardua aventura de conversión al catolicismo.
El libro se llama “Roma, dulce hogar” de Scott y Kimberly Hahn.
Es
un libro que además de resultarnos ameno y amigable, nos ha resultado demasiado
impactante para quienes tenemos contacto con él por primera vez. Yo, al menos,
me siento maravillado de lo que Espíritu Santo hace en los corazones dóciles y
hambrientos de la verdad.
Ese
es precisamente el calificativo que quiero darle a este hombre que fue pastor
de su propia iglesia presbiteriana y que a fuerza del Espíritu y con un
profundo amor por la verdad, fue avanzando hasta reconocer con humildad, que la
gran herencia de Cristo en el mundo se encuentra en plenitud en la iglesia
católica, y quiero agregar aquello que ya sabemos: no por nuestros méritos,
sino conforme a su misericordia.
Resulta
providencial para mi que en estos ejercicios espirituales me tope con esta
lectura, ya que no hace muchos meses tuve la oportunidad de tener una deliciosa
conversación con un primo quien de viva voz me ha narrado su propia travesía de
vivir en el seno de una familia católica, hecha después protestante y el cómo
tuvo que -a escondidas- vivir una fe católica que lo llamaba en su interior
fuertemente y que lo hizo ser catequista, amar profundamente la liturgia y los
sacramentos ayudando en su capilla más cercana, siempre ha escondidas. Todo
aquel esfuerzo personal estaba tan precedido por la voluntad de Dios que lo
siguió conduciendo hasta ingresar al seminario y preparase para ser sacerdote,
logrando así incluso, el regreso de su familia a la Iglesia católica, no por
simple solidaridad, sino porque su propia familia puede ver en el la plenitud
de una fe que es atractiva.
Precisamente
es a esto último a lo que se refirió el Papa Francisco recientemente en una
misa de canonización de un religioso Jesuita, diciendo a lo fieles: “La iglesia
no crece por proselitismo. Sino por atracción testimonial”
Ciertamente
he llegado una conclusión en base a la lectura espiritual de estos ejercicios y
de aquella conversación con mi primo: Los protestantes regresan a la iglesia
católica buscando la verdad y la herencia total de Cristo en ella, los
católicos solo se hacen protestantes porque tuvieron un conflicto con otra
persona y se dejan llevar por una emoción y no por la verdad. Y así se van a
una comunidad protestante renunciando a la plenitud y conformándose con muy
poco.
Sin embargo no quiero darle una excusa a
esta iglesia a la que tanto amo, y a la que tanto ha amado Cristo, para no dar
el testimonio que debería de dar. Tenemos que esforzarnos, sacrificarnos, a fin
de cambiar el rostro de la Iglesia, como ya lo esta haciendo de manera tan
concreta el Papa Francisco.
Con alegría puedo decir que no todo los
católicos son iguales. Hay muchos que se esfuerzan (en un verdadero esfuerzo de
apertura, paciencia, alegría) por vivir la ley del amor de Cristo y de esta
manera embellecen la iglesia. Junto a todos ellos me uno y comparto el dolor y
la tristeza de ver a nuestros hermanos irse decepcionados por un maltrato
verdadero que nosotros también hemos experimentado, y así unidos también,
lanzamos un grito lleno de amor ¡Católicos regresen! Regresen y esforcémonos
por cambiar el rostro de la Iglesia católica que tanto les afectó. Regresen y
sigan disfrutando de la maravillosa riqueza de Cristo en esta iglesia, sus
sacramentos que son fuente inagotable de gracia, la voz de los pastores en un
ministerio sacramental por el que somos injertados, perdonados, alimentados; la
dulce intercesión de los santos encabezados por el tierno amor de María, de
nuestra Madre de Guadalupe. Que sus cuerpos vibren en la adoración y el culto a
Dios por medio de la liturgia, la intimidad de la oración comunitaria y
personal, el bagaje inmenso de la sabiduría que surge del amor de Dios y que
encontramos en los escritos de tantos santos.
A mis hermanos católicos también es
bueno hacerles la recomendación que San Pablo hacia a los filipenses: “Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un
mismo pensamiento”. Hagamos
el esfuerzo por vivir en comunión con Cristo y con su iglesia. No renunciemos a
la riqueza de nuestra fe por un mal testimonio, no abandonemos la verdad plena
conformándonos con una agradable porción. No cambiemos la primogenitura por un
plato de lentejas, como en su momento lo hizo Esaú.
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