Me he atrevido a titular de esta
manera la presente reflexión en primer lugar por qué mis sujetos principales
son los jóvenes y esta expresión es un término que en razón del ambiente social
podrían fácilmente entender, y segundo, porque precisamente este término me
ayuda a expresar un realidad y un fenómeno doloroso dentro de la iglesia y la
vida de la fe.
Resulta que el término «sexo
casual» o «sexo ocasional» se refiere a esta tendencia mayormente –aunque no exclusivamente- juvenil,
de buscar una pareja con quien disfrutar un rato de placer sexual, sin mayor
compromiso que el cuidar que ese momento no produzca un mayor compromiso (protegerse
por un posible embarazo). El fin de semana se convierte para cada vez más
jóvenes en una verdadera cacería de este tipo de experiencias, que al parecer no solo les otorgan el deleite
momentáneo sino que además les concede un perfil “aventurero” ridículamente atractivo.
Queda claro que en este tipo de
experiencias lo más importante consiste en saciar un apetito instintivo y darle
prioridad al placer. Se ha desterrado completamente el amor o en el mejor de
los casos –si así pudiera decirse- se hace el esfuerzo por reducir el amor a un
deleite momentáneo. Y se le sigue llamando «hacer el amor».
Definitivamente esto no es amor.
El amor verdadero y perfecto tiende al futuro, no acepta acabarse y menos en
tan poco tiempo. El amor verdadero busca dejar huella, dar frutos, ser fecundo.
El amor verdadero encuentra en la persona correcta alguien que lo complementa,
lo perfecciona, lo integra, y esto no se puede lograr en una sola noche, y
mucho menos en un simple momento.
Precisamente quizás sea la
vivencia de esto o ser un espectador social de este tipo de experiencias lo que
ha llevado a algunos cristianos a querer hacer lo mismo con Dios. Gustamos
estar con él un momento de profundo “amor” que concluye tan pronto como termina
la misa o la oración o la alabanza, en la que hemos sacado catárticamente todos
nuestros sentimientos, llorando amargamente o sintiendo hasta en lo más
insensible de nuestra piel una sensación divina. Pero al terminar, nuestra vida
no se ha perfeccionado ni nos sentimos exigidos a perfeccionarnos, no damos
frutos, nos conformamos con lo que vivimos en ese rato y nadie más sale
beneficiado de un amor tan inmenso como el que Dios ofrece. Hemos abusado de
Dios, lo hemos «instrumentalizado» es decir lo hemos convertido en un
instrumento de placer que buscamos a nuestra antojo y un antojo que nos hace
sentir “santos” aunque sea falsamente.
Cuando hablamos de la fidelidad
de Dios hemos de referirnos, de manera obligada, quizás, a la historia de
Oseas. Aquel profeta que por orden de Dios se une a una mujer dedicada a la
prostitución y de quien se enamora a pesar de sus infidelidades hasta el punto
de tener que pagar un rescate por ella y seguirla amando. Oseas se convierte en
la burla de su pueblo y es entonces cuando Dios dirige su mensaje de amor
fiel:”Yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en justicia y
en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tu
conocerás a Yahvé”. (Os 2, 21-22) La fidelidad, la compasión, la lucha de Dios
por nosotros es diaria y a cada momento, sin cansancios ni permisos,
produciendo en nosotros frutos de los que otros pueden alimentarse. Su amor me
hace parte de su familia y me da hermanos. Dios no quiere pasar un “rato
placentero” conmigo, él me ofrece la eternidad junto a él y junto a mis hermanos.
Por eso no es válido que aquellos
que ya hemos sido beneficiados y que ya hemos vivido ese encuentro cercano,
cara a cara con él, le ofrezcamos a Dios simples momentos de placer sin
comprometer en serio la vida. No es válido agasajarme con su presencia y no
hacer para él más hijos en la fe que lo conozcan. No sentir el celo de querer
que cada vez más personas conozcan su amor. No es válido vivir mi vida siendo
una “magnifica” figura espiritual si no soy productivo en un mundo que necesita
mi talento y mi sudor, mi testimonio cristiano en la escuela o en el trabajo. No
es válido seguir reservando cosas en mi vida que no quiero que sean tocadas por
él porque siento que me quita la vida o la diversión. No es válido seguirse
mintiendo así mismo y a los demás en una apariencia espiritualizada que al
único que deja con las manos vacías es a Dios, quien en realidad no tiene nada
de nosotros.
¡Basta de abusar de Dios! ¡Basta
de convertirlo en objeto de un “placer fugaz” ! ¡Basta de ese sexo
ocasional con Dios que nunca va a significar una verdadera relación con él!
Disfrutemos de su presencia en la oración y en el cansancio del trabajo
cotidiano tan complicado en el que también nos acompaña él. Disfrutemos de su
amor en la Eucaristía donde él se ofrece por nosotros y en el resto del día
donde nosotros hemos de ofrecernos como apoyo, consuelo y paz para otros.
Disfrutemos de su amor fiel que nos llama y empecemos a trabajar con
creatividad y sin descansos porque otros escuchen la voz que nosotros hemos
escuchado. Vivamos unidos a Cristo en sus sacramentos, mostremos nuestro amor en un apostolado constante y fiel, sigamos conociendo su voz amante y su voluntad salvadora en la lectura cotidiana de su Palabra, amemos a esta Iglesia que es su Cuerpo místico y esa esposa que embellecida por él se une desde este tiempo en una alianza eterna de amor a Dios que lo da todo y que
lo espera todo, para bien de nosotros.
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