viernes, 19 de diciembre de 2014

Lo que los ángeles cuentan en navidad: Manuel

Seguro nadie se pregunta si un indigente tiene ángel guardián. ¡Claro que lo tienen! Yo soy el guardián de Manuel, no se llama “indigente”, se llama Manuel. Manuel no nació para ser indigente. Aún recuerdo cuando Dios me asignó protegerlo en el vientre de su madre, cuya vida tampoco fue nada sencilla. Violencia familiar, alcoholismo, drogas, prostitución. A ella también la vi sufrir. Pero a pesar de tanto dolor ella mantenía encendida en su corazón la esperanza de que su hijo o hija (nunca supo que sería hasta que lo tuvo en sus brazos) fuera una persona maravillosa en el mundo, pero sobre todo sabía que tendría un corazón noble y bueno.

Uno como ángel jamás le pregunta a Dios que será de aquellos niños cuando recién nos los asigna, todos sabemos que él ya sabe que será de ellos, pero nosotros tenemos que ir haciendo todo lo angélicamente posible para que ellos no se olviden de Dios. Manuel a pesar de todo lo que vivió jamás se ha olvidado de él, y eso siempre me ha alegrado.

Quizás te preguntes, cómo llega alguien a ser indigente. Un indigente es un reclamo para el mundo, en un reclamo al egoísmo del hombre, es un reclamo a los que destruyen las familias de cualquier manera, es un reclamo a la indiferencia humana, a tu indiferencia y a esa maldita capacidad de convertir a un ser humano en una cosa, por ejemplo, convierten a las mujeres en prostitutas, a los bebés en “productos”, a los hombres y mujeres abandonados en indigentes, gentes sin nombre, ni historia, sin humanidad ni dignidad.

Manuel fue un niño hermoso, inquieto, y con los ojos llenos de sueños. Era hábil con sus manos. Fue un artista colapsado. Dibujaba con maestría con los lápices que se encontraba y moldeaba maravillosas miniaturas. Era creativo y especialmente se veía saturado de ese espíritu caprichoso de ingenio en la época de navidad. Los colores de las luces que veía desde niño despertaban en él miles de personajes alegres que bailaban y cantaban al ritmo de los villancicos que él les cantaba.

Cuando su madre murió intoxicada por el alcohol, a falta de un papá, fue enviado a un centro infantil de niños en situaciones sociales complicadas, tuvo que aprender a usar sus manos como armas de defensa y el espíritu de creatividad fue menguado por un espíritu de violencia que le permitió sobrevivir. Nunca hubo una oferta que lo hiciera mejor hombre o al menos nadie se empeñó en sacarlo de ahí. Yo aproveché lo mas que pude las veces en que se acercó a la iglesia, que era indefectiblemente para las fiestas de navidad. Acostumbraba zafarse de su banda e ir a los templos a mirar los nacimientos. Lo vi muchas veces anhelar, sin pronunciar palabra, entrar en aquellas escenas y formar parte de ellas. Ser un personaje más dentro de aquellas representaciones. Miraba con atención a José y a María teniendo la seguridad de que ellos lo recibirían con amor, que le darían la protección que él siempre había necesitado. Hacía con disimulo una señal de la cruz y salía sin mayor reverencia. No me escuchaba, yo gritaba a su corazón: “¡Manuel, hay otra forma de vivir!” pero quizás, eso yo no debía gritárselo a él, sino a gente como tu, que pueden hacer tanto por gente como Manuel…

Manuel empezó desde muy pequeño a fumar, primero tabaco y muy pronto mariguana, a tomar, a inyectarse. Cuando quedaba inconsciente yo tomaba su rostro entre mis manos, ponía mi frente pegada a su frente y le hacía soñar con mundos luminosos y llenos de paz. Todo aquello que su corazón anhelaba lo convertía en sueños con la esperanza de que un día despertara de aquella pesadilla en vivo y tomará la determinación de salir de allí. Ese día no llegó.

Las drogas hicieron su terrible efecto en el cuerpo de Manuel. Poco a poco empezó a tener visiones temibles y espantosas, su psicología se dañó profundamente y rápidamente la gente lo empezó a ver como un monstruo, cada vez más monstruo y cada vez menos humano.  

Aun sigue yendo a la iglesias, ya no solo en navidad, al menos no en la navidad de ustedes. Él decidió que siempre es navidad, y siempre que va encuentra a la Virgen y a San José y se siente seguro con ellos. Ellos nunca lo han mirado con asco y eso le alegra. Algún día cuando al fin pueda mirar a Manuel cara a cara le contaré que en realidad la Señora siempre lo miró con amor y con gusto y que mi trabajo siempre ha sido muy sencillo porque el Señor San José también ha estado al pendiente de él.

No, yo no cuido a un indigente. Yo cuido a Manuel, un hombre que Dios hizo venir al mundo no para ser indigente, y dichosos aquellos que puedan ver  y hacer en él lo que Dios siempre quiso que fuera

No hay comentarios:

Publicar un comentario