Seguro
nadie se pregunta si un indigente tiene ángel guardián. ¡Claro que lo tienen!
Yo soy el guardián de Manuel, no se llama “indigente”, se llama Manuel. Manuel
no nació para ser indigente. Aún recuerdo cuando Dios me asignó protegerlo en
el vientre de su madre, cuya vida tampoco fue nada sencilla. Violencia
familiar, alcoholismo, drogas, prostitución. A ella también la vi sufrir. Pero
a pesar de tanto dolor ella mantenía encendida en su corazón la esperanza de
que su hijo o hija (nunca supo que sería hasta que lo tuvo en sus brazos) fuera
una persona maravillosa en el mundo, pero sobre todo sabía que tendría un
corazón noble y bueno.
Uno
como ángel jamás le pregunta a Dios que será de aquellos niños cuando recién
nos los asigna, todos sabemos que él ya sabe que será de ellos, pero nosotros
tenemos que ir haciendo todo lo angélicamente posible para que ellos no se
olviden de Dios. Manuel a pesar de todo lo que vivió jamás se ha olvidado de
él, y eso siempre me ha alegrado.
Quizás
te preguntes, cómo llega alguien a ser indigente. Un indigente es un reclamo
para el mundo, en un reclamo al egoísmo del hombre, es un reclamo a los que
destruyen las familias de cualquier manera, es un reclamo a la indiferencia
humana, a tu indiferencia y a esa maldita capacidad de convertir a un ser humano
en una cosa, por ejemplo, convierten a las mujeres en prostitutas, a los bebés
en “productos”, a los hombres y mujeres abandonados en indigentes, gentes sin
nombre, ni historia, sin humanidad ni dignidad.
Manuel
fue un niño hermoso, inquieto, y con los ojos llenos de sueños. Era hábil con
sus manos. Fue un artista colapsado. Dibujaba con maestría con los lápices que
se encontraba y moldeaba maravillosas miniaturas. Era creativo y especialmente
se veía saturado de ese espíritu caprichoso de ingenio en la época de navidad.
Los colores de las luces que veía desde niño despertaban en él miles de
personajes alegres que bailaban y cantaban al ritmo de los villancicos que él
les cantaba.
Cuando
su madre murió intoxicada por el alcohol, a falta de un papá, fue enviado a un
centro infantil de niños en situaciones sociales complicadas, tuvo que aprender
a usar sus manos como armas de defensa y el espíritu de creatividad fue
menguado por un espíritu de violencia que le permitió sobrevivir. Nunca hubo
una oferta que lo hiciera mejor hombre o al menos nadie se empeñó en sacarlo de
ahí. Yo aproveché lo mas que pude las veces en que se acercó a la iglesia, que
era indefectiblemente para las fiestas de navidad. Acostumbraba zafarse de su banda
e ir a los templos a mirar los nacimientos. Lo vi muchas veces anhelar, sin
pronunciar palabra, entrar en aquellas escenas y formar parte de ellas. Ser un
personaje más dentro de aquellas representaciones. Miraba con atención a José y
a María teniendo la seguridad de que ellos lo recibirían con amor, que le
darían la protección que él siempre había necesitado. Hacía con disimulo una
señal de la cruz y salía sin mayor reverencia. No me escuchaba, yo gritaba a su
corazón: “¡Manuel, hay otra forma de vivir!” pero quizás, eso yo no debía
gritárselo a él, sino a gente como tu, que pueden hacer tanto por gente como
Manuel…
Manuel
empezó desde muy pequeño a fumar, primero tabaco y muy pronto mariguana, a
tomar, a inyectarse. Cuando quedaba inconsciente yo tomaba su rostro entre mis
manos, ponía mi frente pegada a su frente y le hacía soñar con mundos luminosos
y llenos de paz. Todo aquello que su corazón anhelaba lo convertía en sueños
con la esperanza de que un día despertara de aquella pesadilla en vivo y tomará
la determinación de salir de allí. Ese día no llegó.
Las
drogas hicieron su terrible efecto en el cuerpo de Manuel. Poco a poco empezó a
tener visiones temibles y espantosas, su psicología se dañó profundamente y rápidamente
la gente lo empezó a ver como un monstruo, cada vez más monstruo y cada vez
menos humano.
Aun
sigue yendo a la iglesias, ya no solo en navidad, al menos no en la navidad de
ustedes. Él decidió que siempre es navidad, y siempre que va encuentra a la
Virgen y a San José y se siente seguro con ellos. Ellos nunca lo han mirado con
asco y eso le alegra. Algún día cuando al fin pueda mirar a Manuel cara a cara
le contaré que en realidad la Señora siempre lo miró con amor y con gusto y que
mi trabajo siempre ha sido muy sencillo porque el Señor San José también ha
estado al pendiente de él.
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