En una reflexión personal que he
ido amasando en los últimos años he concluido –como una postura personal,
recalco- que la felicidad y la alegría son cosas distintas. Sin embargo Dios es
mi felicidad y mi mayor alegría.
Y es que realmente creo que vale la
pena definir la felicidad con términos que no sean fugaces. La felicidad es
saberse amado y capaz de amar, la felicidad es meta y finalidad llena de
esperanza, la felicidad es vida inagotable. La felicidad no puede ser menos que
eso. De allí que para mí la felicidad no pueda tenerla más que solo en Dios. Y
Dios, eterno, inmutable, inagotable, hace que mi felicidad sea eterna,
inmutable e inagotable. ¿Cómo habría de cambiar esto por alguna otra chuchería?
Por eso creo, también, que buscar
la felicidad exige mirar siempre hacia enfrente sin apartar los ojos de este
horizonte magnifico. No puedo distraerme mirando hacia atrás o limitándome a
ver solo el mosaico que piso en ese momento conformándome con eso. Estar vivo
hoy es buenísimo, pero vivir por siempre, para siempre, en la eternidad de
Dios, es eternamente mejor. Será llegar por fin a ese lugar donde «Ya no habrá
muerte ni lamento ni llanto ni pena» Ap 21,4
Ahora bien en el trayecto a ese
horizonte el camino no siempre será llano y agradable, habrá momentos
difíciles, de allí que sea importante animarnos unos a otros, cosa que sería
imposible sin la fraternidad. Este trayecto no se puede recorrer solo, y quien
se sienta así, es porque no se ha permitido entrar en comunión con los millones
de caminantes a su alrededor. El terreno que se pisa por tortuoso que sea, se
camina con alegría en buena compañía. De esto precisamente concluyo que nuestras
alegrías se reparten en lo que nosotros podemos hacer con nuestras capacidades
y talentos y también de la gente a la que amamos y a alegría que nos causa
tenerlos a nuestro lado. Ambas alegrías son necesarias. Buscar la alegría en lo
que puedo lograr yo solo independientemente de los demás, me puede hacer egoísta,
y buscar la alegría en lo que los otros pueden hacer por mí, me hace
dependiente e inseguro.
Pero vuelvo a un punto que nos se
nos debe olvidar, es necesario ser inteligente e invertir nuestras esperanza en
bienes eternos, esos que no se devalúan, así que nuestra mayor alegría la
encontramos en Dios, ya lo decía el salmista «Y llegaré al altar de Dios, al
Dios que es mi alegría» Sal 43, 4. Dios tiene una capacidad inmensurable
de alegrar los días del hombre por más nublados que sean, así incluso cuando
nos enfrentamos a la tragedia de la muerte de un ser amado Dios alegra nuestros
corazones con una promesa de vida, que nadie más en el universo puede hacernos.
Hay que entender algo,
entristecernos no es pecado, vivir tristes, sí lo es. La tristeza es una
manifestación de nuestra capacidad de conmiseración, de dolor, y en muchos
casos de perder algo que amábamos. Dios no nos exige que quitemos esta emoción
de nuestra vida –por algo nos creó con la capacidad de sentirla- pero está ahí en
la voces de mucha gente animándonos para que la tristeza no anide en nuestro
corazón.
La tristeza es algo de lo que hay
que tener cuidado, porque precisamente cuando le damos el control de nuestra
vida nos hace apartar la vista del horizonte y fijarla absurdamente en el
pasado. Ese es el momento en que con espíritu aguerrido –acordémonos que el
Reino es de los violentos (Mt 11, 12)- debemos
arrebatarle las riendas de nuestra vida a la tristeza y tomarlas nosotros para
seguir caminando hacia donde está nuestra verdadera felicidad, animados por esa
alegría del espíritu de la que habla con una sonrisa en la boca la Virgen
María: “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador…”
Va pues, después de tanto
hablarlo, algunas recomendaciones puntuales acerca de esto.
-
Define tu felicidad. Recuerda que no es algo que
se pueda perder fugazmente (te recomiendo mi definición.
-
Recuerda que la felicidad es algo que se logra
después de un gran trayecto. Algo tan valioso no puede ser abaratado en una
sola batalla.
-
Tu alegría es una inteligente y proporcionada conjunción
de tus propios esfuerzos, de los gestos generosos de los que amas (sin que los
obligues a que te los den), pero sobre todo de esa alegría sobrenatural que
viene de Dios y que supera nuestra naturaleza.
-
Vivir momentos tristes es parte del camino. Entristecerte
no implica infelicidad, vivir triste, sí, porque has dejado de caminar hacia
donde serás verdaderamente feliz.
-
Y por último y el mejor de todos los puntos.
Dios es felicidad plena del hombre y su mayor alegría, porque en él somos
amados eternamente (no nos falta amor), en él tenemos vida (la muerte no nos
vence), y podemos vivir siempre alegres (porque gracias a él siempre tenemos
grandes esperanzas)
Que seas feliz y que disfrutes de
las alegrías de tu vida, mientras Dios (un Dios felicisisímo, como diría
Raniero Cantalamessa) te mira complacido.
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