lunes, 5 de agosto de 2013

Amor creador


Aquel día de la eternidad Dios Padre dejó verse más alegre y radiante que de costumbre, su Hijo y el inquieto Espíritu Santo se miraron y no tuvieron más remedio que sonreír al saber lo que venía. El amor era tan denso en aquel momento que era más visible que todas las nubes del cielo, podía incluso saborearse con tan sólo pasar la lengua sobre los labios y sabía a aquella tierra que manaba leche y miel y  que algún día conocerían los hombres.

 El Hijo y el Espíritu Santo se colocaron en torno al Padre para acompañarlo ante el prodigio que iba a realizar, y así inició el espectáculo más hermoso que el universo haya conocido, el milagro de la creación. En la mente de Dios apareció la luz y el Hijo la pronunció mientras el Espíritu le daba forma sensible, todo, en una simultánea acción que provocaba la alegría de millares de ángeles que acompañaban con sus coros aquella trascendental escena. Del mismo modo surgieron en seis diferentes movimientos el cielo y la tierra, el agua y las plantas, los astros y todo empezó a tener una tonalidad más solemne cuando se dio inicio a la creación de  los seres animados que vivirían en el agua y sobre la tierra. El Hijo para este momento tornó su mirada al Padre y asintieron  en el momento culmen de la creación mientras el Espíritu aún se encargaba de detallitos como los ciclos estacionales, las formas de reproducción, el color de los millones de mariposas y como la prisa del Padre por hacer su obra cumbre era tanta, dejó que el camaleón pudiera elegir siempre el color de su piel.

Así se prepararon los tres en una orquestada y mística acción, el Padre miró a su Hijo con una mirada profundísima de amor y tomando de la misma tierra un poco de arcilla, empezó a formar la figura humana…era tan parecida a Él…a Ellos, que cuando la miró una lagrima de satisfacción brotó. Aun faltaba lo mejor: suspiró y el Espíritu Santo brotó de sus labios y entrando por la nariz de aquella figura llenó de vida todo su cuerpo. -He aquí al hombre-  se escuchó pronunciar al Hijo. El Padre lo depositó sobre unas espigas de trigo verde en un campo hermoso y los tres miraron su obra con amor y ternura.

Sin apartar su mirada del hombre, las tres divinas personas supieron que en aquel lugar estaba ya presente el primer enemigo del hombre: el engañador. él también miraba al hombre aunque con curiosidad y enojo. -¿Así que es como ustedes?- preguntó, y Dios asintió diciendo –es semejante a nosotros. Es inteligente, es libre, sabe amar y es creador.  

-¿Es creador?- pregunto el demonio. –Así es-  ¿y creará más hombres? –Así será- contestó el Hijo. El demonio sonrió hacía si mismo creyendo que Dios no conocía sus intenciones -¿Y qué poder le has dado para hacerlo? ¿Cuál es la formula? Sin dejar de ver al hombre Dios siguió contestando  -cada vez que el hombre se una a la mujer  en solemnísima intimidad, en un momento de profundo y denso amor y consagración, nosotros escucharemos ese llamado a la vida  y tendremos la confianza de enviar una nueva creatura a sus vidas. El hombre por ser semejante a nosotros amará y será creador al mismo tiempo.

El demonio no pudo reprimir su risa y lanzó una aguda carcajada que se escuchó por todo el universo recién creado. Dios no dejaba de mirar al hombre con ternura. – ¿Así que tú crees que el hombre usará siempre el placer de estar en la intimidad con alguien con el deseo de crear vida? –dijo el demonio sin dejar de sonreír. ¿Crees que este cuerpo tan sensible al calor, al roce de la piel, pueda detenerse a pensar en crear? ¿Crees que su mente se elevará hasta ti cada que desee unirse a alguien? Creo –dijo Dios sin dejar de mirar al hombre con ternura- que he hecho al hombre para amar y crear. Creo en mi obra y en la felicidad inmensa y verdadera que pueden conseguir amando y creando. Creo que podrán ver mi amor en su amor, que podrán ver mi amor en el milagro de la vida y que solo serán verdaderamente felices cuando descubran la grandeza del don de su sexualidad. Creo que llegará el momento en que el hombre ame y cree aún sin necesidad de intimidad sexual.

¿Sexualidad? ¿Así lo llamarán? Se-xua-li-dad – repitió el demonio con intenciones tan terribles haciendo que  por primera vez el término retumbará en el universo como algo funesto. “Sexualidad” dijo Dios sanando nuevamente el término y haciendo que el universo lo escuchara con su verdadero sentido. El demonio continuó – Tengo que decirte, que no creo que algún hombre pueda vivir eso sin olvidarse al menos un poco de ti – El Hijo respondió – Estoy seguro que un hombre les descubrirá como vivir este gran regalo.

El demonio, por ventura no puso atención a lo dicho por el Hijo, porque se regodeaba de las miles de posibilidades de hacer desviar al hombre del amor de Dios con aquel don. Su imaginación intuía a los millones de hombres y mujeres que rebajarían el milagro del amor-creador a un simple momento de placer, veía los millones de vidas regaladas por Dios con confianza a los hombres abortadas por la imprudencia y falta de conciencia. Imaginaba también las perversiones egoístas del don de la sexualidad, o por lo menos se alegraba de la angustia que podría crear en algunos haciéndoles creer que tal don era más bien un castigo por el que vivir asustados y mortificados. Él demonio también disfrutó de aquel momento, aunque de una manera terrible.


Dios seguía mirando al hombre con ternura. Acarició sus mejillas y poniendo su diestra sobre su frente dijo: «No me arrepiento de haberte hecho semejante a mí. Me complazco en el amor que crea, que genera. No lo olvides; mi tierna creación, mi futuro hijo.» Y dando una fuerte palmada hizo que la historia de la humanidad corriera, siempre sin dejar de mirar con ternura al hombre. 


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