Recientemente tuve la oportunidad
de ver (y en varias ocasiones) la última película de Disney-Pixar, Ralph. Es la historia de un personaje de videojuegos
que simplemente cansado de ser el personaje “malo” siempre excluido y solitario
se decide por cambiar su propia vida y ganarse el afecto y el reconocimiento de
los demás. La tarea no le resulta nada fácil. Y es precisamente en una de las
muchas trabas en las que he fijado mi atención por ser una de las más sutiles y
poderosas.
El día que Ralph, aquel “hombresote”
adiestrado para demoler se decide a cambiar encuentra una resistencia muy
fuerte, no dentro de él mismo sino dentro de los “buenos”. En esta gráfica
separación de bandos los buenos le hacen saber que él jamás podrá hacer algo
bueno. Junto con ellos a lo largo de la película más comentarios irán tratando
de reafirmar aquella visión y parece no haber posibilidad de cambiarla. Incluso ya al final de la película Ralph asume que toda su fuerza siempre ha servido para destruir y que posiblemente lo seguirá haciendo, sin darse cuenta que en su interior algo había cambiado desde hace mucho, pero a él se le hace difícil creérselo. No es capaz de creer en sí mismo ni en lo bueno que ya ha hecho.
Es difícil no amar aquel personaje que mientras asegura que es malo (como todos se lo han dicho) muestra un corazón abierto a las necesidades y sentimientos de los demás.
Algo semejante sucede con Gru,
personaje protagónico y comiquísimo de la película “Mi villano favorito”
(Despicable me) de la misma casa productora.
En esta película queda claro que hay incluso una organización criminal cuyo
afán es competir infantilmente (literalmente como niños llamando la atención)
por ser el villano más reconocido.
De los tres villanos que aparecen
(incluyendo al dueño de un banco que apoya aquellas aventuras maquiavélicas)
solamente Gru cuenta con la compañía de “personas” con sentimientos y emociones
muy a flor de piel, los minions, y el doctor. La soledad parece ser siempre un
factor importante para entender a los grandes villanos.
La “conversión” de Gru, si
queremos llamarle de algún modo, vendrá con la presencia de tres adorables
huerfanitas llenas de amor para regalar, incluso al raro espécimen que tiene
como mascota Gru. La relación humana sin prejuicios y que simplemente disfruta
del otro va generando una red de conexiones afectivas que finalmente le dan a
Gru lo que siempre había querido ¿la
luna? No, el amor que siempre quiso de su madre y que no le pudo dar porque tampoco
ella sabía cómo hacerlo. Una cuestión
más bien de “incapacidad” que de maldad.
Por último está un personaje
complicado que nunca será fácil de
comprender sobre todo ahora que el “bullyng” lo muestra como personaje emblemático
de estas actividades tan condenables. Se trata del buen Nelson de la también polémica
serie los Simpson y que sin embargo ha sido mi gusto desde los 12 años más o
menos.
Nelson es el resultado de una
familia desintegrada, una mujer alcohólica y de oficio condenable por la
sociedad. La violencia de Nelson, su agresividad, su sarcasmo e ironía
contrastan mucho con aquellos episodios en los que se le ha dado la atención y
el cariño que tanto necesita y que nos hace verlo como alguien atento, amable y
capaz de entregarse por completo por el otro.
Sin embargo el desenlace de su
historia no se ve muy próximo y a la comunidad de Springfield, a Matt Groenning
y a Fox, no le conviene una conversión permanente del personaje, así que Nelson
seguirá representando muy realmente a todas aquellas personas que después de
vivir un momento de redescubrimiento de su persona regresan a ser “lo que
siempre han sido”, un personaje desagradable, agresivo y solitario. Dicen amar
esa vida cuando en realidad no tienen el valor de salir de aquella posición.
Todos estos personajes ficticios
no son más que una visión de todas aquellas personas reales con las que
convivimos día a día. O somos nosotros mismos. Seres amables, entendiendo el término
como aquella posibilidad real de ser amado por nosotros.
Es ridículo darnos cuenta que
vivimos muy cercanamente esta ficción tipo Ralph en la que rechazamos a alguien
por la cantidad de acciones malas que ha realizado y le cerramos la posibilidad
de cambiar. Armamos estos bandos caricaturescos y nos ubicamos del lado de los
buenos.
Hay que pedirle a Dios entrañas de caridad y la capacidad de
sonreírle con amor y ternura a quien se presume malo, y no es más que un niño
indefenso, asustado o inseguro. Hay que convencerlos de que se puede ser bueno,
por una simple razón: porque nosotros también hemos hecho cosas terribles.
Se trata de reivindicarlos en su dignidad, restaurar sus
heridas emocionales, afirmarlos en una mentalidad distintas y recibirlos con
los brazos abiertos a un mundo real de lucha continua por ser mejores personas…¿a
caso Dios no ha hecho lo mismo con cada uno de nosotros y en repetidas
ocasiones?