Como algo que Dios ha infundido en mi persona reconozco mi deseo de ser abierto las diferentes expresiones de fe de todas las personas. Esta sensibilidad, que yo creo firmemente viene de Dios, me ha ayudado a escuchar con respeto las distintas formas en que la gente sencilla va viviendo su fe y si hay necesidad de corregir algo, hacerlo con caridad, delicadeza sin perder el objetivo y decirlo claramente.
Hemos celebrado recientemente la fiesta de Pentecostés, y nuevamente me tocó escuchar muchas voces entorno a esta celebración de la venida del que es el protagonista actual en la santificación de la iglesia. Por un lado escucho a muchos hermanos que se han preparado sistemáticamente en la doctrina de la fe y dan su opinión sobre lo excesos en que se puede incurrir en una mal dirigida piedad pneumatologica y escuché a los otros que hacen de la fiesta de Pentecostés un día mágico y portentoso como no lo es ningún otro día, y esperan con ansia su llegada.
Yo esta vez quise ser observador, al mismo tiempo que en mi labor de pastor fui organizando la Vigilia de Pentecostés de mi parroquia. La experiencia fue enriquecedora y me dio la oportunidad de tener mi punto de vista, no personal, sino en comunión con Dios.
Mi visión ha sido la siguiente. Nuestra iglesia necesita, definitivamente, dar la importancia que en realidad tiene el Espíritu Santo como Santificador nuestro. Esa es su misión: santificarnos. Si esta misión no se va cumpliendo como un compromiso vital en la vida de quienes buscan tanto la "asistencia del Espíritu Santo" seguirá siendo difícil que los otros crean en sus experiencias o que las perciban como una simple búsqueda de lo extraordinario o de lo emotivo y sensitivo. Si no existe un verdadero caminar en la conversión a la Santidad, se desvirtuará tal piedad.
Sin embargo por el otro lado hago un llamado muy especial a quienes como yo hemos de alguna manera minimizado la experiencia de nuestros hermanos de renovación. Podemos correr el riesgo de generalizar algo que hemos visto sólo en unas cuantas o (muchas, pero jamás todas) personas. Yo puedo decir con mucha alegría que he visto a muchos de esos "borrachos del Espíritu Santo" en esa misma lucha que yo vivo caminando verdadera y honestamente hacia la Santidad.
He caído en la cuenta de que tampoco puedo menospreciar la diferentes formas en las que Espíritu se expresa, pero mantengo mi vigilancia en los excesos y en el protagonismo de lo que es secundario según lo decía el mismo San Pablo "ustedes aspiren a los dones más valiosos" y presentaba así al amor como el don perfecto que nos hace verdaderos discípulos.
He caído en la cuenta de que tampoco puedo menospreciar la diferentes formas en las que Espíritu se expresa, pero mantengo mi vigilancia en los excesos y en el protagonismo de lo que es secundario según lo decía el mismo San Pablo "ustedes aspiren a los dones más valiosos" y presentaba así al amor como el don perfecto que nos hace verdaderos discípulos.
Así pues con esta mentalidad colaboré y asesoré la Vigilia de Pentecostés y me di la oportunidad de vivir un momento definitivamente especial. Todo momento de oración es un momento especial, y yo me dispuse a orar al Espíritu Santo, a cantar y un poco bailar aunque no se me de mucho. Escuche las predicaciones de un expositor carismático de experiencia, que me enriqueció de muchas maneras, y después vino el turno de Gerardo Rivera, uno de mis jóvenes y coordinador de la Pastoral Juvenil (de espiritualidad carismática también) a quien pedí que compartiera una predicación acerca del Espíritu Santo como fuego y a quien fui asesorando. Ahí comprendí que la apertura y la compañía de los pastores es fundamental en toda experiencia de Dios, recordé mi obligación de conducir a las ovejas a "los pastos verdes y a las aguas tranquilas" y también vi que la docilidad de aquel muchacho también era un ejemplo para todos los que viven esta espiritualidad. Fue así que la combinación entre el soporte sacerdotal, su docilidad al sacerdote y por supuesto la oración continúa por ese momento dieron como resultado una gran predicación que yo y todos los que estuvimos ahí pudimos disfrutar. Allí definí que la cooperación de todos es comunión que expresa amor y por tanto a Dios.
Luego vinieron las alabanzas, los cantos, y otras devociones. Parecían borrachos, pero no eran los primeros en la historia de la iglesia. Me quedaba claro que mi labor consistirá entonces en que vivan embriagados del Espíritu Santo, o como lo diría la recta doctrina "inhabitados" por él, así como he buscado que sean dóciles a la voluntad del Padre, y apasionados amantes de Cristo.
Mi expresión de fe favorita para ofrecerle al Espíritu Santo, no es levantar las manos, o exclamar a vivas voces, no busco hablar en lenguas más que aquellas con las que me pueda hacerme entender al que no conoce o ama aún a Dios, sigo buscando ganarme la confianza y establecer una relación comprometida con una persona y descubrir que es lo que bulle en su interior, a recibir un moción interna y espontánea, en fin, mi expresión de fe favorita para ofrecer al Espíritu Santo es mi búsqueda de la santidad, sin por ello despreciar esos gestos sencillos que no recientemente ha venido haciendo en los bautizados que lo invocan con fe sencilla.
Como un compromiso personal en este Pentecostés he querido manifestar más abiertamente mi amor personal a Dios Espíritu Santo, que me hizo hijo de Dios en el bautismo, que me capacitó como apóstol de Cristo en la confirmación, que me consagro sacerdote en mi ordenación sacerdotal, que viene a este simple y humilde siervo para administrar la gracia de Dios, y por supuesto que hace arder mi corazón por Cristo y me emborracha sin sentir vergüenza de ello.