Aquel día de la eternidad Dios Padre dejó verse más alegre y radiante
que de costumbre, su Hijo y el inquieto Espíritu Santo se miraron y no tuvieron
más remedio que sonreír al saber lo que venía. El amor era tan denso en aquel
momento que era más visible que todas las nubes del cielo, podía incluso
saborearse con tan sólo pasar la lengua sobre los labios y sabía a aquella
tierra que manaba leche y miel y que
algún día conocerían los hombres.
El Hijo y el Espíritu Santo se colocaron en torno al Padre para
acompañarlo ante el prodigio que iba a realizar, y así inició el espectáculo
más hermoso que el universo haya conocido, el milagro de la creación. En la
mente de Dios apareció la luz y el Hijo la pronunció mientras el Espíritu le
daba forma sensible, todo, en una simultánea acción que provocaba la alegría de
millares de ángeles que acompañaban con sus coros aquella trascendental
escena. Del mismo modo surgieron en seis diferentes movimientos el cielo y
la tierra, el agua y las plantas, los astros y todo empezó a tener una
tonalidad más solemne cuando se dio inicio a la creación de los seres animados que vivirían en el agua y
sobre la tierra. El Hijo para este momento tornó su mirada al Padre y
asintieron en el momento culmen de la
creación mientras el Espíritu aún se encargaba de detallitos como los ciclos
estacionales, las formas de reproducción, el color de los millones de mariposas
y como la prisa del Padre por hacer su obra cumbre era tanta, dejó que el
camaleón pudiera elegir siempre el color de su piel.
Así se prepararon los tres en una orquestada y mística acción, el Padre
miró a su Hijo con una mirada profundísima de amor y tomando de la misma tierra
un poco de arcilla, empezó a formar la figura humana…era tan parecida a Él…a
Ellos, que cuando la miró una lagrima de satisfacción brotó. Aun faltaba lo
mejor: suspiró y el Espíritu Santo brotó de sus labios y entrando por la nariz
de aquella figura llenó de vida todo su cuerpo. -He aquí al hombre- se escuchó pronunciar al Hijo. El Padre lo
depositó sobre unas espigas de trigo verde en un campo hermoso y los tres
miraron su obra con amor y ternura.
Sin apartar su mirada del hombre, las tres divinas personas supieron que
en aquel lugar estaba ya presente el primer enemigo del hombre: el engañador.
él también miraba al hombre aunque con curiosidad y enojo. -¿Así que es como
ustedes?- preguntó, y Dios asintió diciendo –es semejante a nosotros. Es
inteligente, es libre, sabe amar y es creador.
-¿Es creador?- pregunto el demonio. –Así es- ¿y creará más hombres? –Así será- contestó el
Hijo. El demonio sonrió hacía si mismo creyendo que Dios no conocía sus
intenciones -¿Y qué poder le has dado para hacerlo? ¿Cuál es la formula? Sin
dejar de ver al hombre Dios siguió contestando -cada vez que el hombre se una a la mujer en solemnísima intimidad, en un momento de
profundo y denso amor y consagración, nosotros escucharemos ese llamado a la
vida y tendremos la confianza de enviar
una nueva creatura a sus vidas. El hombre por ser semejante a nosotros amará y
será creador al mismo tiempo.
El demonio no pudo reprimir su risa y lanzó una aguda carcajada que se
escuchó por todo el universo recién creado. Dios no dejaba de mirar al hombre
con ternura. – ¿Así que tú crees que el hombre usará siempre el placer de estar
en la intimidad con alguien con el deseo de crear vida? –dijo el demonio sin
dejar de sonreír. ¿Crees que este cuerpo tan sensible al calor, al roce de la
piel, pueda detenerse a pensar en crear? ¿Crees que su mente se elevará hasta
ti cada que desee unirse a alguien? Creo –dijo Dios sin dejar de mirar al
hombre con ternura- que he hecho al hombre para amar y crear. Creo en mi obra y
en la felicidad inmensa y verdadera que pueden conseguir amando y creando. Creo
que podrán ver mi amor en su amor, que podrán ver mi amor en el milagro de la
vida y que solo serán verdaderamente felices cuando descubran la grandeza del
don de su sexualidad. Creo que llegará el momento en que el hombre ame y cree
aún sin necesidad de intimidad sexual.
¿Sexualidad? ¿Así lo llamarán? Se-xua-li-dad – repitió el demonio con
intenciones tan terribles haciendo que
por primera vez el término retumbará en el universo como algo funesto. “Sexualidad”
dijo Dios sanando nuevamente el término y haciendo que el universo lo escuchara
con su verdadero sentido. El demonio continuó – Tengo que decirte, que no creo
que algún hombre pueda vivir eso sin olvidarse al menos un poco de ti – El Hijo
respondió – Estoy seguro que un hombre les descubrirá como vivir este gran
regalo.
El demonio, por ventura no puso atención a lo dicho por el Hijo, porque
se regodeaba de las miles de posibilidades de hacer desviar al hombre del amor
de Dios con aquel don. Su imaginación intuía a los millones de hombres y
mujeres que rebajarían el milagro del amor-creador a un simple momento de
placer, veía los millones de vidas regaladas por Dios con confianza a los
hombres abortadas por la imprudencia y falta de conciencia. Imaginaba también las
perversiones egoístas del don de la sexualidad, o por lo menos se alegraba de
la angustia que podría crear en algunos haciéndoles creer que tal don era más
bien un castigo por el que vivir asustados y mortificados. Él demonio también
disfrutó de aquel momento, aunque de una manera terrible.
Dios seguía mirando al hombre con ternura. Acarició sus mejillas y
poniendo su diestra sobre su frente dijo: «No me arrepiento de haberte hecho
semejante a mí. Me complazco en el amor que crea, que genera. No lo olvides; mi
tierna creación, mi futuro hijo.» Y dando una fuerte palmada hizo que la
historia de la humanidad corriera, siempre sin dejar de mirar con ternura al
hombre.