”No por siempre en la tierra,
sólo breve tiempo aquí.
Aunque sea oro se rompe,
aunque sea jade se quiebra,
aunque sea pluma de quetzal se desgarra...
¡No por siempre en la tierra,
sólo breve tiempo aquí!"
He aplazado mucho la redacción de esta ocasión porque no quería demeritar la importancia de su contenido con conocimientos erróneos, sin embargo he decidido no dar una clase del tema a tratar sino más bien compartir esa agradable impresión que tuve cuando conocí el mismo.
Fue en la clase de filosofía mexicana en mis estudios del Seminario cuando me tocó investigar un poco de la filosofía náhuatl y di así con una de las expresiones más hermosas del pensamiento humano precolombino de nuestro país. La filosofía náhuatl invierte su energía en hacer del hombre y la mujer un verdadero ser humano en relación, es así que todo lo que entre en relación con el ser humano sea importante, desde su hermano hasta el último mineral o la más pequeña forma de vida.
Los tlamatinimes eran precisamente aquellos hombres sabios, responsables de formar en los hombres y las mujeres un rostro y un corazón. La idea podría simplificarse de la siguiente manera: toda creatura que nace aun no es dueño de su rostro ni de su corazón. El hombre necesita aprender a ser hombre y la mujer necesita aprender a ser mujer, ambos dueños de sí mismos. Y así se iniciaba un proceso de formación en el que los tlamatimines enseñaban por medio de la reflexión y la investigación, la importancia de esa dualidad filosófica que ellos descubrían.
Su objetivo era conseguir que los hombres y las mujeres tuvieran un corazón firme como la piedra y un rostro sabio. Dueños de su cara y de su corazón. No como una máscara obviamente sino como una verdadera construcción interior.
De esta breve y burda descripción general surge mi reflexión en esta ocasión.
Dice la doctrina de nuestra fe que existe algo llamado “las semillas del verbo”. En los individuos son ideas, pensamientos, convicciones, deseos, decisiones, esfuerzos, iniciativas verdaderos, buenos o bellos, o encaminados a la verdad, al bien o a la belleza, en definitiva, a Dios. El Espíritu Santo ha actuado siempre en todos los hombres y en todos los tiempos. Precisamente en esta filosofía náhuatl no encontramos contradicciones sustanciales con el mensaje de liberación y salvación de Cristo. Aun más podemos encontrar verdaderos paralelos que se diferencian únicamente por su expresión.
Los tlamatinimes enseñaron a los “macehuales” la importancia del respeto a sí mismos y la necesaria construcción de una humanidad intachable al mismo tiempo que exigían la valoración de la vida en común, la interacción social. Y por último la gratitud a ese “Dios desconocido” como lo hubiera llamado también Pablo frente a los náhuatl.
Y sin embargo ya desde su simple filosofía podemos encontrar valiosísimos elementos que nos ayudan a reflexionar en nuestra pura humanidad.
Ser dueño de un rostro y de un corazón sigue siendo una invitación valida. El hombre y la mujer corremos siempre el riesgo de que alguien o algo sea dueño de nuestro rostro y de nuestro corazón. Nuestros rostros no son, muchas veces, “sabios” sino que adoptan las formas de las modas fugaces y de los pensamientos efímeros que se alteran con los intereses de los que los venden. Nuestro corazón marcha sin rienda al galope de emociones y sensaciones y terminamos atropellando a fuerza de corazón a nosotros mismos y a otros. La firmeza que se esperaría de nuestro corazón y que tiene mucho que ver con la fidelidad a lo que es verdadero y bueno, como nuestros ideales, nuestros principios, los compromisos conyugales, la responsabilidad paterna, a veces es inexistente.
Si miramos a nuestro alrededor descubrimos muy pocos hombres y mujeres dueños de un rostro y de un corazón. Confundidos vamos viviendo la vida dolorosamente no queriéndonos adueñarse de ella o lastimándonos porque quisimos hacer responsable de nuestra vida a otros.
Pudiéramos justificarnos diciendo que esta triste visión de hombres y mujeres vagos se debe a que tampoco hay tlamatinimes. Sin embargo hemos de decir, ahora desde nuestra fe, que los cristianos tenemos en Cristo a ese, ya no tlamatinime, sino a ese maestro y dueño de la vida que complementa y nos ofrece toda la verdad que necesitaríamos para iluminar nuestra vida y así no vivir perdidos. Dios mismo ha venido al mundo como hombre, para enseñarle al hombre a ser hombre, y más aún su nueva identidad divina, don de su misericordia.
¿Encuentras en ti mismo estos estragos de no ser dueño de tu rostro ni de tu corazón? Búscalo. Él te enseñará el valor de tu vida y la importancia de hacerte responsable de ella y nadie más. Su amor te dará ese rostro sabio y ese corazón firme. Búscalo.
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