martes, 13 de marzo de 2012

Tu y yo: vasijas de barro.

"Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro, para que se vea claramente que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Vivimos siempre apretados, pero no aplastados; apurados, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados pero no rematados." 
(2 Cor 4, 7)






Lo sigo afirmando junto con todas las disciplinas científicas en torno al hombre: asumir la propia realidad es el principio un verdadero crecimiento. Así la naturaleza humana es maravillosa no solo por lo que ya es, sino por lo que asombrosamente puede llegar a ser. 

Enfrentándose precisamente a una mentalidad moderna que ve el pecado como un fantasma construido por la iglesia para asustar a sus fieles, un sacerdote recientemente afirmaba en torno al tema de la conversión en una asamblea diocesana: "El problema estriba sobre el hecho que todo ser humano es pecador." Esta frase tan categóricamente dicha puede ocasionar en la sensibilidad secular una grave molestia, sin embargo es una gran verdad que solamente puede ser entendida correctamente desde la  fe y no desde los margenes en los que muchos se han excluidos a sí mismos. 

De lo que se trata no es de clasificar con un sello permanente al hombre, se trata mas bien, y precisamente, de un principio: El hombre nace en el pecado, pero es regenerado por Dios. Nuestra naturaleza tiene de suyo esta condición, es Dios quien viene en su misericordia a lograr que la manera en la que iniciamos nuestra vida no sea la misma que al final de ella. 

Ahora bien esta naturaleza mermada por el pecado y que tiene signos manifiestos en las relaciones humanas y en el orden de nuestras prioridades, es una naturaleza que es afectada positvamente por la gracia de Dios. De allí que San Pablo afirme que llevamos un "gran tesoro en vasijas de barro". 

Somos vasijas de barro y no debería darnos verguenza serlo porque Dios fijó sus ojos en nosotros y nos hizo depósitos de algo maravilloso. Hablemos pues en el lenguaje de esta analogía. 

Somos en el  mundo vasijas de barro, nuestro material es sencillo y delicado. Los golpes nos van agrietando y podemos llegar a rompernos por completo. Lo importante de una vasija de barro es al fin y al cabo lo que contiene. En este caso ya hemos mencionado el contenido de los que hemos aceptado, el gran regalo de la gracia de Dios. Sin embargo hay otras tantas vasijas que procuran mas bien centrar su atención en el adorno exterior tiñéndose de tonos multicolores y brillos iridiscentes, mientras que por dentro siguen estando vacías. 

Esta clara tentación ya da mucho por reflexionar, sin embargo en esta ocasión quiero compartir con ustedes una preocupación aun más específica: Las grietas de estas vasijas en quienes ya contenemos la gracia de Dios. 

El tesoro que recibimos de Dios es el agua viva de la que habla Jesús a la samaritana del evangelio. Dios nos llena de esta agua y nos envía a saciar la sed de los que fallecen en el hastío de la soledad y la miseria del pecado. Si nuestras vasijas están gravemente rotas o incluso desfondadas no tendremos nada que compartir con los sedientos e incluso nosotros mismos nos convertiremos en una inservible fuente seca y sedienta al mismo tiempo. 

Es normal que a lo larga de nuestra historia las muchas experiencias vayan causando estragos en nuestra vida. Puede ser también que llegue el momento en que conocemos a Cristo y en manos del alfarero seamos reparados  y nuevamente en el transcurso de la vida seamos nuevamente dañados. Somos barro y aunque la fe me fortalece sigo teniendo un material frágil para que entonces pueda demostrar, como dice el apóstol, que "siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo."

He conocido gente con graves heridas emocionales que gracias a la fe y a las herramientas psicológicas necesarias han logrado que la gracia que Dios deposite en ellos no se desperdicie en vasijas sin fondo o con profundas grietas. Están orgullosos de sus cicatrices porque lograron curarlas. Así debe ser. Reconocer que somos frágiles, que nuestras cuarteaduras requieren curación y que Dios nos sana no solo con oración sino a través de la comunidad llena de talentos que Dios infundió en personas preparadas que pueden ayudarnos a restaurarnos. Es necesario no caer en ese grave error de fanatizarnos y buscar milagros personales que Dios quiere que arreglemos con la ayuda de nuestros hermanos. 

Jesús dijo a sus apóstoles en alguna ocasión, "el que no está conmigo esta contra mi, y el que no esta conmigo desparrama". Ciertamente Dios no se detiene en su providencia generosa, sigue enviando bendiciones a cada una de nuestras vidas pero si nuestras vasijas están rotas y no hemos hecho lo necesario para arreglarlas todo ese manantial de favores no nos llenaran y menos podremos llevarlas a los demás.

Descubramos entonces, como lo mencionaba al principio, que somos frágiles y que Dios nos fortalece, que nuestra vida puede lastimarse y cuartearse, como las vasijas, y que Dios nos da las herramientas necesarias para restaurarnos. Solo cuando seamos conscientes de nuestra naturaleza y de su fragilidad empezaremos a crecer buscando los medios necesarios para lograrlo y para contener y distribuir el manantial de gracia del que Dios quiere hacernos fuente. 

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