Me encanta escribir con un buen
fondo musical y hoy lo tengo. Mientras escucho a una creativa y explosiva
cantante mexicana con sus versos de huapangos y serenatas se me movió el alma
para escribir acerca de mi familia.
Se debe quizás a mi origen sureño
que las cosas que recuerdo tenga una pesada carga de sabor que no puede
olvidarse y entonces el paladar me sabe a yerbabuena, rezos, zacate-limón, guanábana,
muerte, queso fresco, historia de espantos, pasión de amor, y Dios por delante. Esa es mi familia. Y su
historia baila alegre con tambores tabasqueños y sones jarochos a jarana limpia
y arpa elegante. Es delicioso a decir verdad.
Recientemente me encaré a esa
realidad en un viaje familiar y disfrute no solo de las historias siempre
novedosas del rancho nativo, sino de mi propia conciencia que pudo valorar ese
bagaje. Escuchaba de aquellos amores legales e ilegales, de los que salieron
hijos y bastardos, de las brujerías que
consiguieron a la larga desfortunios y de las cosechas que se lograron por obra
de Dios. Al final del día una parte muy altiva de mi se avergonzaba de aquella
historia de la que yo mismo surgí, pero un pizca de sabiduría divina me hizo
sentirme feliz de mis raíces y valorarla como mi propia historia de salvación y
de gracia.
Compartía con mi Jesús una misma
sensación frente a la historia familiar. En mi caso con lo que ya he descrito, en
caso de él, una historia familiar con incestos, infidelidades, suplantaciones
de primogenitura, etc.
Necesitamos entender que Dios
siempre ha hecho surgir la gracia de los ambientes más hostiles y oscuros que
ha creado el hombre y así la salvación del mundo vino de esta familia narrada a
lo largo del Antiguo Testamento, y así también, Dios ha regalado a mi familia
llena de historia y leyendas la gracia de la vocación sacerdotal (próximamente
con su favor en dos ocasiones) que nunca hubieran imaginado. La historia de mi
familia me sabe muchas veces a historia de García Marquez, y me fascina la
literatura de Gabo.
Ahora bien disfrutar de mi
familia es algo que quiero compartir con ustedes para que lo hagan con su
propia familia, sin vergüenzas, sino con las alegría de reconocer en medio de
esa historia la huella de Dios que ha caminado con nosotros por todos los
terrenos del mundo y a probado con nosotros los mismo sabores de nuestra
tierra.
Yo seguiré disfrutando de cuando
en cuando el sabor, a queso fresco y nata, de albahaca y canela, de historias
llenas de sangre y de lágrimas, de soledades y pasiones, de allí también surgió
la gracia, y desde allí me llamó de
Dios, desde mi familia, así como a ustedes los llama Dios desde sus propias
familias.
Y concluyo escuchando de fondo
ese maravilloso “Dios nunca muere” de Macedonio Alcalá. Este fue regalo de
Dios.
No olvidemos nuestros origines, nuestro pasado, pero tengamos bien presentes NUESTRA FAMILIA.
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