No,
definitivamente no alcanzaría a llegar ni a la bendición de la mesa ni al
brindis inicial de la cena. Había pasado todo el día revisando y archivando expedientes fiscales.
Números, números y más números, para muchos puede sonar fastidioso pero para él
era tan normal como el pastor cuando ve a sus ovejas o el Arquitecto que ve
líneas y ángulos. Desde niño le había gustado eso.
Después
de recorrer unas 10 cuadras seguidas y caer en la cuenta de su retraso, optó
por la resignación y se dejó caer relajado en el asiento del autobús. Suspiró y
miró a su alrededor. Dos asientos frente a él viajaba un anciano dormido, al
fondo del camión un joven encerrado en la música de su celular con sus
audífonos puestos, y al frente el chofer que manejaba – a su parecer- demasiado
lento. Aun faltaba mucho camino por recorrer. Pensó en sacar de su maletín un
archivo que requería su atención pero se amonestó a si mismo pensando que por
culpa de trabajo iba tarde a un reunión familiar, que para él mismo era muy
importante.
Se acomodó hacia delante en el asiento, puso sus brazos sobre el
asiento de enfrente y empezó a jugar con sus manos tratando de evitar darse
cuenta que no sabía hacer otra cosa que trabajar. Se retó así mismo. “¡claro
que soy capaz de ser creativo y pensar algo que no sea el trabajo!” Volvió a
jugar con sus manos ahora para evitar pensar que nada se le ocurría. Miró por
su ventana y después de fijarse en los adornos navideños de las vitrinas de
algunos locales comerciales, vio el reflejo del anciano que iba en el camión.
Aquel viejecito se reía solo, al menos eso parecía. Dejó de mirar el reflejo y
volteó su rostro para mirarlo directamente. Vio que el hombre ya había abierto
los ojos y miraba también por la ventana de su lado, pero aun se reía. -<¡acércate!>
le dije, hablándole a su corazón. Él hizo un gesto de extrañeza ante tal idea,
pero se había retado a ser creativo y salir del mundo de su trabajo.
Respiró
hondo y salió de su asiento para acomodarse en el asiento a un lado del
anciano.
-¿Cómo
le va? Buenas noches- inició la conversación con una sonrisa, yo también
sonreí.
-Buenas
noches- respondió el viejecito con amabilidad pero con extrañeza. Su rostro
ciertamente estaba marcado por los años con maravillosas arrugas y pecas.
Vestía un cárdigan rojo debajo de un blazer de lana color café.
- No
quise asustarlo. Me llamo Manuel- y tendió su mano. El viejecito acomodó junto
a él una bolsa de papel para dejar su mano libre para el saludo y estrechó la
mano de Manuel.
-¡tocayo!,
yo también me llamo Manuel- dijo con una risa sincera y pacifica.
-¡Mire,
que bien! ¿Y usted también va tarde con su familia a la cena de navidad?
El
anciano lo miró y su sonrisa tomó un tinte melancólico. Por un momento Manuel
pensó en que había sido imprudente y que quizás aquel hombre no tenía familia,
o al menos no estaba cerca de ella. Muchas ideas se le ocurrieron. El anciano,
también pudo descubrir en Manuel un gesto de preocupación y vergüenza y antes
de que el ambiente se viciara mas, volvió a sonreír con tranquilidad.
- No
tocayo, yo ya vengo de haber estado con mi familia. Bueno, con una parte de
ella. Fue una gran cena, pude ver a mis nietos, a mis nueras, a mis yernos…no
todos me caen bien.
-
¡uff! Que bueno que me dice, empezaba a sentirme mal. Pensé que había cometido
una imprudencia. Pero ¿y su esposa?- al mismo tiempo que pronunciaba aquella
pregunta, Manuel descubría que si lo primero no era una imprudencia esto último
definitivamente lo era. Sus ojos rápidamente buscaron en la mano de aquel
hombre un anillo de bodas y ciertamente lo encontró, pero aun no sabia porque
aquel hombre que había “estado con su familia” venia ahora solo en un
transporte publico. El viejo Manuel volvió a sonreír, ahora con mas fuerza. Le
causaba gracia su joven homónimo.
-
Tranquilo, tranquilo, no te mortifiques. No has pisado ninguna mina explosiva.
Sin embargo, para poderte responder tendría que contar un poco de mi historia,
pero de manera muy breve… definitivamente ya estoy viejo. Ya que uno empieza a
contarle historias a extraños es que ya dio el viejazo- ambos rieron
sintiéndose en verdadera confianza- Pues, mira, quizás tu primer pregunta si
tenga algo de correcto, o al menos en algún momento de mi vida eso fue lo que
ocurrió con demasiada recurrencia. Me acostumbré a llegar tarde a todo lo que
para mi familia era importante. Llegué tarde la infancia de mis hijos, a sus
conflictos juveniles, a sus decisiones maduras. Llegué siempre tarde a las
expectativas de mi esposa. Llegué tarde cuando fue sola al médico y le
diagnosticaron cáncer y llegué tarde cuando la declararon libre de aquel
terrible mal que superó sin mi ayuda. Llegué tarde aquel día que mis hijos la
convencieron, afortunadamente, de que dejara de esperarme y se fuera a vivir
con una de ellas.
-
Bueno, pero es que, muchas veces sin que nos demos cuenta las responsabilidades
nos consumen. Y muchas otras tantas veces no tenemos más remedio que decir que
sí a ciertas obligaciones emergentes. Vivir retrasado, no creo que sea
suficiente para destruir una familia.
- No,
claro que no. Lo malo era lo que me “retrasaba”. Empezaron retrasándome cosas
que en principio era muy honestas, así como tu lo dices, mi trabajo, tareas de última hora,
oportunidades de “crecimiento”, un proyecto que iba a mejorar nuestro futuro.
Después vendrían las “obligatorias” cenas, fiestas y parrandas de las que no
podía desistir porque parecía que en ellas se jugaba mi futuro… y bueno, quizás
tenía razón, de muchas de ellas realmente dependió mi futuro, este futuro, que
ahora vivo. Y ya cuando perdí la sensibilidad de mi conciencia me retrasaron
simples, tontos y egoístas caprichos y placeres. ¿sabes dónde estaba cuando mi
esposa tenia que ir a recoger esos funestos exámenes médicos? Paseando cual
adolescente enamorado con una mujer dieciséis años menor que yo…¿cuántos años
tienes de casado tocayo?
-
Solo cuatro, maravillosos cuatro años.
-¿Quién
los ha hecho maravillosos?
-
Pues los dos, creo… aunque, bueno, últimamente ella ha sido muy comprensiva y
se esfuerza por sacarme arrastras del trabajo para disfrutar de nuestra bebe.
Tenemos una bebe. La luz de mis hijos.- El viejo Manuel sonreía al escuchar al
muchacho.
-La
pregunta es, querido tocayo, ¿deben, como tu lo has dicho, sacarnos arrastras
de cualquier cosa, para poder disfrutar de nuestras familias? Yo creo que no,
ahora lo creo. Mi última distracción, la que me costó una hermosa familia, fue
una cena de navidad en la que uno de mis actuales yernos pediría la mano de mi
hija mayor. Mi esposa y mi hija me pidieron, me rogaron que no fuera a
retrasarme aquel día. No solo llegué tarde, llegué ebrio y oliendo a perfume
barato. Mi esposa me recibió y trato, disimuladamente de llevarme al cuarto
para ayudarme a mejorar en lo posible mi imagen y yo empecé a decir una sarta
de estupideces mientras subíamos las escaleras, y como noticia de ultima hora
revele que tenia otra mujer y un hijo que ella me había dado y que era mi
orgullo. Mi hija tardo mucho tiempo en perdonarme y mi esposa supo que si
quería hacerme reaccionar tenia que separarse de mi. Ni así entendí.
El
día de navidad de ese año salí ofendido de mi casa y no voltee a mirar a mi
familia. Mi esposa me había pedido que arreglara mi alcoholismo y que decidiera
con quien quería vivir de manera fiel, ella estaría esperándome con una
decisión. Y hasta para esa decisión llegue tarde. Aquel hijo no era mío,
aquella otra joven mujer siguió al verdadero padre del niño, mucho mas joven
que yo, claro, todo eso después de que me hice cargo de muchos de sus gastos y
gustos. Y al fin me quedé solo, solo yo y mi alcoholismo, que se iría hasta
unos cuantos años más tarde. Cuando me vi así de miserable, regresé finalmente
con mi esposa y le pedí perdón. Ella es muy buena, aceptó mis disculpas, pero
me pidió pruebas para declararme libre del alcohol y en tratamiento. El alcohol
me retraso otro tiempo, no es que yo lo quisiera, me resultaba tan difícil
dejarlo, es una enfermedad de la que uno solo no se puede curar. Al fin un día
pude llegar con ella y decirle que tenía un año sin probar alcohol. Fue hace
tres navidades. Aquella noche mi familia me recibió y yo ya no reconocía sus
rostros a la perfección y por supuesto no sabía que aquellos jóvenes y niños
eran mis nietos, descendían de este viejo….- Aquel hombre anciano empezó a
llorar y Manuel que durante toda la historia había ido sintiendo como la
historia penetraba en su corazón también se conmovió por la historia de aquel
hombre. Sacó un pañuelo y se lo ofreció. El anciano sonrió.
-
No, no, úsalo tu, yo tengo el mío.
-
Perdón, mi intención no era removerle esos recuerdos y hacerlo sentir esto. Yo
lo vi sonriendo y quise compartir un buen momento.
- No
tocayo, no entiendes. Lloro porque realmente las cosas valiosas que se pierden
nunca dejan de doler. Pero eso no me quita la felicidad que hoy siento. Es una
lastima que haya llegado tarde a tantas cosas, pero tengo que darle gracias a
Dios que me dio una esposa que siempre me esperó. Hoy yo tengo que esperar, mi
esposa no se siente listas para vivir nuevamente conmigo, y la entiendo. Así
como ellos eran dolorosamente extraños para mi aquella navidad del regreso, yo
también soy extraño para ella. La estoy conquistando, es como si fuera mi novia
nuevamente, pero yo voy a visitarla a casa de mis hijos, y nuestros nietos nos
cuidan. ¿Ves a ese muchacho de allá atrás? Es mi nieto, me esta acompañando de
regreso a mi departamento.
- ¿Y
porque no viene contigo?
-
Porque todavía no me lo gano, pero lo haré. ¡Lo importante es que me va
cuidando tocayo! Pude haber muerto solo y mírame voy siendo cuidado por mi
nieto. Dios ha sido muy bueno conmigo.
Los
dos se quedaron callados un momento. Ambos se sentían enriquecidos. Manuel, mi
Manuel, el que yo vengo cuidando desde que Dios lo depositó en el vientre de su
madre, sabía que aquel encuentro no había sido fortuito, sino que había llegado
como un maravilloso regalo de navidad de parte de Dios. Aun se sentía culpable
por ir tarde a la cena de navidad, pero tenia la vida comprometida para reponer
aquella falta. Él iba empezando y no siempre coinciden esos testimonios que son
lecciones de vida con un corazón dispuesto a escucharlas, y aquella noche si
coincidieron ambas cosas. Suspiró y volteó a mirar al anciano que volvía a
sonreír. Ahora entendía porque sonreía. Frente a Don Manuel el vidrio le
regalaba el reflejo de su nieto y el lo miraba lleno de gratitud y de orgullo,
de felicidad.
-
Que rápido se me pasó el camino. Yo me bajo en la próxima parada. Gracias Don
Manuel. Su historia es magnifica. Le deseo una feliz navidad y un magnifico año
nuevo.
- No
tocayo, gracias a ti. Y gracias a Dios que hizo que nos encontráramos. No te acostumbres a llegar tarde y menos en
Navidad. También una muy feliz navidad para ti.
El
Ángel guardián de don Manuel y yo nos miramos satisfechos y nos despedimos con
una cordial reverencia.
Manuel
lograría con muchísimo esfuerzo saber que el mejor sacrificio que se puede
hacer es el que te acerca a tu familia, a sus pensamientos, a sus sentimientos,
a sus brazos. Hubo errores, como todos los hombres los tienen, pero los aciertos han sido constantes. Por lo pronto aquella noche terminó de manera magnifica, al
parecer el chofer no era tan tranquilo como parecía y la calle que había que
recorrer, milagrosamente estaba despejada. Manuel llegó a la bendición de la
mesa y ese ya fue el primer regalo de navidad para la familia.
Yo aqui seguiré cuidando a Manuel, hasta el día lleno de luz en que vera aquel que me dio por tarea conducirlo y hacer todo lo necesario por acercarlo a Él.