El día de ayer, domingo, celebramos a Cristo Rey del universo. No fue fácil para mí predicar, por un lado las lecturas de la misa tenía un contenido inmenso y rico que me recordaba aquellos grandes bufetes de los restaurantes en donde no sabes por dónde empezar y qué comer primero. Por otro lado estaba también la riqueza del testimonio histórico en nuestro país donde hombres y mujeres defendieron con su propia vida su fe entregándose completamente al mismísimo modo en que habla el libro del Apocalipsis “y no amaron tanto su vida que temieran a la muerte” y por otro lado también estaba mi propia apreciación de mi Cristo, de mi Señor, de mi Rey, mi deseo de hablar desde mi propia experiencia el significado tenerlo verdaderamente como Rey y Pastor.
Ayer el dilema de la elección de la prédica se la deje al Espíritu Santo, y espero que de todo lo que dije, el se haya encargado de hacer germinar en los corazones de los fieles un mensaje efectivo, sin embargo este espacio me da la oportunidad de hablar de eso último que he mencionado arriba, Cristo como MI Rey.
La gratuidad de Dios le concede al hombre dones y regalos que muchas veces no nos detenemos a pensar que no los obtuvimos por medio de algún esfuerzo personal. Dios me ha dado la oportunidad, sin embargo, de ser sensible a ello. Reconozco en mi vida un sin número de maravillas de las que él me ha provisto. El Rey me ha honrado con muchas cosas, muchas personas, muchas experiencias, y en algún momento del que no recuerdo fecha ni hora decidí que lo mejor era que él fuera gobernando mi vida y que al mismo tiempo fuera mi pastor. Y así ha sucedido, este gobernador de mi vida gusta de delegarme decisiones una veces atino a elegir lo correcto pero otras tantas me equivoco y entonces viene él y de alguna manera inefable repara mi daño y hace florecer dónde yo destruí. Es también mi Pastor y me he dado cuenta que mi Pastor no sabe hacer muy bien cálculos, de cada cien ovejas no se va solamente una, sino que unas veinte máximo son las que se quedan en el redil mientas que los otros salimos corriendo como chivas frenéticas en búsqueda de lo desconocido, pero lo que sí es correcto es que el sale pacientemente todas las tardes a buscarnos, a cargarnos en sus hombros, a curarnos, a depositarnos otra vez en su redil.
Mi Señor, es Rey de nobleza infinita, cuando hago oración me deja ver en sus ojos la esperanza viva y efectiva de que todos sus hijos adoptivos reconozcan la suprema dignidad de ser hijos del Rey del universo, de ser herederos del cielo. El siempre nos mira con esperanza. Mira con esperanza al niño pequeño que ve a sus padres lejos de él, mira con esperanza al adolescente que empieza a probar su libertad y la usa incorrectamente, mira con esperanza al joven que aun no tienen ningún proyecto en su vida y la desperdicia como aquel hijo de la parábola, mira con esperanza a aquel matrimonio que han empezado a destruirse y herirse con pequeñas actitudes egoístas; el nos mira a todos con esperanza y empieza a mover cosas, a hacer pequeños milagros que nos dan la oportunidad de reaccionar y reajustar la ruta y descubrir nuestra dignidad.
Este es mi Rey, así es él. ¿Cómo no amarlo? ¿Cómo no ponerme a sus pies? ¿Cómo no confiar en él?
Él me ha enseñado que la autoridad es servicio y que el poder más grande es el del amor, que los ciudadanos de su reino no son súbditos sino hijos, y que él más haya de ser Rey quiso ser nuestro Padre. Cristo es mi Rey, y se me llena la boca de alegría cuando lo pronuncio en voz alta, mientras que el corazón se siente seguro a su sombra.
Mi idea no es solo celebrar a Cristo Rey, sino disfrutar a Cristo Rey confiando siempre en que si el gobierna mi vida lo más seguro es que la tragedia más grande terminará siendo transformada en gracia y en felicidad divina, de esa que el mundo y los reyes de este mundo no me pueden dar.