Todos los niños en algún momento
quisimos ser superhéroes, y hablo especialmente de los niños varones, aunque
seguramente muchas niñas también tuvieron a sus superheroinas admiradas.
Los veíamos en las caricaturas de
la televisión o en los comics realizando proezas a favor de los que se encontraban
en peligro o riesgo, salvando vidas, defendiendo a los indefensos, etc. Precisamente pensando en esas caricaturas o imágenes
de la infancia y de mi devoción a ellas he reparado en algo significativo. La
admiración hacia aquellos personajes tenía su punto culmen en el bien que podían
hacer, de manera muy simple dejaban una lección moral que los niños quizás no alcanzábamos
a entender pero que se resumía en aquello de que “el bien siempre triunfa sobre
el mal”
Los superhéroes, personajes sacrificados
y valientes, recios y siempre llenos de esperanza, inteligentes y educados, eran
“superhombres” porque aunque vinieran de otro mundo no dejaban de tener figura
humana quizás por el anhelo de los caricaturistas de que la figura humana
contara en sí con aquellas virtudes.
Poco a poco los superhéroes, han
venido a menos, se desvió la atención de sus actos heroicos a la simple
atracción morbosa de sus “super-poderes” y actualmente vemos a un montón de
personajes con poderes excepcionales y con graves conflictos internos, ya no
son “superhombres”, son simplemente mutaciones o simples “accidentes
científicos”.
No nos desviemos del tema, mi
intención no es criticar este subproducto cultural (comic) que ocupa el noveno
lugar en la clasificación de las artes, sino entender cual pudo ser la
motivación inicial de quien habría creado el primer superhéroe. Se trataba de
postular ante la sociedad a un ser, humano en su imagen, pero sobrenatural en
sus virtudes y potencialidades siempre dirigidas al bien común. Y es
precisamente esta anterior definición algo que fácilmente podríamos traducir en
la nobleza del alma cristiana y de esa santidad sobrenatural que nos mueve a
hacer cosas por encima del horizonte humano.
Dios le da al hombre “superpoderes”
sin que tengan que ser de otro planeta o sufrir un accidente químico. Tales
capacidades le vienen al hombre de su propia voluntad y libertad, que lo hacen
sacrificarse por los demás, luchar contra las injusticias, salvar vidas,
promover la esperanza en medio del caos, y en vez de desaparecer de la pantalla
en el momento del reconocimiento hacer una humilde referencia a quien lo
sostuvo en medio de tan duras batallas.
Sin embargo, de esos héroes hay
pocos… los hay gracias a Dios, pero son menos de los que deberían ser. Buscamos
más bien los superpoderes caricaturescos, volar, sacar telarañas de los puños
de las manos, trepar edificios altos, tener visión de rayos laser, u oído de
largo alcance, pero pocos quieren sacrificarse, salvar vida y luchar por la
injusticia tan presente en nuestra sociedad.
Necesitamos hombres y mujeres que
reconozcan que Dios cree en los “superhombres” y nos dotó de lo necesario para
lograrlo. Hombres y mujeres que anhelen superarse a ellos mismos y en vez de
encerrarse con necedad en sus propios problemas (que jamás resolverán porque
les gusta vivir de ese modo) se abran a
las necesidades de los demás. Superhombres
y supermujeres que le enseñen al mundo la maravillosa capacidad y
potencialidad de la humanidad llena de Dios.
San Maximimiliano Kolbe no ocupó una capa para sacrificar su vida en intercambio por aquel padre de familia, la
Beata Teresa de Calcuta nunca uso un antifaz para recoger a los niños que eran
abandonados en las calles, el Beato Juan Pablo II voló en un simple instrumento
humano en medio de sus enfermedades y su debilidad obvia, las últimas veces ya
sin voz, a fin de que su sufrimiento fuera un mensaje de fidelidad a Cristo, y
otros tantos héroes anónimos que se preocupan más por otros que por ellos
mismos, mamás, papás, médicos, maestros, etc.
Basta para lograr la misión dejar
de dar de nosotros lo menos y empezar a dar lo más. Somos, diría Jesús, lámparas
encendidas que no se pueden esconder debajo de una mesa, sino dispuestos sobre
ellos para iluminar la oscuridad. Se trata de erradicar ese pensamiento
diabólico de que somos poca cosa y empezar a creer que Dios no ha enviado al
mundo ningún ser inservible, y no solo eso, Él espera de nosotros grandes y
maravillosas cosas. Y es que definitivamente fue realmente Dios quien ha creado
los mejores superhéroes sin que sean personajes ficticios.
Los Verdaderos Héroes, no son porque hicieron algo extraordinario, sino porque en lo ordinario vivieron de manera extraordinaria su responsabilidad. Ojala todos buscáramos llevar nuestras virtudes al heroísmo, en lo ordinario.
ResponderEliminarEl heroísmo de lo cotidiano que requiere más voluntad que y menos presunción. Gracias Padre.
ResponderEliminarPareces alguien demasiado inteligente e inculcadoen las formas y principios como para tener una férrea creencia en algo tan volátil como una figura ulterior; "Dios" en tu caso.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Enrique. Realmente se trata de una relación muy allá de lo natural, ciertamente.
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