sábado, 1 de septiembre de 2012

"Allí en lo secreto"



Fue para mí una novedad descubrir el modo en que la Gaudium et spes (Documento Conciliar) hacen de la conciencia y el corazón una misma cosa: “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente.” (GE 16)


Y digo que fue una novedad porque para la primera vez que leí lo anteriormente citado, identificaba la conciencia con una capacidad personal de razonamiento, un movimiento propio  en el que no intervenían más que mis propias consideraciones. Entendía sí, que era algo intensamente personal, allí donde yo podía descubrir el origen de todas mis motivaciones e intenciones, pero en el que no parecía existir más que mi propia voz y voluntad.

Visto de esta manera no era muy agradable acercarse a aquel “lugar” ya que tenía que encararme conmigo mismo y con un sin número de acciones  que nunca debí haber aprobado.

El corazón por otro lado consistía en aquel lugar de ensueño en el que solo habitaban sentimientos nobles, anhelos luminosos y esperanzas siempre despiertas. La conciencia oscura por un lado y el radiante corazón por otro.

Pero apareció frente a mi Gaudium et Spes inspirada por Dios en la que me dicen que ciertamente la conciencia y el corazón son uno solo y allí mismo puedo escuchar la voz de Dios que quizás por voluntad propia no había querido escuchar o yo mismo había ahogado, o al menos lo intentaba con mucha fuerza.

Motivado en esa reflexión distinguí -en una interpretación muy personal- tres pasos en aquella recomendación de Jesús acerca de la oración: “Tu en cambio cuando vayas a orar, (1) entra en tu cuarto, (2) cierra la puerta y (3) ora a tu Padre, que está allí en lo secreto…” (Mt 6, 6)

Para mi aquella recomendación a la oración que debe ser siempre constante, en todo lugar, requería entender aquel “cuarto” no como el espacio físico dentro de mi casa, sino más bien con esa conciencia, lugar del corazón y como más adelante dirá la Gaudium et spes, “Sagrario del hombre”. Alli estoy invitado a entrar y cerrar la puerta, dejando todo lo exterior y concentrándome en ese lugar íntimo y completamente personal, donde cuelga de los muros espirituales de mi ser infinidad de imágenes de mi mismo que me revelan en verdad quien soy, mis afectos, mis emociones, mis satisfacciones, mis incertidumbres, y allí en medio de todas esas imágenes sentado en una de las únicas dos sillas de aquel lugar encuentro a mi Padre “que está en lo secreto”, mirando junto conmigo todas aquellas imágenes pero con una cara no avergonzada como la mía sino más bien sonriendo al verme llegar. Es mi Padre.

Él toma la iniciativa “Dime cómo estas”, y se empieza un dialogo delicioso en el que no tiene sentido mentir o justificarme pues estoy frente al que lo conoce todo, incluso ese oscuro cuchitril que tengo por  “sagrario” personal y que durante la conversación se irá iluminando más y más. Eso es orar.

Precisamente por esto resulta imposible orar cuando no tenemos el valor de entrar en nuestra conciencia-corazón y reconocer todo lo que allí hay, cuando tenemos miedo porque sabemos que no solo nos enfrentaremos a nosotros mismos, sino que nos encararemos con Dios. Se vuelve a repetir aquel miedo de Adán y Eva que tontamente se esconden de Dios: “te he oído andar por el jardín y he tenido miedo porque estoy desnudo…”. Mostrarse tal cual frente a Dios, desnudos de mascaras, justificaciones, excusas, es algo que nos sigue aterrando.

Es necesario entender cuál es la intención de Dios al estar allí esperándonos en ese cuarto interior y personal. Él desea iluminar mis más oscuros temores, fortalecer mis dolorosas debilidades, aclarar mis enredadas confusiones y hacer resaltar las más bellas experiencias de mi vida. Cuando esto se hace frecuentemente vamos haciendo de ese “sagrario personal” una imponente y luminosa catedral donde Dios rige y dirige mi voluntad unida libremente a su voluntad amorosa y salvadora.

La interioridad es pues este proceso y capacidad de entrar en nosotros mismos. Se nota cuando no somos capaces de interioridad, es cuando buscamos el ruido distractor y los entretenimientos escandalosos con la intención de olvidar que existe ese espacio dentro de mí dónde puedo conocerme realmente, desnudo frente a Dios y sin vergüenza, porque frente a él nunca ha habido nada que temer.

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