jueves, 10 de mayo de 2012

Que gran idea, Señor


Mi amado Señor:

Hoy es día de las madres, el mundo se vuelca en miles de signos llenos de amor hacía las mujeres que vivieron en un su vientre un milagro que hoy muchas leyes tratan de desestimar y aun destruir.
Nunca me deja de sorprender el modo en que construiste este universo bajo un orden y una función específica para cada cosa y cada persona. Realmente ardo en curiosidad de saber cómo surgió en tu eterna mente la idea de las  mamás, pero de lo que sí estoy seguro es que sonreíste con aire especialmente triunfante y en ese mismo momento te entró la idea de tener una para ti.

Las mamás de todos los tiempos iban a manifestar con un reflejo especialísimo el amor divino de sentir a un ser humano como parte inherente de su propio ser, y cómo no sería eso, si nueve meses en el vientre hacen que aún después de dar a luz, las mamás sigan recordando sin dificultad la sensación llevar a sus hijos en el vientre muy cerquita de su corazón. Así la maternidad se convierte en divinidad, divinidad que viene de ti y no de una fuerza “fecundadora” en un cosmos anónimo e impersonal.

Sigo pensando en tu sonrisa cuando las ideaste, aunque creo que hubo algún momento en que seguro también derramaste una lágrima cuando en tu visión eterna las viste llorando en silencio por sus hijos. De algo estoy seguro: no las hiciste perfectas, pero las creaste llenas de un amor que desafortunadamente el hombre llega a entender hasta que nos las tenemos entre nosotros.

Y es que realmente no sé si reprocharte el que antes no les hayas dado un curso intensivo de maternidad, y sinceramente no lo digo por mi propio beneficio, sino porque hasta la fecha las escucho decir a sus veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta o más años, “es que no se si lo que estoy haciendo estoy bien”.  A ninguna mamá le enseñaron  a ser mamá, pero ese instructivo faltante se compensa, sobremanera, con ese amor infuso de quien sabe que ante todo tiene que nutrir, custodia, guíar y corregir…tal y como Dios lo hace.

Que difícil nos resulta a todos aceptar sus reproches y exigencias: ningún hijo puede decir que su mamá no le habla por teléfono, pero existe una lista interminable de mamás que lloran junto al suyo.  Más difícil aún nos resulta olvidar, sus coscorrones, chancletazos, gritos, pellizcos, nalgadas y aquellas palabras que surgieron de la inexperiencia maternal más que de la falta de amor, mientras en el mundo vamos permitiendo e incluso buscando a aquellos y aquellas que nos tratan aún peor y ellos sí por una clara manifestación de indiferencia y desamor, y así aquella mujer que tanto le reprocha a su madre un regaño, hoy permite que su novio (u esposo) la golpee, maltrate, violente; sucede lo mismo con los hombrecillos que tan exigentes son en la mesa de casa materna y que después tiene que aceptar a que la esposa aprenda después de muchos años a hacer una simple sopa.

Ahora entiendo que toda esta ola de injusticias y reclamos hacia ellas no hacen más que asemejarlas a ti no solo por el milagro de la creación sino incluso, por el dolor redentor de las lagrimas en la soledad del huerto de Getsemaní y la humillación de la cruz. Y mira que hay tantas mamás crucificadas por sus hijos.

Pero sabes Señor, hoy sobre todo pienso en otras mamás. Primero me vienen a la mente todas aquellas mujeres a las que aún y a pesar de sus cortas edades o sus exitosas carreras profesionales les diste la oportunidad y la confianza de ser mamás y en la confusión de un mundo cada vez más deshumanizado cometieron el grave error de rechazar con crueldad a un inocente que nunca pidió ser creado. Te pido por ellas que también son mamás y lo serán siempre, aun sin esos pequeños, te pido por su consuelo, por su dolor, por su arrepentimiento, te pido yo y te lo piden los millones de niños abortados que ya están junto a ti.

Pido sobre todo por aquellos matrimonios en lo que hay mamás en espera, para que ya no esperen tanto, para que en tu santa voluntad les concedas un hijo y ellas los busquen donde ellos las esperan: algunos en el acto de amor íntimo y lleno de esperanza de los esposos y otros en algún orfanato de sollozos expectantes.

Yo tengo que darte gracias por la Mamá que me regalaste, no sé si tú me la asignaste o me asignaste a mí para ella, pero es la correcta para mí. Reconozco todos sus errores y por eso no me da miedo errar, porque sé que ella me enseño a corregirlos. Ella me enseño a orar, a buscarte y a esperar todo de ti, y eso con tan solo verla.

Señor, creo que hoy de manera especial tengo que darte la gracias por tan magnífica idea y milagro, mira que contener tanto amor en frascos tan sencillos que están al alcance de todos. Y felicidades a tu Señora Madre, tan linda ella y tan buena hija tuya, al mismo tiempo.


Saludos, Señor amado. Mantenme junto a ti y dame un corazón bueno. 

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