lunes, 1 de octubre de 2012

De risas como campanas


He reparado en un detalle. Me da la impresión de cada vez río menos. Eso es preocupante, sobre todo porque la risa es un banquete delicioso y gratuito del que nadie debería prescindir.

De hecho recomendaba un doctor en alguna revista científica la necesidad de “30 minutos de ejercicios al día y 15 minutos de humor”. Se me hace poco habiendo tantas cosas de que reírnos, en especial de nosotros mismos.

Creo que es necesario reconocer que a veces podemos perder la capacidad de reirnos de cosas que antes nos hubieran provocado una carcajada y que ahora solo nos merecen esa horripilante cara de fastidio vergonzoso ante una “ridiculez”.

Algunas ocasiones me he encontrado frente a la pantalla de mi computadora en el buscador de videos atacado de la risa viendo algunos “bloopers” de mis series favoritas o alguna burda recopilación de caídas. Y es que cuando empezamos enfermarnos de esa seriedad acartonada que se prohíbe perder la formalidad, ya perdimos de nutrirnos de algo que no engorda ni hace daño.

Adoro recordar que hubo un tiempo en el que siendo niño reía por todo, especialmente por ver reir a otros. Así que ahora atesoro aquellos momentos en los que me permito reír por cosas tan simples. Como aquella vez en que aún siendo seminarista regresaba del apostolado y en el autobús proyectaban en la pantalla algún capítulo del “chavo del ocho” y no pudiendo contenerme empecé a reír a carcajadas mientras la gente me veía asombrada hasta que ellos terminaron por poner atención al programa y a sus simplezas y terminamos riendo todos. Reír es de los mejores regalos que nos ha dado Dios, quien no deja de admirarme al reconocer que pensó hasta en esos detalles.

Durante mucho tiempo me pregunté porque en los evangelios no aparecía ningún pasaje dónde Jesús estuviera riendo. No podía ser posible que ese hombre perfecto no hubiera reído. Así que un día en oración asumí una verdad muy personal. Lo que los evangelios no me contaban, me lo decía mi relación personal con él Yo que lo conozco pude ver en mi imaginación su sonrisa tierna cuando abrazo y bendijo a los niños que los apóstoles intentaban alejar (Mc 14, 16) pude imaginar esa sonrisa traviesa cuando les volteó de manera genial la pregunta con la que intentaban hacerlo caerlo los sumos sacerdotes y los ancianos (Lc 20, 1-8) o las risas que debieron brotar en esas múltiples cenas que acostumbraba tener con Mateo, Zaqueo, en la bodas de canaan, etc. ¡Claro que Jesús reía!

Hasta en ese sentido tiene tanta razón Jesús cuando dice que para entrar al reino de los cielos hay que ser como niños. No hay ser más risueño que un niño, y un niño que no ríe es porque está enfermo o le han robado su maravillosa inocencia. Es propio de los niños reir, así que no dejes de ser niño.

Es necesario aprender a reír de uno mismo y de sus caídas, errores, confusiones, etc. Adoro la risa que me provoca confesar niños, como aquellos dos hermanitos que fueron a confesarse conmigo. Paso primero el mayor de unos 9 años y se confesó de quitarle las tapas de las llantas a los carros nada mas por diversión, para que después pasará el de 8 años y cuando le pregunte: ¿Y tu de que le pides perdón a Dios? –Me respondió – De ayudarle a mi hermano. En ese momento no pude más que reírme y dejar que él también riera. Ya después vendría la penitencia necesaria.

Es necesario reír, las risas de los inocentes son campanas que anuncian la presencia del Espíritu Santo en estos templos imperfectos en los que Dios gusta habitar.

Si tu eres mamá, no olvides en medio de los cansancio reales de tu sacrificada labor reír de las simplezas de tus pequeños, si tu trabajas en un ambiente hostil, un sonrisa te hace diferente a todo tu ambiente y una dosis de risa alivianará tu trabajo. Si hace mucho tiempo no ríes, invierte en recuperar tu risa, pero recuerda que los mejores motivos para reír siempre son gratuitos.

 

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