He reparado en un detalle. Me da
la impresión de cada vez río menos. Eso es preocupante, sobre todo porque la
risa es un banquete delicioso y gratuito del que nadie debería prescindir.
De hecho recomendaba un doctor en
alguna revista científica la necesidad de “30 minutos de ejercicios al día y 15
minutos de humor”. Se me hace poco habiendo tantas cosas de que reírnos, en
especial de nosotros mismos.
Creo que es necesario reconocer
que a veces podemos perder la capacidad de reirnos de cosas que antes nos
hubieran provocado una carcajada y que ahora solo nos merecen esa horripilante
cara de fastidio vergonzoso ante una “ridiculez”.
Algunas ocasiones me he encontrado
frente a la pantalla de mi computadora en el buscador de videos atacado de la
risa viendo algunos “bloopers” de mis series favoritas o alguna burda
recopilación de caídas. Y es que cuando empezamos enfermarnos de esa seriedad
acartonada que se prohíbe perder la formalidad, ya perdimos de nutrirnos de
algo que no engorda ni hace daño.
Adoro recordar que hubo un tiempo
en el que siendo niño reía por todo, especialmente por ver reir a otros. Así
que ahora atesoro aquellos momentos en los que me permito reír por cosas tan
simples. Como aquella vez en que aún siendo seminarista regresaba del
apostolado y en el autobús proyectaban en la pantalla algún capítulo del “chavo
del ocho” y no pudiendo contenerme empecé a reír a carcajadas mientras la gente
me veía asombrada hasta que ellos terminaron por poner atención al programa y a
sus simplezas y terminamos riendo todos. Reír es de los mejores regalos que nos
ha dado Dios, quien no deja de admirarme al reconocer que pensó hasta en esos
detalles.
Durante mucho tiempo me pregunté
porque en los evangelios no aparecía ningún pasaje dónde Jesús estuviera riendo.
No podía ser posible que ese hombre perfecto no hubiera reído. Así que un día
en oración asumí una verdad muy personal. Lo que los evangelios no me contaban,
me lo decía mi relación personal con él Yo que lo conozco pude ver en mi
imaginación su sonrisa tierna cuando abrazo y bendijo a los niños que los
apóstoles intentaban alejar (Mc 14, 16) pude imaginar esa sonrisa traviesa
cuando les volteó de manera genial la pregunta con la que intentaban hacerlo
caerlo los sumos sacerdotes y los ancianos (Lc 20, 1-8) o las risas que
debieron brotar en esas múltiples cenas que acostumbraba tener con Mateo,
Zaqueo, en la bodas de canaan, etc. ¡Claro que Jesús reía!
Hasta en ese sentido tiene tanta
razón Jesús cuando dice que para entrar al reino de los cielos hay que ser como
niños. No hay ser más risueño que un niño, y un niño que no ríe es porque está
enfermo o le han robado su maravillosa inocencia. Es propio de los niños reir, así que no dejes de ser niño.
Es necesario aprender a reír de
uno mismo y de sus caídas, errores, confusiones, etc. Adoro la risa que me
provoca confesar niños, como aquellos dos hermanitos que fueron a confesarse
conmigo. Paso primero el mayor de unos 9 años y se confesó de quitarle las
tapas de las llantas a los carros nada mas por diversión, para que después pasará
el de 8 años y cuando le pregunte: ¿Y tu de que le pides perdón a Dios? –Me respondió
– De ayudarle a mi hermano. En ese momento no pude más que reírme y dejar que
él también riera. Ya después vendría la penitencia necesaria.
Es necesario reír, las risas de
los inocentes son campanas que anuncian la presencia del Espíritu Santo en
estos templos imperfectos en los que Dios gusta habitar.
Si tu eres mamá, no olvides en
medio de los cansancio reales de tu sacrificada labor reír de las simplezas de
tus pequeños, si tu trabajas en un ambiente hostil, un sonrisa te hace
diferente a todo tu ambiente y una dosis de risa alivianará tu trabajo. Si hace
mucho tiempo no ríes, invierte en recuperar tu risa, pero recuerda que los
mejores motivos para reír siempre son gratuitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario