Mi párroco, acostumbra decir en variadas ocasiones que no le gusta que lo "pobreteen" con aquella tan repetida frase "Pobre del Padre, es que tiene mucho trabajo". Él afirma que tiene la fortaleza como para cumplir sus deberes y que en ningún momento se siente agobiado por su trabajo. Tengo que reconocer que esto es cierto, no solo para él sino para todos los que de alguna manera le hemos ofrecido a Dios nuestra vida y nos hemos puesto en manos de él.
Les soy sincero todo esto me vino a la cabeza porque acabo de actualizar mi agenda y ciertamente quedaron pocos días libres. Al terminar de escribir los compromisos le di una releída y vi el montón de letras que adornan cada página. Sonreí. Y sonreí porque también me acordé de mis primerísimos días en el seminario. Yo anteriormente había estudiado algunos meses de preparatoria (con funestos resultados, con verguenza lo digo) y ayudaba en algún grupo juvenil, sin embargo la vida era tranquila. Cuando ingreso al seminario y me adhiero a la disciplina y al horario propio de cada una de las actividades tuve una sensación muy agradable de utilidad, de participación, en pocas palabras, de estar ocupado, así que al siguiente fin de semana cuando tuve la oportunidad de llamar a mi madre por teléfono y me preguntó que cómo sentía mi respuesta fue: "me siento muy bien, me tienen ocupado". Aquel día surgió una noción que quise que fuera parte de mi vida, "quiero gastarme y desgastarme por Dios cuando sea sacerdote". Eso lo pensé 12 años antes de ordenarme. El tiempo siguió corriendo y las tentaciones llegaron, especialmente la posibilidad de acomodarse tranquilamente y dejar que las cosas sucedan olvidando que Dios me dio manos para provocar oportunidades y para construir lo que todavía no existe.
Hoy que soy sacerdote y veo mi agenda llena de compromisos que yo no hice de manera personal sino que más bien son compromisos o servicios parroquiales, me doy cuenta de que nuevamente puede aparecer la tentación de solo cumplir con aquellas cosas que las secretarias pusieron en mi agenda y dejar de construir, dejar de gastarme y nunca llegar a desgastarme. Por eso me alegran las cavilaciones que terminan en proyectos para las áreas pastorales que atiendo, por eso me alegro del nuevo proyecto de jóvenes, porque dejar que las cosas sigan igual a como han estado siempre me resulta desagradable, cómodo, pero desagradable, Dios me confió una viña y espera frutos abundantes. Solo se trata de aflojar la tierra, abonarla, quitar la cizaña y regar, Dios le dará crecimiento.
Pero esto no es solo para sacerdotes. Todos los hijos de Dios que nos ponemos en manos de él, cada joven, cada matrimonio, cada familia, cada enfermo, cada anciano tiene que saber que nuestra vida es conducida por Dios para que hasta el último momento seamos testigos suyos.
Para que hasta el ultimo suspiro trabajemos con todas nuestras capacidades o con las que nos queden. Hay que darle gracias a Dios que nos regala la vida y que nos da la oportunidad de aprovecharla hasta el ultimo momento si dejamos que él nos conduzca.
Yo tampoco me quejo del trabajo y no tanto porque crea que soy muy fuerte, sino más bien, porque me gusta lo que hago, porque yo decidí cargar con esta hermosísima cruz que me hace servir y porque tengo la plena seguridad de que Dios me va guiando en mi trabajo.
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