jueves, 1 de septiembre de 2011

Rebasar fronteras: una cosa de fe

Ayer por la noche viví la experiencia de la primera misa solemne de alguien que era un querido amigo, y digo "era", porque precisamente el día de su ordenación el recibió, por misericordia de Dios, el don del sacerdocio ministerial, y a mi me lo cambio de amigo a hermano. El Padre Rodolfo García Martínez, como otros tantos padres ya no son simples compañeros o amigos: son hermanos. Y eso no es fácil de entender cuando solo lo interpretamos desde la afectividad humana.

Un hermano sacerdote, es parecido a un hermano en la familia, puedes tener una relación magnifica por la admiración, el cariño, o puedes vivir a pelea tras pelea por las diferencias entre uno y otro, pero siempre seran hermanos.

Especialmente con el Padre Rodolfo me sucede algo curioso. Sucede que hace cerca de trece años él entró al seminario con tan solo 14 años de edad. Era un personaje flaquito, pequeño, sonriente...en fin era un niño, muy inteligente, pero niño al fin (al menos esa era mi impresión). Junto con él entrarían algunos otros de su mismo talante y que en particular me causaron gracia y se ganaron mi amistad casi inmediatamente. Recuerdo jugar con ellos como juegan los niños, casi, casi a policías y ladrones. Muy grabada en mi memoria esta la escena de aquella vez que en un viernes de aseos generales de la casa emprendí contra todos esos chiquillos una magnifica persecución a lo largo del solemne pasillo central del seminario menor, yo tan descalzo como ellos. La carrera terminó cuando intentando escapar de mí se refugiaron en la capilla y allí fuimos atrapados uno a uno por  nuestro insigne Padre Coordinador quien me imagino que tuvo que contenerse la risa y poner cara de enojado mientras nos empujaba a todos a nuestras divisiones.

Durante doce años seguí viendo a aquellos pequeños descubrir sus vocaciones y decisiones, seguí algunas veces mas cerca que otras sus avances y sus esperanzas y cuando pensé que iba a perder el rastro del último de ellos lo mandaron a la misma parroquia en la que yo servía, ambos diáconos, ambos esperando la ordenación y como enlace otro personaje de nuestras mismas aventuras. Este año ya no hubo persecuciones pero las carcajadas fueron increíblemente abundantes él ya no tenía 14, ni yo 17, pero nos reímos como enanos.
Este amigo, quien me regalo su amistad y su confianza se convirtió hace poco en hermano y ayer lo vi celebrar su primera misa solemne, los dos la soñamos y aunque Mercedes Sosa no estuvo presente, Dios estaba ahí.

Tengo muchos hermanos ahora, después de haber tenido solo puras hermanas. A estas alturas de la vida voy descubriendo cómo se llevan los hermanos, cómo hay que quererlos, cuidarlos, corregirlos, soportarlos, etc. etc,ardua labor que estoy seguro que me llevará toda la vida.

Sin embargo lo más grave de todo esto es grabarme en mi conciencia que todos ellos no son ya amigos y compañeros sino hermanos, porque la fe ha superado todo simple lazo afectivo y en Dios nos hemos hermanado. Algunas veces diré con una sonrisa que ellos son mis hermanos y otras tantas lo diré quizás con tristeza, con enojo o con melancolía, así también ellos me dirán hermano con una sonrisa a veces, y otras tantas con tristeza, con enojo o con melancolía. Pero nunca dejaremos de ser hermanos.

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