Después de múltiples compras navideñas en un viaje que exigió cruzar los límites nacionales, me dispuse a tomar un taxi para regresar a mi dulce hogar. Después de conseguir el primer taxi para mi hermano, me ajusté a la paciencia y esperé otros pocos minutos a que pasará otro taxi.
Le indique al conductor que teníamos que subir algunas cosas a la cajuela. Nunca vi su cara, salvo por lo que el espejo retrovisor me mostraba de él. Después de cargar como doce bolsas y una caja iniciamos el viaje. Siendo honesto, no me gusta mucho entablar dialogo con los taxistas, me he llevado muchas malas experiencia, algunas realmente grotescas. Aún así nunca me cierro a hablar con ellos. La plática inició con la ruta a seguir, sin que me diera cuenta la explicación arrojó los primeros quince minutos de una comunicación muy agradable que incluyó una especie de perspectiva de lo que la gente puede ir pensando mientras regresa a casa sobre las rodadas lentas de un tráfico saturado de ansiedades.
Me presentó su licencia de conducir y su credencial de elector mientras me ofrecía sus servicios en las horas en que pudiera necesitarlo,” el trabajo-dijo – no llega solo, y yo lo necesito a cualquier hora. Vivo cerca de donde lo recogí ahí tiene su casa, y en mi credencial puede ver la dirección. Ande, anote mi teléfono.” Lo que hice obedientemente.
Después la plática tomó un tono político, no de crítica inútil sino de análisis objetivo. Hizo memoria de las propuestas que le hicieron darle su voto a tal o cual representante y mostró su preocupación porque aun no distinguía las propuestas de los perfiles políticos que van surgiendo.
Ya sintiéndose ganador de mi confianza me hizo la pregunta que siempre da un giro a las conversaciones: ¿Y usted a que se dedica? Soy sacerdote –Respondí – “¡Ah yo estuve en el Colegio Patria! Colegio de Monjas, allá en Guadalajara, y nos llevaban en verano al seminario…era muy aburrido. - Su sinceridad me sacó una abierta risotada.
Me preguntó que si leía, a lo que conteste que menos de lo que debería. En ese momento me empezó a desarrollar una lista breve de diez autores y las características de cada uno de ellos por los que sigue sus obras. La flora literaria iba desde la novela hasta el ensayo y la investigación científica. Pude reconocerlos a todos, me hubiera sentido muy apenado si no lo hubiera hecho. Me enteré que sus hijos, aún no disfrutan mucho de la lectura, tienen máximo siete años, pero espera que en algún momento lo hagan. Los ha ido formando para ser curiosos y expresivos.
En un paréntesis ocasionado por alguna razón que se me escapa de la mente empezó a hablarme de sus diferentes trabajos y labores a lo largo de los treinta y pico años de su vida, haciendo especial énfasis en la venta de productos del mar que tantas ganancias le trajo hasta que se topó con el crimen organizado y le pidieron el setenta por ciento de sus ventas para seguir trabajando “a gusto”. Optó por dejar ese trabajo y desde entonces es taxista.
Retomamos el tema de la lectura y su afición por la biblia como narrativa emocionante. Acepta que ha sus hijos les ha contado historia bíblicas que no son del todo ortodoxas, pero solo con el objeto de motivar su curiosidad en la lectura del libro sagrado. Definitivamente me di cuenta de que sus historias contaban con un grado medio de inexactitudes históricas y lenguajes que no creo haber visto en la biblia, pero igual me causó muchísima risa, y sus conclusiones mucho respeto.
En algún punto ya muy cercano a nuestro destino, me comentó que tocaba la armónica y como mago preparado para su acto, saco una pequeña armónica de su chaqueta y empezó a tocar con una mano una melodía que pude reconocer: amazing grace, tocada con algunos desatinos por que la prioridad era la vialidad. –Lo hago mejor con un tequila reposado encima-dijo. No le gustaba la cerveza solo el tequila y cuando tenía oportunidad se compraba una botella que podía durarle hasta un año porque no se trata de “matarla” en una noche.
Así llegamos a mi casa después de una hora diez minutos de recorrido. Hacendosamente detuvo el carro y corrió para abrir la cajuela y ayudarme a bajar las cosas. Al fin pude verlo, dentro de toda la información que me dio me dijo que tenía treinta y ocho años, pero ya enfrente le hubiera calculado unos cuarenta y cinco. Le pague el doble de lo que el taxímetro había marcado. Se lo merecía y le di la indicación de que se comprará una botella de tequila. Agradeció sin exageraciones y se subió contento a su vehículo de trabajo desde donde gritando me pidió la bendición, que le concedí con un gesto casi papal.
Me sentía extrañamente satisfecho y alegre. Conocer a una persona que disfruta lo que hace, que vive la bondad sin necesitar una doctrina para hacerlo, que es consciente de su entorno y participa activamente para mejorarlo fue un buen detalle en la navidad. Creo que Cristo de mira satisfecho el mundo cuando ve que hay personas así. Cierto, aquel hombre, seguramente ha pasado dificultades y muy posiblemente también tenga sus defectos, pero a mí de qué me sirve conocer eso, cuando lo mejor de alguien me puede motivar para mejorar mi vida.
Gracias Jorge, taxista, ciudadano, papá, cristiano. Muchas bendiciones en esta navidad.
El Regalo de Dios: su Hijo; Siempre viene envuelto con ropajes de prójimo
ResponderEliminarMuy cierto, así lo sentí en esta ocasión
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