jueves, 15 de diciembre de 2011

Tercera escena: La fortaleza del sexo debil


"Bethlehem: la casa del pan", es un cuento navideño que escribí hace 6 años. Hubiera querido cambiar de formato de guión a narración pero ya no hubo oportunidad. Iré subiendo una escena cada día. Espero les guste. 

ESCENA 3
María camina hasta llegar al lugar donde Isabel prepara el pan, se detiene un momento, y le saluda.

María: Dios te salve Isabel.
Isabel voltea sorprendida y se llena de júbilo, corre hacia María, las dos mujeres se abrazan. Mientras ellas gesticulan las primeras palabras en silencio Gabriel, Luís y Marcos, salen a contemplar la escena.
Marcos: Oye sí estaba viejita Isabel, por poco y se parece a mi abuelita. Si esto fuera en nuestro tiempo los de “Aunque usted no lo crea” hubieran venido a entrevistarla, quizás hasta Mausan.
Gabriel: Sí, definitivamente esto es difícil de creer, Isabel es una mujer entrada en años y que todos creían imposible que tuviera un hijo, incluso su esposo. A él también lo visité para darle la noticia y él no creía que Dios fuera capaz de darle un hijo por medio de su mujer Isabel, olvidó lo que María sabe con certeza, que para Dios nada hay imposible. Pero vamos a Seguir escuchando.
Isabel: María, pequeña mía, quien soy yo para merecer que la Madre de mi Señor me venga a visitar, si ninguna dignidad tengo. Desde que escuche tu saludo este hijo mío que llevo en el vientre saltó lleno de la misma emoción y alegría que yo siento en mi corazón al verte, al ver a la mujer que ha creído y en la que se cumplirán las promesas del Señor.
María: Isabel, yo también estoy feliz, mucho muy feliz: Se alegra mi corazón al contemplar tan de cerca la grandeza de nuestro Dios, nuestro salvador, por que mira que fijarse en mí que soy su simple y pequeña mujer. Isabel, desde ahora me llamaran dichosa y bienaventurada todos los pueblos, por que Dios ha elegido este cacharro de barro y ha hecho en él grandes prodigios. Su nombre y su misericordia se extienden a todos los hombres que le buscan. Su brazo fuerte que hace maravillas como esta, lleva a la confusión a los altaneros y a los soberbios, porque con sus obras Dios ha humillado a los poderosos y ha ensalzado a los humildes como tu y como yo. Isabel, Dios ha cumplido la promesa antigua que le hiciera a nuestro Padre Abraham y a su pueblo Israel.

Estoy feliz Isabel, feliz por esta obra de Dios que nos hace madre a las dos. Estaré contigo un tiempo para ayudarte, hasta que nazca tu hijo.

Isabel: No María, tu visita me da mucho gusto pero no puedo permitir que esperes a estar más avanzada en tu embarazo y regreses por caminos tan malos.
María: No te preocupes, este hijo mío y yo compartiremos muchos caminos ya desde ahora, y creo que algún día yo seré quien lo acompañaré por un camino peor que esté. Pero vamos que hay que hacer el pan para la comida.

María e Isabel entran en la casa abrazadas y platicando

Luís: Que fortaleza de mujeres. Oye Gabriel, y a María no le preocupa lo que la gente fuera a decir de ella. Isabel se mostró muy feliz de que María estuviera embarazada, pero como que ella sabía de donde venía este niño, pero ¿la demás gente?
Gabriel: La gente hablaría mucho de ella, en eso tienes razón y María lo sabía. Aunque ella estaba desposada con José y eso daba una gran formalidad a la relación, aun no vivían juntos. Aun no debían tener hijos. A María no le preocupó tanto el hecho de lo que fuera a decir la gente, como el que lo supiera su esposo José, del que se compadecía por la tristeza que sería para él saber que su ella estaba embarazada. María temía herir el corazón de un gran hombre que la amaba; no podía decirle nada, Dios se encargaría de eso, pero aun con ese consuelo sabía el dolor tan grande que se produciría en José: ver regresar a tu prometida de un viaje con tres meses o un poco más de embarazo, imagínate como sería, todas las cosas que pasaron por la cabeza del buen José.  Vengan vamos a verlo

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